La primera gran batalla que debemos dar los venezolanos es la de las ideas y el lenguaje. Estamos condenados por haber asumido como cierto viejos dogmas totalitarios que han servido para que las más nefastas dictaduras lleguen a la América hispana.

En una grata conversación que sostuve con Laureano Márquez, pudimos darnos cuenta de que estos viejos “clichés” tienen que ver con nuestra identidad como venezolanos.

Somos una nación recién creada, que resultó de la mezcla de razas, creencias y religiones que fueron poblando estos territorios del norte de América del Sur. Fue prácticamente entrado el siglo XX que pudo existir realmente un sentimiento propio de nación. Uslar Pietri llegó a afirmar que muy probablemente el padre del mariscal Sucre no se sentía “venezolano” sino “oriental”. Eran territorios aislados entre sí, sin ningún lazo en común. No hubo precedentes de una única civilización indígena que nos uniera, como en el caso de México o Perú. Tampoco llegamos a ser virreinato. Solo comenzó a unirnos un decreto real de creación de capitanía general, una simple autoridad militar designada unos años antes de la cruel y devastadora guerra de independencia.

La formación y consolidación de lazos comunes fuertes y coherentes que hacen surgir la venezolanidad coincide con la aparición del petróleo. Esa circunstancia hizo que el mestizaje venezolano fuese aún más abierto que en el resto de América, dadas las oportunidades de prosperidad que brindaba.

A partir de 1936 (con algunas excepciones anteriores puntuales), esta próspera y joven nación recibió la mayor migración conocida en la historia hemisférica, procedente de toda Europa, Asia,  países árabes y el resto de América Latina. La tendencia mestiza se agudiza produciendo cambios culturales profundos y creando una nueva identidad venezolana sin rasgos de xenofobia ni discriminación de algún tipo. Este hecho maravilloso y mágico también nos hacía presa fácil de engaños y manipulaciones. Fuimos el objetivo estratégico del comunismo ruso y su sucursal caribeña para sembrar, en esa primera generación mestiza que se levantaba a partir de 1960, viejos dogmas que disfrazaban de “justicia social” y de “igualdad” su intención de imponer un gobierno totalitario en Venezuela. Sembraron ideas que tenían olor a “patria” confundiendo valores indigenistas y afrodescendientes con conceptos del viejo marxismo, provocando ese despelote ideológico que degeneró en el llamado socialismo del siglo XXI.

El primer paso que logró esta conspiración contra Venezuela fue llevar estas ideas a las universidades, al mundo cultural y a las élites políticas. Venezuela fue impregnada a fondo de ideas marxistas que se convirtieron en un ideario colectivo que fue carcomiendo al Estado y a sus instituciones. Estas ideas fueron transformándose en políticas públicas que hicieron crecer al Estado hasta doblegar por completo a la sociedad, en nombre de una mal llamada igualdad. Es decir, estas ideas trajeron todo un entramado legal que le sirvió la mesa a la instalación de formas totalitarias nunca antes vistas en nuestra historia.

Es tanto el arraigo de estos dogmas que hoy todavía hay mucho temor en defender políticas económicas y sociales que la democracia intentó poner en práctica para modernizarnos y salir del estatismo marxista. Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno intentó romper con esos viejos moldes, pero la resistencia a los cambios por estos dogmas convertidos en cultura se lo impidió.

Las causas que nos trajeron a esta desgracia aún están vivas: la ignorancia, la falta de formación de los aspirantes a líderes y la superficialidad con la que se discuten temas absolutamente medulares de políticas económicas y sociales, son algunas de las razones más poderosas por las que el régimen se mantiene en el poder.

La democracia, la libertad y el desarrollo solo vendrán con el rompimiento histórico con el marxismo y sus dogmas. Nosotros comenzamos -desde ya- a generar este debate. Superar estos viejos traumas nos permitirá hablarle claro a los venezolanos de una verdadera ruta que nos saque de esta tragedia humanitaria sin precedentes.

Ganar la batalla de las ideas y el lenguaje, migrar hacia los postulados de las libertades económicas teniendo a la educación como centro del desarrollo, es el primer paso para la cura de esta pandemia comunista que nos desangra. ¡Basta ya!


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