Este artículo salió publicado en el año 2003,

hace 17 años. Al releerlo,

he considerado pertinente compartirlo

nuevamente con ustedes.

A mí me pasa con José Vicente como cuando uno se divorcia y después encuentra un álbum del día del matrimonio. ¡Es increíble la cara de pendejos que teníamos cuando firmamos ante la presencia cómplice de familiares y amigos quienes fueron incapaces de intervenir para evitar lo que se avecinaba!

Mucha gente enemiga del gobierno dice preferir a Chávez que a José Vicente. Si alguna virtud tiene Chávez es no haber engañado a nadie. Siempre, desde chiquito, era como es hoy. En cambio José Vicente no, a él lo relacionamos con lo que uno creía era ser de izquierda, incluso le encontrábamos cierta similitud física con el casi santo José Gregorio Hernández.

José Vicente, el amigo de los artistas e intelectuales, el esposo de la elegante y distinguida Ana Ávalos, promotora cultural, amiga nuestra, soñadora de cosas bonitas en su famosa e histórica “Sala Ocre” y la Galería Viva México.

José Vicente, hombre buen mozo, buen escritor, periodista aguerrido en busca de la verdad, enemigo acérrimo de los gobiernos autoritarios y militaristas.

José Vicente, con su interesante programa de televisión, se encontraba rodeado de obras de arte que competían en belleza con sus elegantes suéteres y chaquetas.

José Vicente, el prototipo del oligarca culto y de izquierda, un día se lanzó como candidato a la presidencia y todas las personas decentes de este país nos alegramos: ¡por fin un candidato de izquierda que tenía posibilidades de figurar sin pasar pena! Y aunque sabíamos que no ganaría, nos sentíamos felices por tener un candidato bonito que nos representara dignamente.

Cuando me uní a la campaña de la gente del MAS, yo era joven y bello, tenía pelo, no me había salido barriga y faltaban muchos años para que usara anteojos contra la presbicia. Creo que fue Jacobo Borges el que diseñó un afiche grandotote y largo en el que aparecía José Vicente con el traje y la actitud de José Gregorio Hernández, con sus manitos atrás y todo. ¡Cómo pegamos afiches de esos por todas partes!

En aquel entonces yo vivía en Catia (en el bloque Nro. 1, letra B, Nro. 7 de Casalta) y quienes en ese ese sector apoyábamos a José Vicente, organizamos en un humilde restaurante cercano una cena para recolectar fondos. Cada comensal debía cancelar la exorbitante suma de 200 bolívares. Allí estuvo nuestro héroe José Vicente Rangel compartiendo con nosotros una milanesa de pollo con puré de papas.

Uno no podía creer que existiera gente a quien no le gustara aquel santo hombre.

Yo vivía atemorizado de que un hombre como el que conducía el único carro que había en la Caracas de 1919 y que se llevó por delante a José Gregorio Hernández, arrollara al otro José, al Vicente Rangel.

Me acuerdo también cuando participamos en incipientes y escuálidas marchas (comparándolas con las que ahora hace la oposición) que iban desde la plaza Pérez Bonalde en Catia hasta Petare. Cómo caminábamos cargando sobre nuestros hombros un retratote de José Vicente quien, en alguna parte del recorrido, se unía a sus seguidores.

Me da rabia recordar lo mamados que quedábamos al llegar a la Redoma de Petare, con la suerte, eso sí, de que Papi-papi estaba chiquito y no iba a recibirnos.

José Vicente era tan fino y elegante que parecía un candidato de Primero Justicia, partido político que obviamente no existía para aquel entonces porque sus fundadores aún eran lactantes.

Ojalá José Vicente lea esto y entienda que al escribir este artículo no me mueve el odio ni el rencor, sino el dolor y la intriga que no me permiten comprender cómo aquel hombre, correcto, santo y bello, se convirtió en este ser inexplicable que nos lleva al infierno.

Me niego a creer que él siempre fue así.

José Vicente, amigo de los artistas, ¿cómo es posible que ahora seas el jefe de la Revolución Cultural Fascista? Tú, al igual que todos los que tienen alguna injerencia en el campo de la cultura bajo este régimen, lo único relevante que han hecho es tratar de destruir el mural de Pedro León Zapata.

Y hablando de Zapata, ¿sabes algo?, lo que realmente lamento de toda esta vergonzosa desilusión, es que por tu culpa gasté muchos zapatos.

¡José Vicente, quédate con las falsas ilusiones de quienes algún día creímos en ti, pero por favor, devuélveme mis zapatos!

@nazoaclaudio

 


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