Parece que Europa duda en continuar considerando a Juan Guaidó como presidente legítimo, interino, de esta malhadada república. A lo mejor le conceden otro título que lo distinga simbólicamente como adalid de la legítima Asamblea constitucional, que estaría de ser así en trance de pasar al estado de zombi, de muerto viviente. Él se opone a disolverla y tiene poderosas razones. Del debutante Biden y de países vecinos poco decisivo sabemos al respecto. Y esta rara moneda habrá que mezclarla con otros ingredientes de una fórmula general para enderezar el país inmóvil y andrajoso, que tampoco conocemos. (Se ruega no olvidar en este sancocho a Maduro, Padrino y sus gloriosas huestes, y los amigotes internacionales, que también juegan y hasta envenenan). Serio comienzo de 2021.

Lo que quieren estas líneas es hacer un reconocimiento del tal Juan Guaidó, joven guaireño, es decir entre otras cosas, que no nació en cuna de seda. Ventajosa situación para conectarse con la gente que anda en autobús o en la carcasa del Metro. Para mí desconocido o visto alguna vez de pasada cuando era un diputado nuevo y joven en la Asamblea de los dos tercios, castrada al nacer. Como le tocaba a su partido la presidencia de ese ente legislativo, o a su sombra, y por no asomar en este muchos líderes más conocidos que no hubiesen sido inhabilitados o perseguidos por el gobierno lo nombraron, así no más.

Resulta que el tipo tiene carisma, esa cosa curiosa que ni Max Weber supo aclarar del todo, aun siendo alemán. Algo que atrae el afecto y la confianza a las multitudes y que tiene que ver más con la emocionalidad que con la razón. Y funcionó al poco rato, sobre todo cuando decidió autoproclamarse primer mandatario ante una marea de gente, porque el que como tal ejercía era un intruso, producto de unas elecciones chimbas, muy puercas. Ese fue un gesto inédito en nuestra historia, un país con dos presidentes in situ, y en muchas otras, y produjo furor colectivo como era de esperarse. Además, fijó tres puntos claros y breves como estrategia para salir del usurpador y volver a la luz de la democracia, que la gente los repetía como una letanía, tanto que lo llamaron el mantra. Las encuestas lo ponían en las nubes. Y allí lo mantuvieron a pesar del aparatoso fracaso de Cúcuta, adonde asistió, lo que fue una trompetilla al siniestro TSJ que le había prohibido salir del país, y derrota que logró reivindicar con un tour triunfal por algunos países vecinos y volver como si no hubiese un solo plato roto y fue ovacionado por muchísimos por ese reto sin respuesta al poder tiránico. Valiente el tipo, se decía.

Sin duda era valiente. Ya el solo hecho de mantenerse en el país y enfrentar sin mayores defensas todo el odio de un bloque de resentidos culposos y sin escrúpulos, llenos de violencia y bien armados, era un acto insólito. No es poca cosa. El valor es una virtud “cardinal”, dice la Iglesia, fundamental. Y algunos filósofos la consideran la primera virtud que de alguna forma sustenta a las demás. Él lo ha demostrado a raudales, se cayó a coñazos –hay fotos y videos– con los guardias nacionales para entrar al Capitolio cuando lo invadieron para hacer una de las trampas más desalmadas de su historia. Pero agregaría que tiene un carácter humilde, reflexivo y sereno, características loables cuando uno ve a Maduro o a Cabello por televisión.

Pero vino la mala hora. Comenzó, a lo mejor, con la incomprensible aventura militarista de Altamira, que nadie ha terminado por entender. Y con los ramalazos de la Operación Gedeón. Y una supuesta y no probada sujeción a los mandatos de Leopoldo López, dicho por los de allá y por algunos de los de aquí. Pero sobre todo se afincó la crítica en que no había logrado las promesas del mantra, lo que quiere decir que no había sacado al tirano, en dos largos años. Y la mayoría de la gente decidió irse para su casa, donde en realidad han estado casi todo el tiempo de la dictadura, aludo a los que pueden subsistir decente u opulentamente o moran en Miami o en Madrid. Los pobres, la grandísima mayoría, que migran y sufren de penuria son otra cosa. Tanto que uno puede preguntarse si los que han pasado veinte años sin poder salir de la pandemia política, y en realidad la mayoría no han hecho demasiado por salir de ella, no exageran en sus exigencias. Pero bueno el concepto del chivo expiatorio es ya una categoría de las ciencias sociales.

Errores ha cometido, yo mismo los he descrito y apostrofado en esta columna. No solo los espectaculares sino los permanentes de una oposición muy colonizada y en buena parte por socios poco presentables. Esto recae sobre la resistencia en su conjunto, claro él la preside.

Pero sigue teniendo el primer lugar en las encuestas y sigue siendo valeroso y activo, el líder en un país entumecido, con escasísimos voceros y con las claves de la dignidad nacional en las refacciones que pudiesen venir. Yo me atrevo a apostar que tendrá un lugar preeminente en el futuro. Y no se olvidará lo inaudito que logró construir contra el viento en el pasado reciente, es historia como dice el lugar común.


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