Ya comenzamos a leer comentarios, afirmaciones y rumores sobre una eventual “elección” del candidato de la “oposición” para la elección del Presidente de la República en 2024. Esta votación o sufragio pareciera estar planificada para que se realice en 2023 y la denominan “las primarias”. Se han mencionado hasta ahora a doce interesados en participar en “las primarias”.

Coloqué varios términos entre comillas. El primero fue la palabra “elección” porque me pregunto si un proceso electoral sin un mecanismo y reglas definidas puede ser considerado como una elección. El segundo término entre comillas fue “oposición” porque se desconoce qué es la “oposición” y quiénes componen su población electoral o electorado. El último fue “las primarias” porque creo que pudiera resultar confuso o engañoso.

Mi primera observación –y no debemos engañarnos- es que estas “primarias” no son el mecanismo electoral vigente en Venezuela –que es “peor que pésimo”, por cierto- para elegir al Presidente de la República y, por ello, creo que se asemeja a una estrategia pre-electoral de una parte de los electores para proponer una candidatura para competir según el mecanismo electoral vigente. Otro tema que me resulta muy penoso y desagradable mencionar –pero creo que hay que hacerlo y deben preverse ambas posibilidades- es que no se ha definido la población electoral ya que no se sabe todavía si los venezolanos en el extranjero podrán votar en 2024.

Una elección es un mecanismo que debería ser usado para conocer la preferencia de la población electoral. Pero la realidad es otra muy distinta. Hasta hace poco se decía que no existía un mecanismo de votación que lo logre. Está ampliamente aceptado que el peor mecanismo electoral es el de la mayoría simple de los votos con tres o más opciones; es el menos representativo de las preferencias del electorado, el más injusto y el que permite los más numerosos y mayores abusos. Si a esto le añadimos que nuestro sistema no cumple con los cuatro requisitos para ser considerado como un sistema electoral (transitividad, respeto a la unanimidad, ausencia de dictadura e independencia de alternativas irrelevantes), se entenderá por qué digo que lo que hacemos en Venezuela es “peor que pésimo”.

No puedo usar este espacio para explicar todas las razones de las afirmaciones en el párrafo anterior. Esas explicaciones las podrá encontrar en la obra de William Poundstone titulada Jugando al voto: por qué las elecciones no son justas (y qué podemos hacer al respecto).

Paso a paso, William Poundstone explica en su obra la magnitud de las dificultades e injusticias de los sistemas electorales, sus características, sus defectos, sus historias, las marramuncias que se han inventado,  las graves consecuencias y los absurdos que se han causado. Y estas dificultades, injusticias, características, defectos, historias, marramuncias, consecuencias y absurdos no son ni se descubrieron recientemente sino alcanzan muchos siglos pasados. Me resulta inexplicable cómo es posible que estemos en estos niveles de ignorancia habiendo tantas fuentes de conocimiento sobre el tema electoral.

La exposición de William Poundstone pasa del pesimismo al optimismo.

El reverendo Charles Ludwidge Dodgson (ministro predicador, matemático, más conocido por su pseudónimo Lewis Carroll y su obra Alicia en el País de las Maravillas) estudió profundamente el tema de las votaciones y llegó a considerar que las elecciones son un juego donde predomina la voluntad de quienes son más hábiles para conocer y manipular las reglas y no las preferencias del electorado.

William Poundstone es más optimista y escribió:

“Este libro plantea una pregunta simple: ¿es posible idear una forma justa de votar, inmune a la división de votos? Hasta hace poco, cualquier persona bien informada le hubiera dicho que la respuesta era un rotundo no. Habrían citado el trabajo del premio Nobel de economía Kenneth Arrow y su famoso teorema de imposibilidad. En 1948, Arrow ideó una prueba lógica que decía (de manera muy aproximada) que ningún sistema de votación es perfecto. Arrow no estaba hablando de tarjetas perforadas defectuosas, diseños confusos de boletas, máquinas electrónicas pirateadas o cualquier tipo de fraude total. Estos problemas, aunque graves, pueden solucionarse. Estaba hablando de un problema que no se puede solucionar. Demostró que la división del voto y las peores paradojas pueden corromper casi cualquier forma razonable de votar. Esto condujo a décadas de expectativas reducidas, si no a la desesperación total, sobre la votación. Construir un sistema de votación significativamente mejor parecía imposible. En los últimos años, los académicos han comenzado a revisar esta visión pesimista. Hay mejores formas de votar, incluidas algunas que quedan completamente fuera del alcance del teorema de imposibilidad. (Poundstone, William. Jugando el voto (págs. 20-21). Farrar, Strauss y Giroux. Edición de Kindle).

Mi único propósito con este artículo es advertir, a quienes todavía no lo saben, que diseñar un mecanismo electoral con reglas que aseguren el objetivo de que se escoja un candidato que aglutine el mayor número de preferencias y que sirva como estrategia pre-electoral en una próxima contienda electoral por la Presidencia de la República contra el régimen, contra otros sectores, contra una morisqueta de sistema electoral y que reduzca al mínimo las marramuncias requiere de ingenio, conocimientos sofisticados, de incentivos para que los candidatos y la población electoral escojan sinceramente lo que realmente prefieren y  que sea inmune a las trampas de los marranos.

Me preocupa cuando leo que lo que proponen con simpleza es la elección de un candidato unitario mediante “unos comicios primarios” con “doble vuelta” cual la extendida, fallida y perversa tradición del siglo XIX. Mucha agua ha pasado bajo el puente desde aquellos tiempos para que ahora prevalezcan los marranos y los zurumbáticos.

Dios guarde a V. E. muchos años.

La cuenta del autor en Twitter es @Nash_Axelrod.


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