Cualquier hombre que quiera ser presidente o es un ególatra o un loco” (Dwight D. Eisenhower)

El Partido Popular arrasa en la ciudad de Madrid y Ayuso celebra que "la libertad triunfó"
Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado  Foto EFE

Una vez más, la realidad supera a la ficción. Una vez más, asistimos a la ceremonia del desconcierto, del sinsentido, del descaro.

Hace ya tiempo que, al menos en este país en el que nos toca sobrevivir, los políticos en general han decidido que ya no es necesario seguir guardando las apariencias, de tal modo que ahora exhiben a las claras cuáles son sus motivaciones para estar en política. Antaño, el político se imbuía de una pátina de vocación, de un supuesto interés por el servicio público. Ahora, definitivamente, los políticos españoles exponen a las claras que esto es un negocio, ni más ni menos. Una vía para llevárselo crudo, cuanto más y cuanto antes, mejor.

La prevaricación se ha convertido, por tanto, en un valor en alza. Si, además de fórrate tú, puedes favorecer a un buen puñado de amigos, mejor que mejor.

Si, ya de paso, puedes malversar el dinero público, ofreciendo subvenciones de todo tipo con el fin de comprar votos, pues adelante con ello.

Son muchos los ejemplos de mala utilización del dinero público. Utilización fraudulenta incluso o, al menos, bordeando la legalidad. Algunos de ellos, la mayoría diría yo, por parte de los grupos de izquierda.

Por enumerar algunos, Mónica García, candidata en las últimas elecciones a la comunidad de Madrid y parlamentaria del partido Más Madrid, ha sido conminada recientemente a devolver 13.000 euros que cobró indebidamente como parlamentaria con dedicación exclusiva, estando de baja laboral como médico anestesista. De esto se dieron cuenta los servicios de la Cámara, no ella, como ha dicho en reiteradas ocasiones.

Otro ilustre de nuestra izquierda, Juan Carlos Monedero, está ahora en el disparadero y, por ende, su formación política Podemos, merced a las declaraciones del Pollo Carvajal, en las que ha asegurado ante el juez que este “canalizaba y distribuía las inyecciones millonarias de los presupuestos de Venezuela a través del Centro de Estudios Políticos”, fundación embrionaria de Podemos. Así mismo, el Pollo ha implicado en estas prácticas fraudulentas a Carolina Bescansa y otras personas vinculadas a Podemos.

Esto, de ser demostrado, podría calificarse de traición, en tanto que un partido financiado por una potencia extranjera con el fin de interferir en la política nacional desestabilizándola puede ser ilegalizado, además de afrontar las consecuencias legales oportunas.

Pero la prevaricación alcanza a las más altas instancias. Nuestro presidente,  Pedro Sánchez, ha colocado, por poner un ejemplo, a su mejor amigo y compañero de baloncesto Ignacio Carnicero como director general de Agenda Urbana, puesto creado especialmente para él y por el que se desconoce cuánto vamos a pagarle los españoles con nuestros impuestos. Es uno más de la lista de más de veinte personas afines que Sánchez ha ido desgranando en diversas instituciones y cargos públicos; Jordi Sevilla en Red Eléctrica, Jesús Huerta en Loterías del Estado, José Vicente Berlanga en Enusa, los tres con una retribución superior a los 200.000 euros al año. Juan Manuel Serrano, en Correos, con 191.000 euros anuales  y Oscar López, en Paradores, con 180.000 euros. La lista es tan larga que no viene al caso enumerarlos a todos.

No deja de resultar paradójico que mientras todo esto ocurre, el ministro Jose Luis Escrivá vaya a llevar a cabo irremisiblemente una subida de las cotizaciones para poder afrontar el pago de las pensiones, sin mencionar su propuesta de alargar la vida laboral hasta los 75 años.

El sobredimensionado aumento de los asesores y demás cohorte de este gobierno no tiene parangón en nuestra democracia.

No obstante, no se circunscribe solo al ámbito económico la desnaturalizada situación política que estamos sufriendo. Ni tampoco se enmarca solo en el entorno de las izquierdas. En estos días estamos viendo, con estupor en mi caso, una situación en el seno del Partido Popular a todas luces inverosímil. Resulta que Pablo Casado, ante el aumento de la popularidad de Isabel Díaz Ayuso, ha decidido boicotearla, al ver peligrar su puesto de presidente del PP y, por tanto, futuro candidato a las elecciones a la presidencia del gobierno.

Es inaudito que un partido en clara decadencia como el PP pueda permitirse tratar de apartar a aquellos que, de alguna manera, le están sosteniendo. Y digo aquellos porque en esta batalla todos pierden y José Luis Martínez-Almeida, persona infinitamente más válida que el becario Casado, ha asumido el papel de palmero de este último, sin caer en la cuenta de que le arrastrará en su inevitable caída.

De este modo, el ego de Casado se lleva por delante dos pesos pesados, ambos, indudablemente, con capacidad de levantarle del asiento. Inteligente jugada, la de Pablo Casado, aunque me cueste reconocerlo. Pero esto no le acredita como buen político, sino como dotado conspirador.

Tendremos que plantearnos, como votantes, lo que parece que no se plantea el PP como partido, y es si queremos como presidente a otro social demócrata, que a fin de cuentas es lo que representa Pablo Casado. El mismo perro, con distinto collar. Y por ende, otro ególatra como el que actualmente sufrimos.

Este, no obstante, es un mal endémico del Partido Popular. Recordemos cómo se llevó a cabo la defenestración de Alberto Ruiz Gallardón y de todo su equipo en cuanto dio muestras de sobresalir de la mediocridad popular. Otro muerto por fuego amigo en el partido de Génova.

Así, pues, dado que no tenemos otro remedio que participar en el juego democrático, nunca mejor definido, les conmino, como ya he hecho en otras ocasiones, a que rompan los cánones. Quítense las etiquetas; las etiquetas atan, limitan. No sean derecha o izquierda, no sean azules o rojos. Sean ustedes.

Y antes de acometer una acción tan determinante como es el voto, reflexionen.

Sean consecuentes. Y sean felices.

@julioml1970

 

 


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