Estamos en época de graduaciones, de discursos, de llantos, de despedidas. Escribo esto porque mi hija menor se graduó de bachiller: culminó una etapa y camina hacia otra. Una graduación es un acto muy conmovedor, pues uno recuerda al hijo chiquito, empezando el colegio en pre-kinder y entre saltos de fotos que abarcan toda la primaria y la secundaria, se llega a un final que llena de alegría con sabor a nostalgia.

Estaban presentes las profesoras elegidas como madrina; estaban ciertas profesoras de primaria que fueron relevantes en su vida; estaba, pues, todo el que quiso estar por sentir la cercanía con los grupos. Quisiera centrarme en los discursos, tanto de la directora, como de las alumnas elegidas por mayoría de votos y la mamá a la que le tocó darlo en representación de las madres y padres del grupo. Fueron pertinentes y bellos, propicios para la ocasión.

Dirigirse a un grupo de alumnas que se gradúa en un país como el nuestro no es fácil. La directora, sin embargo, lo hizo muy bien, pues los colegios tienen la misión no solo de educar académicamente a los alumnos, sino de transmitir también valores que ayuden a los graduandos a ser personas de bien. Por eso, muy a pesar de la situación que vivimos, su discurso fue optimista y alentador y para para mi sorpresa, todas las muchachas se quedan en el país. Las animó a ser agentes de cambio en donde quiera que fueran y a luchar por una mejor Venezuela, siendo ellas mejores personas.

Los discursos de las dos muchachas, una de cada sección, fueron emotivos. Se dirigieron a sus compañeras con cariño, entusiasmándolas a ser mejores y a rendir el fruto de todo lo que habían aprendido en el colegio. Una de las dos entró en el colegio en cuarto año, y lejos de ser desplazada por el resto, fue de lo más bien recibida. Esto dice mucho de los sentimientos del grupo, capaz de acoger a una muchacha nueva, recién llegada. Los discursos estaban llenos de recuerdos vividos juntas, bien sea en el salón, en el recreo, en reuniones fuera del colegio. En fin, recordaron muchísimos momentos inolvidables que llenan el alma.

El discurso de la mamá fue muy bueno, muy directo. Habló del Colegio, de todos los valores que aprendieron las muchachas en su recorrido de 13 años, de lo mucho que le debían a tanta gente que intervino en su formación y de lo agradecida que debían estar. Las animó a ser fieles a sus principios en un mundo difícil; las exhortó a estudiar, a ser mejores, y a no desentenderse del colegio y de sus amigas. Al culminar esta etapa empieza otra, y la vida sigue con sus demandas e inquietudes, y hay que ser fuertes para enfrentarla.

Mientras vivía el acto de graduación pensaba, también, en la cantidad de muchachos no escolarizados que tenemos en el país. Definitivamente hay un grupo privilegiado, pues lograr cursar la primaria y el bachillerato completo y en una relativa paz es, sin duda, un regalo del cielo. La educación de calidad, como lo han vivido muchos en sus colegios, es un don que hay que agradecer a los padres y profesores. Por eso hay que ofrecer a la vida, al país, esos dones que se han recibido, no gratuitamente, a esos otros que no han podido estudiar. Hay muchas iniciativas que abordan estas carencias de manera creativa. Los que han recibido algún tipo de educación ayudando a los que no han cursado estudios o lo han hecho muy pobremente, con profesores que nunca llegaron a su clase. En el país se están abriendo cauces para ayudar a solventar el problema de la educación. Hay que unirse a uno de estos grupos o apoyarlos para que la incidencia sea mayor. Empezar a enseñar a alguien que desee aprender es ya un primer paso importante. Todos podemos sembrar nuestra semilla y, con el paso del tiempo, veremos cuánto ha fructificado.

Estas jóvenes que acaban de graduarse tienen que saber que son privilegiadas y es necesario que lo sepan, para que sientan la inquietud de poner su granito de arena enseñando a otros.


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