Históricamente las calles francesas han sido escenario para la expresión del inconformismo de la juventud / Foto EUROPA PRESS

Desde la oscura profundidad del espacio una amenaza viaja con destino a la Tierra; en un sereno tránsito intergaláctico una bomba molotov se abre paso hacia el planeta. El artefacto atraviesa la atmósfera en un augurio de llamas: “Es la historia de un hombre que cae de un edificio de cincuenta pisos. Para tranquilizarse mientras se desprende al vacío, no para de decirse: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien… hasta ahora todo va bien. Pero lo importante no es la caída, sino el aterrizaje…”. Finalmente el explosivo da contra el suelo y entre la fulgurante lengua del incendio, estalla en la voz de Bob Marley la canción Burnin´ and Lootin´ (Quemando y saqueando), entretanto el panorama se inunda con  cruentas imágenes de protestas, saqueos, devastación. Hombres armados con palos y piedras se enfrentan con las fuerzas policiales, el caos es la seña y  la humanidad fracasa  en una danza de fuego.

El preámbulo corresponde al inicio de la película de 1995 La Haine (El odio) de Mathieu Kassovitz, obra que generó un profundo impacto y que  hoy  aún es un testimonio vigente ante la traumática situación que se vive en Francia y que, a manera de herrumbrosa advertencia, vislumbra un peligroso escenario para muchos países del mal catalogado primer mundo. Este  filme fue inspirado en los acontecimientos de 1993, cuando la policía francesa mató a Makome M´Bowole, un joven de 17 años de origen congolés, que recibió  un disparo en la cabeza mientras se encontraba esposado en una comisaría. La furia se apoderó de las calles y los jóvenes de los sectores más deprimidos de Paris se lanzaron incontenibles contra la autoridad en un quiebre violento con el sistema.

La muerte a manos de la policía francesa de un muchacho de 17 años de ascendencia argelina, Nahel Merzouk, el 27 junio, desató la rabia de una parte de la sociedad y desencadenó saqueos y destrucción, suceso que ha sacudido al gobierno y a la ciudadanía. La imperante anarquía impuesta por la desenfrenada violencia  de los jóvenes ha golpeado al Estado, dejando ver la débil estructura  que sustenta a la nación gala y despertando vaticinios nada alentadores que pondrían en peligro la estabilidad de ese país.

Estos disturbios acentúan la tensión social que se acumula en Francia. Con cada vez mayor con frecuencia la expresión violenta se ha convertido en la forma de manifestación de los sectores desfavorecidos, sacudiendo a ese país. Las razones que motivan estos conflictos tienen su origen en la insatisfacción de varios estratos de la población, que es representada por jóvenes expuestos a carencias socioeconómicas: pésimas oportunidades laborales o desempleo, nula movilidad social, exclusión y discriminación racial, factores que han contribuido a volatilizar la relación de estos individuos con un Estado del cual perciben que están separados.

La muerte de Nahel Merzouk ha despertado la indignación de diferentes sectores de la población francesa

Entre los antecedentes de esta crisis merece una especial consideración el rol de Francia como potencia colonialista a partir del siglo XVI y el tiránico sometimiento ejercido sobre no pocos pueblos. La magnitud del Imperio francés alcanzó en su mayor auge  una superficie superior a los 13 500 000 km². Durante el reinado de Napoleón III la expansión en la conquista de África se convirtió en una prioridad para la Francia metropolitana;  el dominio galo se prolongó por más de un siglo en sus posesiones de ese continente; en la actualidad aún maniobra a favor de los intereses franceses. Luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) una enorme masa de inmigrantes de Túnez, Argelia y Marruecos llega a Francia para la reconstrucción de esa nación. Con el proceso de descolonización y la independencia de los países se originaron problemas en la economía de las antiguas colonias: naciones como Argelia fueron devastadas por una sangrienta guerra por la libertad y que destruyó el aparato productivo.

Desde los años sesenta y setenta del siglo XX hasta el presente, en las zonas periféricas de las grandes ciudades se asientan colonias de inmigrantes, convirtiéndose estos espacios en verdaderos cinturones de miseria. La vulnerabilidad de estas urbes se constata por la deficiente calidad educativa, la carencia de infraestructura y la elevada criminalidad,  factores que conllevan a una acentuada marginalización de la población árabe, negra, africana y musulmana.

La abismal diferencia de estos espacios urbanos convertidos en zonas herméticas, marchan en total desvinculación con el resto de poblaciones. El carácter aislacionista de esas comunidades ha sido promovido con la estigmatización, la nula oferta de desarrollo, la segregación y un creciente racismo que fragmentan la integración. Miles de jóvenes nacidos en ese territorio que no se identifican con Francia, son el objetivo de grupos extremistas  que capitalizan el descontento de esa juventud.

Por desgracia la violencia exacerbada y el vandalismo se han convertido en parte de las protestas

La ausencia de análisis y la poca capacidad de comprensión han generado evaluaciones superficiales. Alegatos simplistas responsabilizan a “grupos vandálicos de  negros” y a  comunidades musulmanas inadaptadas  que sin importar el origen estas deben deponer sus valores tradicionales en detrimento de un modelo occidental. Prejuicios, ignorancia e hipocresía alimentan a esas posturas. Los Estados colonialistas como Francia impusieron modelos de dominación que arrasaron elementos étnicos, religiosos, culturales y ocasionaron el desmembramiento territorial a costa de la explotación vergonzosa de las  riquezas de decenas de naciones a las que sumieron en la esclavitud y condenaron a un  futuro miserable.

Los traumáticos hechos que golpean a los franceses brindan una oportunidad para estudiar distintas problemáticas contemporáneas.  Es una advertencia de lo que puede suceder si la intolerancia, la pobreza y el racismo continúan separando a la humanidad como si no fuese una sola especie. Nuestros objetivos deben ser la exaltación de la vida, la construcción de sociedades humanísticas y un drástico cambio en la relación con la naturaleza. Ignorar el peligro que representa la desigualdad y la exclusión es dejar  la puerta abierta para que el odio nos consuma. Respetar las diferencias y promover la justicia extinguirá las amenazantes voces que danzan entre el crepitar de las llamas: Burning and a-looting tonight…  Burning and a-looting tonight…  Burning all illusion tonight.

@EduardoViloria


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