“El hombre es la media de todas las cosas”

                                                                                     Protágoras de Abdera

 

El psicólogo estadounidense Abraham Maslow expuso que las personas tienen un conjunto de obligaciones, que las mueven a la búsqueda de la satisfacción de las mismas; este pilar de la psicología humanista las catalogó y organizó en la denominada Pirámide motivacional de Maslow. En esta estructura los requisitos se distribuyen en forma piramidal, para alcanzar los escalones superiores hay que tener cubiertas las necesidades en la base y el medio. Esta división está organizada de la siguiente manera: en primer orden, las necesidades fisiológicas, aquellas que son elementales para la existencia del individuo, como respirar, alimentarse, hidratarse, dormir e inclusive las relaciones sexuales; en segundo lugar se ubican las necesidades relacionadas a la seguridad, el sentirnos protegidos físicamente, un hogar, un empleo, la salud, todo lo que nos brinda tranquilidad;  en tercer grado están las necesidades de afiliación, el individuo es gregario, lo que nos lleva a establecer lazos afectivos y sociales con otros individuos, los humanos necesitamos establecer relaciones interpersonales, amistades, familia y amor; en el cuarto nivel conseguimos las necesidades de estima, que no son otras que la autovaloración de lo que somos como ser y el reconocimiento de los otros cuando se aprecia lo que somos; finalmente, en la cúspide están las necesidades de autorrealización,  que presentan mayor complejidad para poder alcanzarlas, entre estas se encuentran el crecimiento personal,  el potencial progreso de la creatividad o la capacidad resolutiva de problemas. Maslow expone que las dos primeras instancias de la pirámide son niveles que están directamente relacionadas con la voluntad del hombre y a medida que se asciende, el logro depende también de factores externos al ser humano.

En el presente, la situación en Venezuela es poco menos que un sistema fracturado en el que las posibilidades de quienes habitan en el territorio se ven reducidas drásticamente. Si bien es cierto que el hombre tiene la facultad ontológica de adaptarse y generar una transformación, no es menos cierto que desde hace décadas, y especialmente en los últimos quince años, ha existido un virulento proceso de deterioro de la formación e instauración de los principios fundamentales,  evitando la construcción de un arquetipo social en el que todos tengan el mismo cúmulo de oportunidades, lo que limita tangiblemente a que los habitantes de Venezuela puedan producir en conjunto un cambio estructural en pro de un Estado que otorgue las garantías para que las necesidades básicas sean efectivamente logradas. Una nación que no sea capaz de brindar las condiciones primordiales para que los connacionales  consigan superar el primer y segundo nivel en la Pirámide de Maslow y así potenciar sus habilidades, es un país signado por el  fracaso.

El bienestar de las personas se transforma en la sustancial mejoría de los estándares e indicadores socioeconómicos. No puede existir un país realmente rico si los bienes y servicios no están en función de la mayoría y para poner esto al alcance del grueso de la población hay que implementar políticas que brinden acceso a una verdadera calidad en la educación. Durante décadas se han venido haciendo llamados de atención y hoy resulta alarmante el efecto del abandono de las sendas idóneas por donde debe ser conducida la pedagogía, Lamentablemente, la desasistencia en el sector gubernamental, que políticamente debe dirigir el rumbo, se complementa negativamente con un modelo privado deficiente y que no se ajusta a nuestra situación. Es perentorio, en consecuencia, que los venezolanos de mayor preeminencia intelectual asuman un rol protagónico en los distintos sistemas escolares y que sean activos elementos en la enseñanza, dado que enfrentamos un inminente riesgo de que las venideras generaciones en Venezuela presenten indicativos de la más deficitaria instrucción.

La educación es sin esquivos el mejor compendio de herramientas que se le pueden brindar a los humanos. Un colectivo en el que los esfuerzos y recursos estén destinados a la capacitación y formación, invariablemente será una sociedad que contará con los mejores índices de bienestar y un acertado establecimiento de las normas de socialización. La auténtica nivelación e igualdad social es aquella en la que se dote a la infancia de una celosa, valiosa y firme educación; el resultado será que en un futuro contemos con un conglomerado cívico forjado con valores morales, principios éticos y excelencia en el aprendizaje, que estará condicionado al progreso cultural, económico y político de Venezuela. Entre las prioritarias tareas pendientes está la reestructuración de todo el sistema formativo, desmantelar un aparato que produce la inmediatez y la caducidad del conocimiento, sustituyéndolo por un régimen en el que se cultive el pensamiento y se condicione a los escolares a desplegar la lógica, el análisis y la reflexión. El ser humano resultante de un proceso educativo humanista será sin duda un ente capacitado para la comprensión y resolución de problemas: quien está educado es apto para afrontar y superar cualquier obstáculo o situación.

El humanismo pedagógico promueve el respeto al individuo, sus derechos y responsabilidades;  la necesaria creación de personas cultivadas en lo cognitivo y afectivo demanda el correcto y cordial encuentro en espacios de acciones y emociones comunes, como lo sentencia el científico y filosofo Humberto Maturana en su texto El sentido de lo humano. Un mundo realmente justo exige la implementación de un modelo educativo que establezca la procura del saber con metodología y racionalidad; como lo estableció Simón Rodríguez: “El hombre que piensa procede en todo según su conciencia y el que no piensa, imita”. En nuestro país urge que veamos la educación como la única salida y la única variable por la que realmente seremos juzgados en el futuro. Es tiempo que tengamos en cuenta que debemos reorganizar los intereses del presente y asumir nuestro papel histórico: ser una generación que siembre un proverbial futuro, el del nuevo venezolano.

 


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