Foto Yuri CORTEZ / AFP

Uno observa a Juan Guaidó en su día a día y la verdad no cabe otra que reconocerle su tenacidad, arrojo, persistencia y profundo amor por Venezuela. Hablamos de un indiscutible esfuerzo titánico que merece la admiración de propios y extraños. El detalle es que días, semanas y meses siguen transcurriendo, desde su asunción aquel ya lejano enero de 2019, haciéndose cada vez más patente la causa de una especie de espectro que pareciera estar luchando solo contra el mundo.

Guaidó habla por aquí, habla por allá, declara a los cuatro vientos la necesidad de exigir lo que él ha llamado el “Acuerdo de Salvación Nacional”, y nadie pareciera escucharle. Es como aquel típico personaje de la plaza de un pueblo recóndito en Venezuela que pregona y grita ante la triste indiferencia de sus moradores.

¿Negociación o diálogo?

En el momento del lanzamiento de su Acuerdo de Salvación Nacional, el presidente interino negaba que el mismo se tratase de una negociación con el régimen madurista. Quiso definirlo como un proceso para llegar a un acuerdo, pero es obvio que tras muchas fintas discursivas tuvo que ir llamando las cosas por su nombre, hasta el punto de llegar a decir muy recientemente que “una negociación de micrófono no es una negociación”, refiriéndose a las bravuconadas de Nicolás y su corte.

Lo tristemente cierto es que para lo que todo el mundo resulta ser un, digamos, proceso eventual de negociaciones, sólo representa para el envalentonado régimen un simple diálogo aproximativo, con descaradas condiciones exigidas de antemano: eliminación de las sanciones, la devolución al gobierno de facto de los activos en el exterior y reconocimiento de la Asamblea Nacional ilegítimamente electa en diciembre de 2020.

Todos podemos suponer que la propuesta de Juan Guaidó sobre el Acuerdo de Salvación Nacional no fue elaborada en sus oficinas de Caracas. Su arquitectura es el resultado de celosas conversaciones entre la Casa Blanca y la Unión Europea, esta última influenciada por la tesis del gobierno socialista español y su principal pieza: el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. Un libreto que debía ser ejecutado por Guaidó conforme a razones de estricta supervivencia.

Una cuestión de supervivencia

Para nadie es un secreto la continua y acelerada pérdida de capital político del presidente interino. De esto han sido conscientes los funcionarios del Departamento de Estado y el grupo de asesores del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, encabezados por Juan González, el hombre de confianza de Joe Biden para América Latina.

Y es que, con la llegada del Partido Demócrata al poder, poco después de las fraudulentas elecciones parlamentarias en Venezuela del pasado 6 de diciembre, Washington tomó la única decisión disponible mientras se barajaban otras opciones: ratificar el apoyo a la investidura de Juan Guaidó como presidente interino y de la Asamblea Nacional electa en 2015, sobre todo después del anuncio de la Unión Europea de no seguir atada a ese reconocimiento. Este curso de acción estaba obviamente ligado al mantenimiento de las sanciones impuestas al régimen de Maduro desde los tiempos de la administración de Donald Trump, y a la decisión de no dialogar directamente con él.

Al pasar los meses sin encontrar otra fórmula que la de continuar con la presión de las sanciones, y como una forma de mantener la mecha encendida de la figura de Juan Guaidó como líder representativo de la oposición venezolana, Europa y Estados Unidos deciden darle curso a la referida propuesta. Una iniciativa que, según apreciación de muchos, es un gigantesco paso atrás respecto al tan añorado mantra de principios de 2019: fin de la usurpación, proceso de transición y elecciones libres.

Los interesados de la propuesta

En medio de estas contradicciones y pasos en reversa se hace lógica la pregunta: ¿a quién favorece la débil propuesta de Juan Guaidó?

Aparte de lo ya comentado sobre lo necesario que resulta para la supervivencia política de Guaidó, es fácil imaginar las celebraciones que han debido tener lugar en los predios de Miraflores. Y esto es así por cuanto a Nicolás Maduro le sobrarán nuevamente recursos para seguir ganando tiempo en su carrera sin obstáculos hacia adelante, explotando y haciendo evidentes las falencias de una oposición dividida en su desesperante confusión.

Se presenta así un escenario en el que los delegados escogidos por el régimen para la eventual reunión de las partes sólo tendrán como tarea única dialogar libremente sin ceder a condiciones y, eso sí, disfrutar de las atracciones turísticas del país que se escoja como sede, seguramente México.

La propuesta resulta también un bálsamo para el gobierno de Estados Unidos, visiblemente impotente ante la crisis existencial venezolana y cuya política de ahora en adelante, a juzgar por recientes declaraciones de sus altos voceros, habrá de concentrarse más en la asistencia humanitaria. Representa, igualmente, una salida fácil para el estamento europeo que siempre ha visto en cualquier atisbo de diálogo un escape momentáneo a la responsabilidad que le corresponde como garante y defensor de la democracia y los derechos humanos.

Al evidente carácter efectista de la propuesta de Acuerdo de Salvación Nacional le acompaña un seguro día de vencimiento. De su sola puesta en marcha, aún sin ninguna garantía de éxito, dependerá la supervivencia política de Juan Guaidó, a quien los tiempos como líder de la oposición se le acortan inexorablemente. Mientras tanto el régimen sigue con su agenda política sin nada ni nadie que lo detenga. Próxima estación: elecciones regionales de noviembre de 2021.

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