Hace un año inicié por cuenta propia, contra vientos y mareas, una campaña para crear conciencia sobre la importancia de poner fin a la crisis venezolana a través de una solución democrática, incluyente y sostenible, en la que el chavismo debía tener participación.

Bajo una visión incoherente, poco inteligente, el radicalismo opositor se embarcó en una narrativa a favor de la satanización y eliminación del chavismo, sin distinguir entre los que han cometido delitos contra la patria y la base popular que en nada es responsable.

Recuerdo una encuesta realizada en octubre de 2018 por un influencer venezolano muy conocido en Twitter, donde preguntaba abiertamente sobre la posibilidad de aplicar un holocausto al chavismo. Para mi sorpresa obtuvo una importante votación, 97% estaba de acuerdo con la barbarie. Como no se puede creer en todo lo que pasa por las redes sociales, la encuesta de la consultora GBAO, abril de 2019, página 38, afirma que 58% de los encuestados está a favor de la expurgación del chavismo.

Este drama que divide a los venezolanos y profundiza las heridas ocurre bajo la mirada de la cúpula del liderazgo opositor, que ha desaprovechado la oportunidad de dirigir una campaña por el entendimiento y la reunificación del pueblo de Venezuela, puesto que este tema les resta el apoyo de los sectores radicales y les baja la cantidad de retweets.

Con la llegada de Juan Guaidó y la estrategia del 23E se dieron algunos pasos temerosos en función de intentar seducir al chavismo de base, a los disidentes y a los críticos; esto con la intención de buscar poyo para el llamado gobierno de transición y quebrar el “pie de fuerza” de Nicolás Maduro.

Sin entender los códigos del chavismo y menospreciando un proceso que durante 21 años ha logrado una conexión ideológica con su base, la oposición del 23E pensó que, con un discurso simplista y pidiendo un “cambio de bando”, podía conseguir el objetivo.

Salvo algunas excepciones, el liderazgo opositor no cree en la inclusión verdadera y en un gobierno de amplitud nacional junto al chavismo, siendo así, ¿cómo el chavismo puede apoyar una propuesta que atenta contra su propia existencia?.

Las recientes declaraciones del número dos del Departamento de Estado para América Latina, Michael Kozak, confirma la equivocación que ha tenido una buena parte de la oposición. En sus propias palabras Kozak sostiene que “el chavismo tiene que ser parte de la solución, el PSUV representa a una buena parte de la población de Venezuela y en el futuro es imposible ignorar a ese partido”. En lo único que difiero de Kozak es cuando iguala al chavismo con el PSUV.

El chavismo trasciende al PSUV. Existen miles de personas que aún se identifican con Hugo Chávez, pero, se apartan del partido de gobierno y mantienen serias críticas a las desviaciones que nos condujeron a la crisis. Quizás los chavistas ya no no sean la masa política de los años mozos, pero coincidimos en que todavía es una importante fuerza social y política.

Kozak le imprime definición a lo que ya había dicho Elliot Abrams en el Atlantic Council en abril de este año, cuando por primera vez un funcionario de alto nivel, perteneciente gobierno de Estados Unidos, habló públicamente sobre el chavismo y la necesidad de su inclusión.

Por otro lado, he sido testigo de cómo otros altos funcionarios de la administración norteamericana han abogado por una solución a la crisis de Venezuela que incluya a todos los sectores, siempre que defiendan los valores de la democracia; entre ellos reconozco a Keith Mines, quien hasta hace poco fue director de Asuntos Andinos del Departamento de Estado y director para Asuntos de Venezuela, o Juan Cruz, quien fue director de Asuntos del Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Suena frustrante, pero estas personas han estado más comprometidas con la inclusión que los propios líderes de oposición.

La exclusión y el menosprecio del chavismo que sí quiere cambio, han sido factores determinantes en la pérdida del momentum político que atraviesa la oposición del 23E; olvidaron que en una lucha vale más sumar que restar. Hoy, desgastados, agobiados por la falta de resultados y sin rumbo definido, siguen sin entender la importancia de construir un Gran Acuerdo Nacional, el cual va más allá de querer salir de Maduro, es la posibilidad de poder tener un país vivible.

Ha sido un error presentar una propuesta de transición anclada exclusivamente a la figura de Juan Guaidó, Voluntad Popular y el resto de los partidos del G4; esto hizo que el proceso fuese percibido como excluyente y parcializado hacia un grupo político determinado.

La lucha de todos, incluyendo a la comunidad internacional, es detener el sufrimiento del pueblo venezolano a través de unas elecciones universales y garantizadas.

Cualquier salida democrática e irreversible debe tener cara, olor y sabor a pueblo; debe ser incluyente para contar con el apoyo de las amplias mayorías.

Como bien dijo Kozak, el compromiso es con las instituciones y el pueblo de Venezuela no puede ser con una persona. Esta batalla no se trata de quitarle el caramelo a unos para entregárselo a otros; en el final de la crisis, los ganadores deben ser todos los venezolanos y los perdedores serán quienes atentaron contra la patria.


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