Los meses del año contienen un significado notorio en la liturgia histórica de cada país, al concentrar los valores que han legitimado los cimientos de la nación y otorgar el reconocimiento a los próceres que lideraron las gestas patrióticas.

Al tomar como referencia el día nacional como la fecha de mayor significación de un país, por medio de la cual se promueve la unidad de todos los ciudadanos, tenemos que el mes de julio se destaca por notables acontecimientos de impacto mundial: la Toma de la Bastilla es el Día Nacional de Francia, ese mes también se conmemora el Día de la Independencia de Estados Unidos, igualmente significa libertad e independencia para Venezuela, Colombia y Argentina, entre otros.

Posteriormente, se reconocen en cada nación otras fechas históricas que realzan el establecimiento pleno del Estado de derecho en el contexto que hoy tratamos. Para nuestro país contiene una huella indeleble el 23 de enero de 1958, como base del fortalecimiento de los poderes públicos y de desarrollo del período más largo de convivencia democrática de nuestra historia republicana.

Esa herencia política ha generado los valores suficientes en la conciencia del pueblo venezolano para afrontar la deriva autoritaria desde los inicios del siglo XXI, registrando el mes de enero en diferentes episodios las luchas de la sociedad civil para resistir y confrontar la estafa chavista en el poder.

Henos acá en 2024 en otro inicio de año pleno de expectativas de cambio apoyadas por el ánimo popular, cuyos antecedentes deben ser vistos por el retrovisor de la historia para no repetir los fracasos que han determinado frustración y decepción en la mayoría de la población, al no contar con el liderazgo opositor capaz de descifrar al régimen dictatorial.

En efecto Venezuela inició el año 2000 con una nueva Constitución aprobada mediante referéndum, esta significaba el relanzamiento institucional, económico y social de un país sacudido por profundas tribulaciones en la última década del siglo XX.

Pronto lo anunciado como carta de navegación para el nuevo Estado fue lanzado al cesto de la basura, generando intensas convulsiones sociales que derivaron en el paro cívico nacional de 2002 e inicios de 2003, cuyo resultado acentuó el talante autoritario del régimen y la fractura definitiva de la población hasta hoy.

Luego de la aplastante victoria opositora en diciembre de 2015 en las elecciones parlamentarias, el país inició un 2016 inmerso en ilusiones de triunfo y de esperanza de desalojar del poder a la casta cívico militar gobernante, la cual se mantuvo por las concesiones opositoras a la ofensiva de la tiranía.

El último lance se labró en enero de 2019, con el gobierno interino de Juan Guaidó, quien naufragó entre promesas y confrontaciones intestinas, las cuales permitieron a la población venezolana reconocer la manifiesta incapacidad de un liderazgo opositor, quien malbarató durante lo que va de siglo el noble e incondicional apoyo popular.

Esa desprestigiada conducta le significó la aplastante derrota en las primarias de octubre de 2023, la ruptura definitiva de la población con ese liderazgo fracasado y el apoyo masivo a la perseverancia de María Corina Machado, quien luce hoy como el instrumento del abnegado pueblo para derrotar la dictadura.

Creo que este mes de enero también se reconoce con la e de esperanza, para que se concrete se requiere la más amplia unidad nacional alrededor de una dirección política capaz de leer e interpretar al enemigo gobernante, para luego promover su salida definitiva del poder. En esa dirección la candidata triunfadora de las primarias tiene el rol primordial de integrar a todos los sectores de la sociedad civil en el objetivo de reconquistar el sistema de libertades.


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