• “Las alianzas son matrimonios de conveniencia formados al calor de necesidades inmediatas o urgentes”, sostiene el historiador George Herring – U.S. Foreign Relations Since 1776
  • Ernest Bevin, arquitecto de la OTAN: “Nos apareamos, no por amor, sino por interés”
  • De la invasión de Hitler a la Unión Soviética en 1941 surgió “la necesidad urgente” de derrotarlo. La alianza de países y de fuerzas militares más amplia, diversa y compleja jamás conocida, lo derrocó en 4 años
  • ¿Por qué, durante más de 20 años, la oposición venezolana aún no ha sentido esa “necesidad urgente” de derrotar al régimen bolivariano?

Con ese amplio sentido práctico e histórico que lo animaba, Churchill ofreció su noción de alianza: “Cualquier hombre o estado que luche contra el nazismo tendrá nuestra ayuda. Cualquier hombre o estado que marche con el nazismo será nuestro enemigo”. Aparte del objetivo de derrotar a Hitler, nada en común distinguía a los Tres Grandes, como entonces se les llamó. Roosevelt, un populista demócrata y anticolonialista. Churchill, un furioso colonialista, aristócrata y paladín del Imperio Británico. Stalin, un campesino de las estepas de Georgia, tirano, genocida y líder comunista.

Los tres debieron deponer abismales diferencias de personalidad, ideológicas y culturales para resolver enormes diferencias en doctrina militar, estrategia o en lidiar con los monumentales egos de Eisenhower, Marshall, De Gaulle, Montgomery, Bradley, Patton y Zhukov. O conciliar fuerzas encontradas entre grupos aliados como los rebeldes comunistas de Mao Zedong y los nacionalistas de Chiang kai-Shek en China; la resistencia de Mahatma Gandhi en la India; la resistencia francesa a los nazis y al gobierno de Vichy. Sin contar la implacable oposición republicana en Estados Unidos y la laborista en Gran Bretaña. Todo un ecuménico esfuerzo de planetaria coordinación solo para derrotar a un enemigo común, Hitler. ¿Por qué es tan complicado entender esto en nuestro pequeño y simple país?

El amor y el interés

En más de 20 años de gobierno despótico en Venezuela, nadie ha podido articular seriamente cuál ha sido la estrategia de la oposición para desalojar del poder a esta pandilla. Todas las ocurrencias políticas implementadas parecieran haber sido sometidas a prueba y error. Desde el falso dilema de “¡dialogamos o nos matamos”! hasta la invasión Gedeón.

Un desaprensivo político extranjero que haya visitado a Venezuela estos tiempos y lea la reseña de los medios de comunicación sobre las disputas que han enfrentado los dirigentes opositores por la sucesión de Maduro podría pensar que se trata de una reedición tropical de la Guerra de la Sucesión Española que culminó con los Tratados de Partición. Como la realeza europea, partidos de oposición venezolanos han negociado sus propios “tratados de repartición” y, pese a ser liliputienses en números, las ambiciones personales son tan insaciables que ni siquiera la quiebra del Estado venezolano los ha incitado a unirse. La fragmentación de grupos opositores no es exclusiva, ni tradición o característica de la política venezolana, pero lo extraño de esta anomalía criolla es la inexistencia absoluta del instinto de sobrevivencia social tan común en otras sociedades.

La perpetua crisis existencial opositora ha hecho dudar a miembros de la coalición de países solidarios con una salida a la crisis venezolana, si en realidad esto es posible, después de 20 años de frustraciones y fracasos. Si se analizan con objetividad algunos de los factores que han provocado aislados avances positivos de la oposición en el curso de estos años, es fácil advertir que más que los méritos de una estrategia bien concebida han sido el resultado de desaciertos de Chávez o de Maduro. Y en estos casos siempre ha sobrevenido, por parte del gobierno, la recuperación del terreno perdido. El triunfo del referendo sobre la Reforma Constitucional, encabezada por el general Raúl Baduel, fue diluido con su prolongado encarcelamiento. Para el liderazgo de entonces, Baduel fue un rival menos en la arena opositora que rehusaron defender.

