Gustavo Petro. Foto: EFE
Gustavo Petro. Foto: EFE

Lo que todos sabían, pero no aceptaban. El triunfo de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia. Ocurrió. La victoria del exguerrillero es la medalla de oro también para la izquierda paisa que por primera vez se va a meter como poder en el Palacio de Nariño. Ese triunfo lo es igualmente para las FARC en cualesquiera de sus versiones. La de fachada que hace vida legal y pública como Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común y la que aún permanece en armas en los montes colombianos y venezolanos con su bandera original de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo. Allí, en ese baile de la charanga revolucionaria tienen pasaje incluido todas las disidencias y toda la franja fronteriza donde se despliega desde hace mucho tiempo la Nueva Marquetalia. Las palmas del éxito de este domingo incluyen al narcotráfico; recuerden que la guerrilla vecina está considerada como uno de los carteles de la droga más grandes del globo. Y en ese tren de las fanfarrias de la alegría hace combo el terrorismo internacional que se apareja y hace yunta en el delito transfronterizo y global. Y ¡sorpresa! Un sector de las fuerzas de seguridad y orden público (fuerzas militares y policía nacional) que aguas abajo e internamente venía bregando de manera encubierta para penetrar institucionalmente esas corporaciones y facilitar las tareas de aceptación de Petro entre militares y policías. Los laureles del exguerrillero son también para que el socialismo del siglo XXI lance sus fuegos artificiales y lo que todo el mundo sabe que eso representa para la subregión y el mundo. Y allí está de primer chicharrón bailando la cumbia y el vallenato, y con el sombrero paisa Nicolás Maduro y el régimen que usurpa el poder desde el Palacio de Miraflores en Venezuela. Ya ustedes pueden sacar cuentas del significado de esta victoria electoral en Colombia en los términos de la permanencia en el poder de la revolución bolivariana en Venezuela. Y desde lejos también habrá un ¡Hurra! procedente de Cuba, Nicaragua, Perú, el Brasil de Lula, Chile, Bolivia, México, Argentina, Rusia, China, Irán, Bielorrusia, Turquía, Norcorea y otros países asociados con la misma línea del pensamiento político y enfrentados a Estados Unidos.

Los resultados electorales de Colombia son todo un cocktail político que proyecta en el corto plazo, en primer lugar un cambio político, luego un profundo viraje económico, y después la profundización y radicalización de la división social para garantizarse la permanente movilización de los sectores que dicen representar (los pobres), y la horizontalización y achatamiento militar de la institución armada para impedir cualquier reacción que pueda poner en peligro en el tiempo en el poder, la opción política ganadora. La esperanza que pueda ponerse en algún momento sobre las fuerzas militares para desalojar a Gustavo Petro de la presidencia se disipará cuando los cuadros de las FARC-EP desmovilizados por los acuerdos de paz suscritos en La Habana en 2016 entre el presidente de la república Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño Echeverry (a) Timoleón Jiménez y Timochenko, comandante en jefe de la guerrilla y del secretariado, se asuman como milicias revolucionarias y desplacen a las fuerzas militares de línea. Los cambios que se iniciarán en Colombia probablemente serán más radicales y mucho más rápidos que los iniciados en Venezuela a partir de 1998, por el teniente coronel Hugo Chávez.

¿Qué viene ahora? Después de una victoria como esta, habrá un realineamiento de las fuerzas políticas, económicas y sociales, atraídas por la fuerza centrípeta del ganador y por la realidad del ejercicio del poder de los próximos cuatro años en el Palacio de Nariño y eso aumenta el potencial de gobernabilidad y estabilidad del presidente electo. Para ponerlo bien cercano en una analogía bien estrecha, eso ocurrió desde diciembre de 1998 con el comandante Chávez a quien toda la institucionalidad criolla representada por los poderes Legislativo, Judicial, militares, empresarios, académicos, y la fuerza de la sociedad civil, hicieron una avalancha en el apoyo y le dieron luz verde para hacer y deshacer con la república. Solo hay que recordar la concesión del máximo tribunal de la república de ese entonces para iniciar la demolición de la institucionalidad vigente representada por el vacío que estaba dejando la moribunda Constitución de 1961. Ya está anunciada una constituyente. Y a partir de allí hay un libreto revolucionario histórico que se sigue al pie de la letra sin salirse de ninguna línea. Ya se sabe qué es lo que viene sin necesidad de entrar en el terreno de las artes adivinatorias.

El éxito electoral de Gustavo Petro se lleva por delante muchas cosas que tampoco se han aceptado desde hace mucho tiempo en este lado latinoamericano. El fracaso de las encuestadoras, de algunos de los formadores de opinión y de la línea editorial tendenciosa de algunos medios de comunicación que tratan a contravía de la realidad de imponer una matriz que fracasa finalmente frente al voto que se introduce en las urnas electorales. Apersogados en esa comparsa de la opinión inducida y construida como una cápsula están los ciudadanos comunes que se aferran a una esperanza bastante distante de la realidad.

Con Gustavo Petro y su claqué se reeditó desde Colombia lo que se ha venido haciendo desde hace mucho tiempo con Nicolás Maduro y su nomenclatura en Venezuela. La subestimación de las fuerzas rojas rojitas y su potencial. La ignorancia y el desprecio del plan y la sobreestimación de las propias capacidades sin el respaldo de ningún propósito oficial y formal que oriente y capitalice a toda la oposición, sin ninguna idea que dibuje el camino de la unidad, con ausencia de proyectos que diseñen las fuerzas que tenemos y las escale en su importancia y protagonismo antes de la finalización de la revolución, durante la provisionalidad y después que tengamos un nuevo gobierno surgido de elecciones. Un borrador al menos que ilustre lo que debe hacer cada uno de los venezolanos comprometidos con el rescate del futuro de la nación y que indique hasta donde deben llegar esas fuerzas en el compromiso de la recuperación de la patria. Un plan. Y más grave que eso es la manera como se ha difuminado en el tiempo el liderazgo, hasta desaparecer por completo como referencia.

Ganó Petro y se materializa un resultado que no se quería ver y que ahora hay que asumir en todo el globo, en el hemisferio y en la subregión ante la profundización del proyecto político que representa en términos del cambio en Occidente, apuntando siempre hacia el norte del sur.

Por lo pronto, con estos resultados de las elecciones presidenciales en Colombia, graficados al calco por la exactitud, tal como en Venezuela el 6 de diciembre de 1998, solo queda preguntar, el joropo y la arepa ¿son de Venezuela o de Colombia?

 


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