Hemos presenciado un capítulo sombrío de la decadencia política. Juan Guaidó fue liquidado por aquellos que disfrutaron a sus anchas del llamado gobierno interino. Sin ningún rubor fueron por su cuello para asestarle la cruel puñalada de la traición. La gran expectativa de lograr el cambio en Venezuela se esfumó rápidamente. Una administración que fue nómina para pagar adhesiones de varios que hicieron su agosto. Ahora se conocen los honorarios que cobraban estos estafadores de los sueños nacionales. Existió una presidencia etérea para la inmensa mayoría, pero real para un minúsculo grupo de beneficiarios. Es justo reconocer que una gran cantidad de seguidores del señor Juan Guaidó, son personas honestas que han acompañado por convicción y no por prebendas, pero de estas genuinas almas de bien, se valen los indeseables. Ese veneno que anda en nuestra sociedad pervirtiéndolo todo. El ensayo interino quedó huérfano desde el parto. Dependiendo de institutrices extranjeras, sin buscar cobijo en Venezuela. Esa deleznable postura de creer que nuestra salida la resolverán los intereses foráneos. No entendiendo que estos gobiernos no son hermanitas descalzas de la caridad. Tienen garras afiladas, cada uno de ellos se guía por sus propios beneficios. El venezolano común quedó flotando en el aire. Cuando el ciudadano buscó respuestas en este gobierno se encontró con la nada. Una administración más en el imaginario colectivo, que en la realidad.

Las serpientes partidistas no se aguantaban en la cesta. Terminaron despedazándose. Un golpe de Estado originado por los mismos que cuestionaron a María Corina Machado y al intachable Humberto Calderón Berti, cuando denunciaron el desvío absoluto del plan inicial, para terminar arrasado por la vorágine de una corrupción escalofriante, similar al propósito hegemónico que dirige Nicolás Maduro. La argumentación para el deslinde es risible. En palabras académicas simplemente solicitaban manejar ellos la botija. Nada de querer construir una alternativa democrática, que dé al traste con esta dictadura. Lo que deseaban era ponerle la mano al dinero, gozar del privilegio que tenían Juan Guaidó y su círculo mimado.

Desde su opulenta residencia en Madrid, Leopoldo López era el artífice de toda esta infamia en contra del pueblo venezolano. Este excéntrico personaje es quien orquestaba todo este mundo de ficción. Su temperamento atolondrado termina por destruir cualquier idea. Sus delirios y desvaríos mesiánicos han demolido oportunidades importantes para avanzar.

¿Qué le reconocemos a Juan Guaidó? Su entereza para quedarse en el país, mientras otros huían. Tuvo que asumir una responsabilidad inmensa, una profunda división opositora, significaba una prueba titánica para controlar tantos egos inflamados. Las primeras figuras de Voluntad Popular no estaban en Venezuela. Fue él, quien estaba en segunda línea, al que le tocó asumir, eso tiene un mérito. Enfrentar presiones y asechanzas por parte de grupos recalcitrantes. Dio la cara mientras sus compañeros las escondían. En algún momento pudo imponerle la agenda al gobierno en Miraflores. En los días gloriosos cuando se iniciaba la novísima experiencia. Supo denunciar a la dictadura en los más importantes foros mundiales. Allí estuvo un éxito primigenio que no supo sostenerse en el tiempo.

Las democracias de mayor poderío encontraron la forma de enfrentar adecuadamente al régimen bajo esta fórmula. Sin embargo, le faltó coraje para someter a la gran cantidad de especímenes que se almorzaron la ayuda humanitaria. Le tocaba haberlos denunciado, exponerlos ante la opinión  internacional. Escoger representantes diplomáticos que nunca fueron a los países designados, eso sí cobrando grandes sumas. Los funcionarios a su orden jamás dieron respuestas efectivas al pueblo venezolano. Se creó una camarilla  de subalternos que viven como reyes en el exterior. Derrochando de manera escandalosa. Estos malhechores son tan perversos como sus pares en el gobierno madurista.

El manejo sectario de su gestión le terminó brindándole una dura factura. Ese tutelaje desde Madrid lo hacía ver como un títere que manejaban desde un restaurante de lujo. Al carecer de experiencia pagó el noviciado, dejando que su gobierno terminara siendo un clan malévolo de malandrines. El no haber aprovechado el éxtasis del mundo libre aclamándole fue un cisma en su palmarés. Se dejó arrastrar por aquellos que buscaron tirar puentes con Nicolás Maduro, en la búsqueda de beneficios en ambas orillas. La dictadura esperó que el desencanto matara la ilusión inicial. Al final dejó de perseguirlo para tratar de venderle a la comunidad internacional, que acá se respetaba la disidencia. Con habilidad y cobres logró que la oposición se dividiera, imponiéndoles el dictamen: que fueran ellos lo que se sacudieran al gobierno interino. El gran ganador con el autogolpe es sin dudas Nicolás Maduro, le entregaron la cabeza del rival en bandeja de mucha plata. El resultado es la incertidumbre. El despojo que han dejado será dirigido por una gris parlamentaria. Desde el extranjero, sin exponer el pellejo, manejará los recursos. Dinero para seguir raspando lo que queda de olla.

@alecambero

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