El 2 de febrero se cumplió el aniversario sesenta de un encuentro de relevante significación para la democracia en Latinoamérica. En efecto ese día, el 2 de febrero de 1962, Rafael Caldera, de 46 años de edad, líder de la democracia cristiana venezolana y para ese momento presidente de la Cámara de Diputados del Congreso de nuestra República, dispensó una visita al hogar del ya para la época legendario canciller de la República Federal de Alemania, Konrad Adenauer, que con sus 86 años de edad cumplía su tercer mandato como jefe del  gobierno de su país. Juan José Caldera en su libro Mi testimonio  recoge lo fundamental de aquel encuentro de su padre con el canciller: la cooperación de la Fundación Konrad Adenauer  en nuestra región, principalmente en lo que se refiere a la formación de cuadros juveniles  en los valores y principios de la doctrina social cristiana. Gracias a la convincente solicitud de Caldera y a la entusiasta recepción de Adenauer,  el apoyo de la Fundación se tradujo al poco tiempo en el establecimiento en Caracas  del Instituto de Formación de la Democracia Cristiana, Ifedec, bajo la dirección de otro ilustre venezolano, Arístides Calvani.

Superadas las pasiones que acompañan cualquier época histórica, el tiempo que transcurre sin prisa ni pausa  va macerando los juicios y ponderando en su justa medida la real importancia de los acontecimientos. Esta aseveración la traigo a estas líneas por dos razones:  en primer lugar señalaría la inmensa tarea que le ocupó realizar a un conjunto de estadistas  de formación y militancia en partidos demócrata cristianos (es el caso destacado de Adenauer, pero también de Alcide De Gasperi y Robert Schuman) en el duro despertar y despliegue de sus naciones de las cenizas de la guerra,  como en la construcción de la unidad europea,  una conquista civilizatoria de primera magnitud;  y en segundo lugar destacaría también  el rol de líderes  latinoamericanos, el caso prominente de Caldera, de Frei y de Aylwin, estadistas  que coadyuvaron decisivamente , contra todas las dificultades  características de la tradición autoritaria de nuestro medio, en la creación de sistemas democráticos  guiados por el Estado de Derecho, donde se respetaran y fomentaran las libertades ciudadanas.

Por sobre todo quiero resaltar  la importancia del testimonio de estos hombres, todos fervorosos católicos, en sus convicciones y en su ejemplo, que no dudo en calificar como idealistas prácticos, pues al unísono de su fe, sus creencias y su testimonio como cristianos, tuvieron el valor y capacidad de demostrarlo en la  vida práctica, en el duro hacer  de la vocación política al servicio de sus semejantes. Cristianismo y democracia, en efecto, son dos conceptos que hoy  no se pueden disociar, es más, cabalgan como nunca lo habían hecho  en la historia, en una provechosa unión para beneficio del ser político y la conducción de los pueblos, como lo demuestra el ejemplo aquí resaltado.

Robert Schuman, uno de los  arquitectos de la Unión Europea ,  como lo he mencionado, recoge en estas esclarecedoras palabras el sentido de la relación cristianismo y democracia, y su pertinencia para un mundo extraviado como el que nos ha tocado vivir: “La democracia debe su existencia al cristianismo. Nació el día en que el hombre fue llamado a realizar en la vida de todos los días la dignidad de la persona en su libertad individual, en el respeto de los derechos de cada uno y en la práctica del amor fraternal para con todos. Nunca, antes de Cristo, se habían formulado semejantes conceptos”.  Si  la sagrada dignidad de la persona humana, el respeto a los derechos humanos y la solidaridad y fraternidad entre los seres humanos, están de forma inextricable compenetrados en el mundo de hoy, no tengo dudas que la fecunda relación entre el cristianismo y la democracia  adquiere una importancia creciente imposible de soslayar, como nos lo demuestra el encuentro  en estas líneas recordado.


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