A menudo nos topamos con preguntas similares a «¿para qué sirve argumentar?» y responderla trae consigo definiciones en algunos casos complicadas, que, incluso, no logran convencer a un neófito para que se interese en las disciplinas relacionadas con el arte de dar o pedir razones.

Si pensamos que argumentar posee como objetivo garantizar la legitimidad de una conclusión, mediante un conjunto de razones, ello nos permite advertir que ofrecer argumentos en cualquier ámbito, sea el medio académico, laboral o social es emplear un instrumento, no solo básico, sino fundamental, para proporcionar razones que justifiquen las tesis que se someten a discusión.

Al leer cualquier texto argumentativo es fácil advertir que, entre los objetivos perseguidos, se intenta persuadir al lector sobre un punto específico. Para lograrlo, son indispensables tener bases que lo sustenten.  Es claro que hay diversas maneras de argumentar; puede encararse de manera beligerante, controversial, apodíctica, entre otras; pero, hay un elemento en común que impide que su intersección sea vacía; este punto no es otro que respaldar una tesis.

Muchas veces se siente predilección por un autor determinado y al encontrar opiniones disímiles no se sabe refutarlas, como tampoco defender las propias.

En la tradición liberal, hay polémicas riquísimas que pueden servir de ejemplo para lo dicho en líneas precedentes. Tal es el caso de las divergencias entre John Rawls y Robert Nozick. Se pueden leer artículos centrados en las posturas de uno u otro; sin embargo, sería muy enriquecedor analizar los argumentos de cada uno, así como la forma de contraargumentar.

Podemos ir mucho más atrás en la historia y preguntarnos, ¿por qué estoy de acuerdo con las propuestas de John Locke acerca de su rechazo a las ideas innatas? O ¿cómo Locke refuta, en los Dos tratados sobre el gobierno civil, las ideas de Sir Robert Filmer, defensor del absolutismo real y la justificación del poder absoluto, expuestas en el Patriarca o el poder natural de los reyes?

Alguno que otro lector me dirá «No soy liberal, estoy en contra de esa ideología». Muy bien, pero, ¿por qué está en contra del liberalismo? ¿Puede usted explicarme cuáles son sus razones? Y, en caso de ofrecer esas razones, entonces podemos discutir. Ojo que «discutir» no es pelearnos. «Discutir” según el Diccionario de la Lengua Española, es “examinar atenta y particularmente una materia”, y, también, “contender y alegar razones contra el parecer de alguien”. Entendiendo “contender” en su acepción de debatir. Dar razones no es pelear. No podemos entendernos si su respuesta es similar a “porque así lo pienso yo”.

Otros de los potenciales lectores pueden decirme: “Hablemos de hoy, de la actualidad, no discutamos de los siglos XVI o XVII, centrémonos en el presente siglo XXI”. Muy bien, aceptémoslo. ¿Sobre cuál tema?

Imaginemos que se dialoga sobre la conveniencia o inconveniencia de la “dolarización” de nuestra economía. ¿Realmente es una “dolarización”?

Como se observa, estoy pidiendo razones para justificar tal o cual posición. No me he decantado por ninguna, ¡todavía!

Aquí se corre un peligro y es aducir que cualquier razón vale. Se puede caer en un relativismo atroz y ello oscurece totalmente el propósito de entenderse en el ámbito no solo personal, sino, esencialmente, en la esfera pública.

Aflora también otro problema, ¿cuál es la función de la argumentación? ¿Defender una posición, buscar la verdad o como dice Perelman: «Lo normal no es argumentar para buscar la verdad o vencer al adversario, sino para motivar a la acción?».

Es no solo comprensible, sino equilibrado, reivindicar los beneficios de vencer en una disputa, discusión o debate; sin embargo, ello no autoriza el uso de tretas para ganar a cualquier precio. Tampoco es lícito pretender que no sea de interés la búsqueda de la verdad o que esta no sea de especial valor en la valoración de un argumento.

En un excelente artículo sobre las distintas maneras de argumentar, R.  Morado arguye que «Si un mal argumento convence es precisamente porque aparenta ayudar a encontrar la verdad. Aristóteles empieza las «Refutaciones Sofísticas» mencionando que la belleza física puede ser falsificada; pero si el maquillaje atrae es porque parece bello».

Si bien es cierto que no es lo mismo argumentar con estadísticas que argumentar en un debate público, también es cierto que la ausencia de buenas razones conduce a los engaños, a la manipulación, al empobrecimiento del espíritu.

@yorisvillasana

 


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