Al final de la semana pasada falleció el rector de la Universidad Católica Andrés Bello, padre José Virtuoso Arrieta, conocido por todos como Joseíto.

Hace un mes lo vi por última vez apenas un rato, insuficiente para que pudiera percibir algún indicio que me insinuara que pronto tomaría el avión para irse, ligero de equipaje, como reza el poema de Antonio Machado. En fin, como en tantas otras ocasiones, también en esta, Joseíto me agarró fuera de base.

Desde luego, no escribo estas líneas en el tono de “cumplir con el penoso deber de anunciar” que se murió, porque no expresa, para nada, la mezcla de emociones que me arropa, tejida seguramente desde la sorpresa y el asombro. Quizá la mejor manera de revelar lo que siento sea diciendo que lo empecé a echar de menos, al minuto de saber la noticia.

I.

Caraqueño con sangre siciliana, cura jesuita, profesor, investigador y escritor, Joseíto quiso y supo jugar varias posiciones en la cancha de la vida, incluso en aquellas que le eran “ajenas”, conforme a ciertas etiquetas al uso, prueba de que algunos prejuicios aún gozan de buena salud. Lo hizo siempre a partir de su bondad, su perseverancia, su inteligencia y su eficacia.

A lo largo de su gestión como rector, iniciada en el año 2010, tuvo el viento en contra, fruto de la complicada crisis nacional, visible también, desde luego, en sus universidades, sobre todo en las públicas autónomas.

Sin embargo, plantándole cara a los obstáculos, la UCAB se fortaleció significativamente en función del propósito de “Construir Futuro”. Así, él y los que formaron parte del excelente equipo que lo rodeó, fueron capaces de aumentar sus recursos financieros, cosa que se dice fácil en estos días, orientándolos al mejoramiento de la universidad en el ámbito académico y al desarrollo o reforzamiento de diferentes programas sociales en varios sitios, todo ello buscando sintonizar con las oportunidades e interrogantes propias de este siglo XXI, descrito por un extenso y heterogéneo menú de profundas y aceleradas transformaciones.

II.

No eludió la política, al contrario. La entendió como un derecho, además de un deber ineludible en estos tiempos venezolanos. Se mojó en sus aguas y arriesgó el pellejo, opinando e impulsando proyectos en un país extremadamente complicado, cruzado por múltiples y graves problemas que se entrecruzan y refuerzan.

Algunas de sus consecuencias han sido colocadas en el tapete mediante el diagnóstico periódico que se realiza, bajo la responsabilidad ucabista, en la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), cuyas cifras desmienten la versión oficial de nuestra realidad, la que pregona que “Venezuela se arregló”, desdeñando la sensación que embarga a la mayor parte de los ciudadanos, al vivir en una sociedad mal cosida, desarticulada, anómica, bajo formas de gobierno cada vez más autoritarias y, dicho sea de paso, aunque no tanto, en medio de los desatinos de quienes aspiran a representar otra opción política.

III.

Joseíto entendió la política como el arte de armar los acuerdos básicos necesarios para darle un sentido de dirección a la sociedad y procurar el bien común. Como la vía para procesar las divergencias, impidiendo que originen procesos que alteren la convivencia. Como diálogo y negociación y, en última instancia, como el instrumento a la mano para hacer más previsible y confiable la vida colectiva, aceitar la normalidad de cada día y abrir las puertas a la solución civilizada de las controversias, normales en cualquier colectividad.

Abundando en lo expresado arriba, debo mencionar que él fue uno de los iniciadores de la observación electoral nacional en Venezuela, a mediados de la década pasada, cuando formó parte de la directiva de Ojo Electoral (OE), antecedente institucional del Observatorio Electoral Venezolano (OEV). Entonces, pude constatar cara a cara su capacidad, su buen talante, su humor, así como el empeño que ponía en realización de nuestra labor.

III.

Tuve, pues, el orgullo de estar entre los no sé cuántos amigos suyos, pasando por alto, incluso, su horrible filiación beisbolística.

Ciertamente no lo veremos más, pero estará cerquita, convertido en una referencia (la resumiría como ética), para quienes de alguna forma supieron de él.

 


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