En medio de la masacre en Uvalde, Texas, la guerra de Ucrania, Gentil Duarte y sus crímenes, la deshonestidad de Piedad Córdoba, Cabello y Maduro, surge como un milagro Josué Benjamín, el niño venezolano que nos dice palabras insuperables cuando construye estatuas de los niños sacrificados en el aula de su escuela: “Yo creo que los niños son el regalo de Dios sobre la tierra. Yo lo veo como si fuéramos pequeñas estrellitas que alumbran a las personas”.

Estas palabras que reflejan la vulnerabilidad de quienes debíamos proteger en primera instancia nos conectan con nuestro mundo inmediato. Se habla hoy de realizar un torneo electoral para elegir un representante de todos aquellos que aspiramos a lograr en Venezuela la integración al camino de paz, como lo han alcanzado otros territorios vecinos como Uruguay y Costa Rica, donde prevalece el respeto y bienestar. Ante esa posible elección muchos aspiramos a recibir de los elegidos -individual o colectivamente- un mensaje que pueda unirnos, un espacio de encuentro o una región donde prevalezcan los acuerdos, lo imposible de no defender, un enunciado que toque más que el cerebro nuestro espíritu, tal como hizo Josué Benjamín con sus manos y su corazón, más que palabras revivió con su creación esas estrellitas vilmente sacrificadas.

Queda una esperanza activa, la posibilidad de ver en lugar de un torneo de caballería, como en la Edad Media, surgir una declaración sencilla, simple y verdadera donde podamos encontrarnos todos a pesar de nuestras diferencias y rangos aparentes. No se trata solo de las soluciones generales, fáciles de nombrar, aunque sean correctas como lo es recuperar el Estado de Derecho y abrir una economía competitiva, rentable y libre, se trata de motivos creadores, acciones comprometedoras que funcionan como propulsoras imparables de aspectos fundamentales de nuestras vidas y voluntad cuyo logro seria un piso para avanzar.

Me atrevo ante esa disyuntiva, proponer los siguientes puntos:

Primero. Venezuela enfrenta una terrible situación derivada del abandono institucional de nuestra infancia, desnutrida, con maestros en desbandada, escuelas semidestruidas, padres en una diáspora desesperanzada, familias acogotadas por la imposibilidad de labrar un mejor camino para ellos. ¿Por qué no ponemos en primer lugar la redención de nuestra infancia, que surjan otros tiempos donde alimentarse no sea un privilegio de pocos, la escuela y los maestros existan como debe ser, educando, guiando, abriendo las mentes de nuestros niños a un mundo mejor donde sean libres para crear?  Se trata de unirnos para salvar el futuro de esas pequeñas estrellitas hoy víctimas de seres sin piedad que arrasan con todo lo bueno que habíamos logrado crear en nuestra tierra. Caritas ha estado pesando y midiendo a grupos de niños menores de 5 años en comunidades pobres en varios estados. 45% de esos menores presentan algún tipo de desnutrición. Intolerable.

En segundo lugar, volteemos a ver a esos 4 millones de venezolanos que permanecen en sus campos, sembrando unos pocos frutos, desasistidos, sin poder contribuir con su trabajo a alimentar a los otros y a sus propias familias. Al igual que ha ocurrido en otras sociedades, hoy prósperas, propiciar, apoyar, restablecer todas aquellas condiciones y garantías que permitían a la gente que producía nuestros alimentos, que puedan crecer y prosperar. Esta es una acción que debe ser colaborativa, entre aquellos que tienen aún recursos y propiedades y producen, con los otros que medran en sus límites sin ninguna posibilidad a la cual asirse y una responsabilidad del Estado. Es una gran tarea acabar con el hambre que debe ser asumida por la gente, los trabajadores, los empresarios, los miniagricultores, los medianos y grandes productores. Privilegiar y apoyar al sector que nos produce los alimentos que necesitamos en todos los rincones del país. Un dato: en 17 estados del país la única actividad relevante para sus pobladores es la agropecuaria. Las comunidades rurales diseminadas en nuestro territorio pueden ser lugares amables para vivir y crecer.

Tercero. Que nuestros maestros, médicos, enfermeras, jueces, policías, periodistas, artistas, deportistas, soldados, todos creadores en lo material y en lo inmaterial se conviertan en actores de primera línea. Apoyar sus misiones en todos los campos, su preparación, honestidad, dimensión ética, defender la recompensa merecida y sus posibilidades de crecer y expandirse cumpliendo con sus tareas como individuos responsables.

Cuarto. Salvemos nuestras universidades. Las universidades venezolanas reciben solo 1% de los presupuestos solicitados. Es incomprensible que se regale petróleo a Cuba, que condonen deudas a países que gozan mejores condiciones que nosotros y a la vez y sin excusas se nieguen los recursos para que nuestras máximas casas de estudios formen, capaciten, con respeto a los profesores que imparten los conocimientos necesarios para avanzar a una sociedad de individuos responsables y prósperos.

El petróleo que Venezuela suministra a Cuba representa unos 55.000 barriles diarios con un valor aproximado de 1,200 millones de dólares anuales. Mientras, la infancia desnutrida crece y las universidades entran en quiebra casi absoluta.

En la larga e interminable lista de fallas y debilidades que confrontamos estos puntos de emprendimiento inmediato, planteados con humildad, sencillez y sin ínfulas de sabihondos, pueden ayudar a lograr un país donde se respete la ley, el Estado de Derecho exista, los que producen sean reconocidos por sus aportes y desde los distintos lugares en que nos encontremos podamos aportar a una sociedad mejor, sin odios, venganzas y atropellos a la condición humana.

Apoyo a Omar Barboza, lo he visto actuar, un hombre digno y confiable, aplaudo su elección para guiarnos en este difícil momento de lograr acuerdos básicos ante la oscura tormenta que nos niega la luz y nos impide ser mejores seres humanos.


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