Todas las teorías sobre la personalidad coinciden en la importancia de los primeros años en el desarrollo integral de un ser humano. De la calidad de la gestación, los primeros meses y luego la infancia, depende su desarrollo cerebral, su lenguaje, su conducta, su disposición a aprender y demás asuntos básicos de la salud y el carácter de una persona. Son los tiempos iniciales los definitivos para un niño que luego irá desplegando en la vida adulta. La cotidianidad primera perfila la persona que será luego.

José Gregorio Hernández Cisneros nació el 26 de octubre de 1864 en el hogar fundado por Benigno Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla, en el pueblo de Isnotú. Eran inmigrantes que venía de los llanos barineses alejándose de la violencia de la guerra federal. Él era un hombre cabal, trabajador y emprendedor, ella una mujer ejemplar que cuidaba a su familia, ayudaba a Benigno y a los vecinos. Formaba parte de la familia su tía María Luisa, hermana de Benigno y de notable influencia en el niño. También su nana Juana Viloria, y luego los hermanos y hermanas. Todos constituían una familia armoniosa, espiritual, trabajadora y muy comprometida con la comunidad local.

En su casa funcionaba una próspera pulpería que tenía un expendio de medicinas. A su mostrador se acercaba la gente del lugar, a comprar, a vender y a conversar compartiendo un café, una cerveza o un buen brandy. También funcionaba una posada donde se hospedaban los viajeros que bajaban o subían del puerto de La Ceiba, en las costas del lago de Maracaibo. Entre sus clientes estuvo el padre Jesús Manuel Jáuregui Moreno y Guillermo Tell Villegas, dos prestigiosos educadores.

Isnotú es un centro poblado del estado Trujillo, situado en el municipio Rafael Rangel, entre Valera y Betijoque, de unos 700 habitantes para la época. En esta geografía donde atemperan las altas serranías andinas para dejar ver el pie de monte, el espejo del lago de Maracaibo y el relampaguear del Catatumbo, de suave clima y grato verdor, conformó su carácter. Era una comunidad amorosa, religiosa y trabajadora, en medio del ambiente tranquilo, pero con el movimiento que daban los arrieros y viajeros que subían o bajaban gracias al tráfico del puerto de La Ceiba.

El nombre de este centro poblado se debe a que allí residían los isnotuyes, grupo indígena de la familia de los escuqueyes de la nación Cuica. De clima fresco, está a una altitud de 726 metros sobre el nivel del mar. Es un lugar de pie de monte que sintetiza en su clima, flora y fauna elementos de las tierras altas y de las zonas bajas, dando una enorme diversidad, donde predominan las selvas siempre verdes de tupidos sotobosques y variada fauna. El trabajo humano sembró cafetales, cañamelares, cacaotales y diversos frutales, y maíz y caraotas; crió ganado y aves de corral; y construyó trilladoras y trapiches, talleres artesanales, comercios y posadas. Y trazó calles y plazas, edificó un templo y fundó escuelas.

En esos tiempos Isnotú era uno de los pocos pueblos trujillanos que tenía dos escuelas, una era la de del maestro Pedro Celestino Sánchez, un marino de profesión nativo de Maracaibo, igualmente un pequeño templo de techo de palma dedicado a su patrona la Virgen del Rosario. El hogar, el templo y la escuela fueron los ejes de la formación del carácter de José Gregorio y de sus hermanos y hermanas, junto al vecindario. Y su padrino el presbítero Francisco de Paula Moreno. Es de imaginarse allí el ambiente de la escuelita, lleno de anécdotas y relatos de tierras lejanas, con un maestro de mucha experiencia y con una creativa metodología de enseñanza. Pedro Celestino advirtió temprano el talento y la disciplina del niño, y recomendó a su padre enviarlo a continuar sus estudios a Caracas.

La comunidad isnotuense apreciaba mucho a esa familia, como lo demuestra la conmoción y el duelo que sufrió cuanto a la muerte de Josefa Antonia el 28 de agosto de 1872. Dos días después, el 30 de agosto, un numeroso grupo de personas asiste al sepelio y circula un escrito que dice: “Por doquier se oyen los gemidos de un pueblo afligido que rodea su cadáver pagando un tributo de gratitud: el uno lamenta la pérdida de su consoladora; la otra llora sin consuelo a su medianera; el huérfano expresa su dolor ante la pérdida de su protectora; la viuda el auxilio a su necesidad; el pobre a la que socorría su miseria”. Igualmente, cuando el 8 de marzo de 1890 muere Benigno, su entierro fue otra manifestación de aprecio de esa comunidad, de Betijoque, Escuque, Sabana de Mendoza y sus alrededores, pues era un excelente ciudadano, trabajador y cristiano ejemplar.

Las virtudes del Dr. José Gregorio Hernández se explican por esa formación lugareña de hogar y comunidad íntima, que luego de su tránsito por la capital y por Europa se traducen en ese hombre admirable y excepcional, con temprana aura de santidad, que es y se percibe como una persona de carne y hueso.

El cuidado del hogar y del lugar son la base del desarrollo humano integral, como lo expresa ejemplarmente en su tránsito vital nuestro José Gregorio Hernández Cisneros.

 


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