En el número 28 de la revista francesa Évidences, publicado en noviembre de 1952 bajo el patrocinio de L’American Jewish Committee, el mundo conocería una historia —tan sorprendente como conmovedora— contada por la germanista y crítica literaria Marthe Robert que involucraba a Franz Kafka, la actriz polaca Dora Dymant (su última compañera sentimental) y una niña —hasta hoy desconocida— en un parque de Berlín.

El texto revelador llevó por título «Notes inédites de Dora Dymant sur Kafka»; fue traducido al español y publicado al año siguiente en el número 43-44 de la revista bonaerense Davar, editado por la Sociedad Hebraica Argentina. Después de eso y fuera del mundo académico-literario, la historia «permaneció durante años encerrada en las páginas de dos revistas no demasiado conocidas», en el decir de Josef Cermák; sin embargo, siguió publicándose ocasionalmente en medios literarios, especialmente judíos, como es el caso del Jewish Chronicle Literary Supplement, en cuya edición del 15 de junio de 1984 el crítico británico Anthony Rudolf publicaba un artículo titulado «Kafka and the doll».

Ahora bien, ¿qué fue lo que Marthe Robert reveló en aquella edición invernal de 1952 de la revista Évidences, tres meses después del deceso de Dora Dymant? Lo primero que hay que decir es que Robert se esmeró, con delicada consideración, en destacar la influencia «luminosa» de Dymant en Kafka el último año de su vida; en Dymant encontró el escritor checo la ansiada paz del amor. Más allá del autor de La metamorfosis, no obstante, la actriz polaca brilló con una luz especial, y lo hizo con significativa discreción tras la muerte de aquel.

Robert reveló en aquellas «notas» dos anécdotas sobre Kafka que no estaban en el «cuaderno» de Dymant, y que esta contó de viva voz a la filóloga francesa. De ellas, una es de notable mención. Nos hemos inclinado por la versión en español de la revista Davar:

«Cuando estábamos en Berlín, Franz iba a menudo al parque de Steglitz. Yo lo acompañaba a veces. Un día encontramos a una niñita que lloraba y que parecía completamente desesperada. Le hablamos, Franz la interrogó y supimos que había perdido su muñeca. Al instante Kafka inventa un cuento bastante plausible para explicar esta desaparición. “Tu muñeca se ha ido simplemente de viaje, lo sé, me lo escribió en una carta”. La niña parece sospechar. “¿La tienes contigo?”. “No, la olvidé en mi casa, pero te la traeré mañana”. Intrigada, la niña ya ha olvidado a medias su pesar.

»En cuanto llega a casa Franz se pone a escribir la carta y se entrega a esta labor con la misma gravedad que para componer una obra, en el mismo estado de tensión que se apoderaba de él apenas se sentaba junto a una mesa, ya sea para escribir una carta o un telegrama. Era, por otra parte, un verdadero trabajo, tan esencial como los otros, ya que a todo precio era necesario que la niña no fuera engañada, sino realmente calmada, que la mentira fuera pues transformada en verdad mediante la verdad de la ficción.

»Al día siguiente corrió a llevar la carta a la niñita que la esperaba en el parque. Como no sabía leer, él le leyó la carta en voz alta. La muñeca declaraba que estaba cansada de vivir siempre en la misma familia, expresaba su deseo de cambiar de aire, en una palabra, de alejarse de ella, niñita a quien mucho quería, pero de la cual deseaba separarse un poco. Prometía escribir todos los días y de hecho Kafka escribió todos los días una carta relatando aventuras renovadas sin cesar y que evolucionaban muy rápidamente conforme al ritmo particular de la vida de las muñecas. Al cabo de unos cuantos días, la niña olvidó la pérdida real de su juguete y solo pensaba en la ficción que se le ofrecía en cambio.

»Franz escribía cada frase de la novela con una minucia y una precisión plena de gracia que volvía a la situación muy aceptable: la muñeca creció, frecuentó otras escuelas, conoció otras personas. Siempre seguía confirmándole a la niña el cariño que le inspiraba, pero hacía alusión a la complicación de su vida, a otros deberes, a otros intereses que le impedían por el instante volver a seguir la vida en común. Invitaba a la niña a que reflexionara sobre esto y a que se preparara para el renunciamiento inevitable.

»El juego duró por lo menos tres semanas, y Franz se sintió terriblemente angustiado por la sola idea de terminarlo, pues el final debía ser justo, es decir, capaz de sustituir con un orden al desorden provocado por la pérdida del juguete. Buscó mucho tiempo y decidió por fin casar la muñeca. Describió primeramente al joven, el noviazgo, los preparativos de la boda y luego con todos sus detalles, la casa de los recién casados: “Tú misma comprenderás —decía la muñeca— que deberemos renunciar a vernos”. Franz había resuelto un pequeño conflicto infantil mediante el arte, el medio más eficaz de que disponía personalmente para poner orden en el mundo».

Me parece que después del final de Dymant no hay más que añadir: el arte en tanto que medio para ordenar nuestro cosmos; o quizás sí… Hay otra anécdota, que ubica a Dymant y Kafka en la costa del Báltico, hacia 1923, cuando se conocieron. Transcurría una cena en honor a Kafka; un niño tropezó y cayó, y justo antes de que estallaran hilarantes las burlas, Franz exclamó: ¡Qué bien te has caído y qué magníficamente te has levantado! Sin duda, en estas notes inédites hay una lección de cómo debemos tratar con el mundo de los niños. Nos las dio alguien que, de chico, sufrió como pocos el de los adultos…


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