El control de la Asamblea Nacional en 2018 engendró el gobierno interino de Juan Guaidó y la extraordinaria coalición de 60 países liderados por Estados Unidos. Por primera vez el liderazgo opositor tenía nombre, apellido y un respaldo internacional sin precedentes. Pronto se crearon expectativas irreales, comenzando por un hecho inesperado; la diplomacia de Estados Unidos, por primera vez en su historia, se encontraba en las manos inexpertas de un presidente y un secretario de Estado, ambos sin experiencia alguna en política exterior.

Por razones que solo el realismo mágico podría explicar, grupos de opositores, cargan con todos estos errores de 20 años a Juan Guaidó, añadiendo frívolas acusaciones. Son los mismos que hace poco reverenciaban a un Trump acusado en su propio país de desafueros solo comparables con el gobierno bolivariano de Venezuela, el de los Ortegas de Nicaragua, de los Kirchner en Argentina o del bandidazo de Lula en Brasil. Otros líderes de la oposición que en alguna ocasión se habían mofado de la pasividad del gobierno de Estados Unidos, se alarmaron con la “opción militar sobre la mesa”.

La condescendencia opositora

En nuestros años de corresponsalía en Nueva York pudimos conocer de las peregrinaciones a Washington de líderes opositores con diferentes y particulares agendas. No hubo una voz opositora venezolana coherente que haya servido de referencia a los gobiernos demócratas o republicanos de este milenio. Algunos opositores solicitaban a Washington más acción, otros exigían apoyos financieros y no faltaron los que, encandilados por los anuncios de diálogos, llegaron a exigir más condescendencia con los dos regímenes bolivarianos. El propio exalcalde Antonio Ledezma, insospechable de simpatías gobierneras, por el trato que le dieron, de visita en Washington y en reunión con el Instituto Republicano, una fuente de entonces nos reveló que prácticamente les rogó que cesara el “asedio” al presidente Chávez porque era “contraproducente para la oposición”. Ledezma también viajó a Brasil para defender el ingreso de Venezuela a Mercosur, un logro del gobierno de Chávez, a pesar de que violaba la cláusula  democrática de la organización. Un republicano nos comentó con sorna; “Lo que no entiendo es… ¿por qué los odia Chávez?”

En aquellos tiempos, opositores criticaban a Estados Unidos porque en el ejercicio de su geoestrategia global de seguridad le ofrecían a Chávez, ¡oh Dios!, un pretexto más para ejercitar su demagogia populista contra esa oposición condescendiente. Fueron tiempos extraños. !Opositores recomendándole al Tío Sam morigerar su política exterior para no provocar la ira de Chávez! Más tarde, muchos de los opositores partidarios de esta política de condescendencia, le rendían pleitesía a Trump entusiasmados con la sola probabilidad de que sus marines pudieran invadir a Venezuela.

Si la regla de oro para diseñar una estrategia vencedora en una confrontación es “conoce a tu enemigo”, como recomendaba el célebre estratega Sun Tzu, hay razones para explicarse por qué la oposición venezolana, después de 20 años, aún no tiene claro quién es el enemigo y quiénes sus aliados, mucho menos saber cuál debe ser la estrategia. La oposición venezolana no se ha puesto de acuerdo ni siquiera para determinar la naturaleza de su ¿enemigo? Durante estos años ha creado un glosario político ambiguo que habla “de un gobierno camino hacia el totalitarismo”, “dictadura light” “dictadura blanda””, “pre totalitarismo”, “autoritarismo”, “militarismo”, “personalismo” y “mesianismo”. Recientemente se habla tímidamente de “autocracia” y los muy audaces la califican de “dictadura”.

El politólogo e investigador Gregory Mahler, como si los comprendiera, sostiene que “la autocracia es lo mismo que dictadura, pero el primero es usado con más frecuencia para transmitir algo menos siniestro de lo que implica “dictadura”.

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