Foto Prensa Miraflores

El proceso de crecimiento acelerado de la acumulación de capital asumido por las nuevas Repúblicas conformadas en el último siglo (XX y XXI), exigencia extrema en algunas de ellas por razones geopolíticas, condujo a comportamientos extraordinarios económicos y sociales en las políticas de Estado, la competencia por alcanzar a las primeras transformaciones capitalistas iniciadas en el siglo XVIII se convirtió en problemas de seguridad nacional y nos condujo a dos guerras mundiales.

Independientemente de que la cantidad de Estados emergentes africanos, que durante el siglo XX rompieron con el poder colonial, el esfuerzo principal de rupturas estuvo en la superación del atrapamiento feudal milenario, en la cual vivían las economías agrarias de sociedades asiáticas y euroasiáticas muy importantes, como lo eran Rusia, la India, China, Japón, Pakistán, Turquía e Irán,

En casi todas estas últimas, ubicadas la mayoría en el universo asiático, privó el criterio de que todos los problemas de los nuevos Estados eran de fácil resolución, siempre y cuando su poder militar e industrial creciera, gestándose un proceso de aceleración urbana, que descansó en una intensa migración campo-ciudad, en la transformación de los campesinos pobres en una nueva clase obrera, en el desarrollo de la industria pesada y en la preparación para la guerra.

El carácter universal del capitalismo, los profundos cambios en la economía y en la estructura de la sociedad, durante trescientos años solo se pusieron en marcha en Occidente, las revoluciones antifeudales y sus múltiples implicaciones sociales y políticas solo avanzaron en un espacio pequeño, Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania, quedaba pendiente el mundo euroasiático, África, Iberoamérica.

Competir por los mercados, las ganancias, el progreso científico y técnico y el prestigio cultural europeo, empujó a los nuevos conductores y el activo progresista que los acompañaba, a modificar sus planes y proyectos democratizándolos, banderas con las cuales desarrollaron una buena parte de su práctica política.

Sin embargo, el proyecto democratizador original fue modificado como consecuencia del ejercicio del poder sin control social organizado, que además fueron estimulados por las aspiraciones hegemónicas tanto grupales como personales, relativamente fáciles de imponer a sociedades agrarias, integradas por campesinos pobres completamente ausentes en la mayoría de los casos de cualquier tipo de educación y sobre todo de prácticas políticas democráticas.

Hay un abismo, entre el extraordinario ejemplo de participación democrática en el proceso insurreccional ruso, conducido por las organizaciones de base de obreros y soldados (soviets), que hicieron posible desmontar el imperio zarista y sus fuerzas de seguridad, y el camino posterior de asalto al poder político, con el desconocimiento de la legalidad, del Estado de Derecho, de la pluralidad democrática, e hizo posible la victoria e imposición de una conducción hegemónica de partido único, caudillista y burocrática, gobierno apoyado en la represión sistemática e incluso en terrorismo de Estado.

Este nuevo modelo de comportamiento político desarrollado en el Oriente, conocido como leninismo, tuvo en Stalin, luego en Mao Tse-tung y posteriormente en Fidel Castro, destacados capitanes, y hasta el presente sus herederos compiten por la imposición de proyectos universalmente autoritarios, con una fachada de Occidentalización que en buena medida es producto de la presión estructural y de la percepción progresista cultural y política actual de su población.

La transformación económica capitalista desarrollada en el siglo XX ha sido muy desigual, pero la esencia de la gestión económica ha sido y sigue siendo liberal, independientemente de las tendencias presentes, determinadas fundamentalmente por la cultura de los pueblos y de los recursos económicos presentes.

El capitalismo es hoy un modelo económico universal, pero con tonos y expresiones políticas aparentemente diferentes, pero también agrupables como consecuencia de la calidad del desarrollo histórico, social, cultural y político  de los pueblos que integran nuestra humanidad, así que tanto Nicolás Maduro, como Díaz-Canel, Daniel Ortega y Evo Morales y sus asociados responden a la dinámica de la acumulación salvaje de capital, tanto del suyo como el ajeno.

En paralelo en el proceso económico capitalista liberal, cuyo punto de partida es europeo, avanzó toda una discusión política sobre el cómo conducirse mejor en la construcción organizativa del Estado, de tal forma que las diversas contradicciones que se generaran entre el capital y el trabajo tuvieran pronto eficaces soluciones.

Y los pensadores políticos más avanzados de los siglos XVII, XVIII y XIX, tanto ingleses como franceses y luego los alemanes, desarrollaron toda una concepción liberal-democrática, aprendida de las crueles e inhumanas experiencias autoritarias de las monarquías europeas, de la cual sobran los ejemplos, y uno de ellos es el reinado de Luis XIV, quien afirmaba “el Estado soy yo.”

Comprender que la diversidad de intereses y aspiraciones personales y grupales son un lugar común y permanente en la comunidad condujo a la formulación del principio de la alternabilidad en la dirección del Estado, premisa frecuentemente irrespetada con trágicos y muy crueles resultados, para las sociedades cuyas limitaciones de poder la convierten en cautiva de las pretensiones hegemónicas, caudillistas y continuistas como es el caso venezolano.


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