Este ilustre personaje es famoso y es imposible que no reconozcamos su nombre. Para más señas, era cura, y estaba adscrito a la catedral de Caracas desde principios del siglo XIX.

Muchos al escuchar su apellido recordarán las ilustraciones de los libros de historia con los que estudiamos en la escuela, pues lo representaban siempre con una larga sotana negra. Era como una figura fantasmal que levantaba el brazo detrás de un señor con un traje muy vistoso que se asomaba por un balcón.

Abajo estaba el tumulto de gente que, sin pensarlo dos veces, le hizo caso a la seña de Madariaga y gritó: “¡No!”. Y con eso, con ese simple gesto y esa respuesta contundente, comenzó a cambiar la historia de estas tierras.

¿Tengo que recordar la fecha del suceso? Espero que no, porque nos la han enseñado miles de veces y es un cuento que ni los chavistas se han atrevido a cambiar. Entonces, fue un cura, con sotana por demás, el que les sopló a los caraqueños que le dijeran que no a Vicente Ignacio Antonio Ramón de Emparan y Orbe, gobernador y capitán de Venezuela por orden del rey, el 19 de abril de 1810.

II

Cuando estudiaba en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello tuve muchos profesores jesuitas, cada uno con su estilo y en materias diferentes. Pero hay algo que recuerdo siempre y es su interés por el trabajo social.

Más de uno, como el padre Jesús María Aguirre, se adentraba en los barrios de La Vega, los mismos que gobierna el Koki ahora, para ayudar a la gente. O como mi amigo el padre Alejandro Moreno en Petare. El trabajo de estos curas se centraba más en la ayuda y la orientación social que en la labor evangelizadora. Convivir con la gente que tiene menos es ya mucho, pues se sabe de sus penurias sin que tengan que contárselas.

Igual hacen los salesianos, con los que me formé desde mi temprana infancia y que fue también la escuela de mi padre, el doctor José Rafael Matute, uno de los beneficiados de tanta bondad que tienen los curas venezolanos.

III

Ahora viene a decir la vicepresidenta, parte del dúo dinámico rojito, que los curas que quieran hacer política se tienen que quitar la sotana. La doña se confunde y, para variar, comete un grave error. Lo que dice la Iglesia a través de sus clérigos, desde el párroco de la más pequeña comunidad hasta el obispo de una ciudad, nada tiene que ver con política.

Es imposible que no se dé cuenta la señora de que lo primero que critican y denuncian los curas que tanto le molestan son las condiciones en las que el régimen tiene al pueblo. Su falta de empatía, sus errores, la maldad infinita con la que se han dedicado a ponerlos de rodillas a mendingar.

Si eso le suena a política, pues qué pena, pero los curas de este país, sean de donde sean, lo único que hacen es traducir en comunicados lo que la gente grita en las calles, o más bien, lo que la gente pide en sus oraciones cuando va a la iglesia.

¿Sin sotana cambiaría el discurso? Me temo que eso es imposible, pues han tenido la valentía de llamar las cosas por su nombre desde el principio de la era chavista, por algo el comandante muerto les tenía tanta rabia.

No mentir al pueblo, sino escucharlo, pero además reclamar por los más necesitados, ese es su papel y se lo agradecemos con el corazón.

 


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