Un criterio para identificar las buenas películas es nuestra propia memoria. Si el filme revolotea en nuestras mentes por un largo tiempo y nos genera admiración y preguntas, es prueba de su valía. Así me ha ocurrido con JoJo Rabbit (2019), la más reciente película escrita y dirigida por Waika Taititi (Thor: Ragnarok), con la cual ha logrado 6 nominaciones a los premios Oscar de este año, incluidas Mejor Película y Guion Adaptado.

La cinta trata sobre un niño alemán: JoJo Betzler (muy bien actuado por el debutante Roman Griffin Davis) que a finales de la Segunda Guerra Mundial quiere ser un auténtico nazi. Se incorpora a las Juventudes Hitlerianas, teniendo como álter ego a un imaginario Adolf Hitler (representado por el mismo director), con el que va evaluando la autenticidad de su conducta apegada a los principios del Tercer Reich. Hasta acá todo parece muy serio y terrible, pero la diferencia en esta historia mil veces contada anteriormente es que se hace por medio de un fino humor negro, acompañado de una excelente banda sonora y con terribles giros dramáticos; dando como resultado una pequeña joya cinematográfica.

JoJo Rabbit nos recuerda que el nazismo es una visión infantil de la realidad, con el respeto de los niños. Reduce el orden sociopolítico a una permanente épica, en la que las grandes complejidades de las diferencias humanas son despachadas como un conflicto entre superhéroes nacionalistas y monstruos fantásticos. La tragedia ocurre cuando estas simplicidades son sembradas en la mente de los niños y los convierte en fanáticos, para que después los tiranos los envíen a sus guerras suicidas. En la trama, gracias a una elegante ironía, se va ridiculizando la cosmovisión totalitaria que es incapaz de sostenerse ante la trágica realidad. Y la inocencia del niño junto a su bondad natural le muestran una alternativa.

El guion es sencillo, aunque quizás pontifica en varias ocasiones y puede parecer forzado. En especial en boca de los dos personajes que se muestran contrarios a la ideología nazi: la madre (Scarlett Johansson, nominada al Oscar a Mejor Actriz de Reparto por este personaje) y una joven judía escondida en su casa (Thomasin McKenzie). Pero cada una de sus afirmaciones, dichas en los momentos adecuados, poseen una gran carga pedagógica para las nuevas generaciones.

Es una pequeña clase para comprender los mecanismos y argumentos del totalitarismo. Es por esto último que para los profesores de historia el filme resulta una herramienta perfecta al saber combinar humor y enseñanzas, recordándonos que una de las bases fundamentales de toda democracia liberal es la vigilancia contra todo autoritarismo. Eso significa estar en contra de ciertas ideas y movimientos, porque la democracia es intolerante con los intolerantes aunque parezca contradictorio.

Ante el papel fundamental que tiene la joven judía cualquiera podría decir: ¡otra vez el temita de los judíos y los nazis! Pero hay que comprender que son inseparables, porque era la obsesión y el centro de su base doctrinal. Su percepción del mundo como un conflicto entre razas, en el que la germánica se terminaría imponiendo a todas las demás, tenía en el judío a la “antiraza” que debía ser destruida por su importante papel en este conflicto. Su cosmovisión hacía del judío el centro, el chivo expiatorio que una vez eliminado la utopía nazi podría comenzar a construirse libre de su principal “obstáculo-germen”. De manera que no queda otra, si vas a hablar de nazis debes hablar de judíos. Y JoJo Rabbit lo sabe hacer como inevitable despertar ante la crueldad de lo que predica este “simpático” Hitler.

El final es puro arte con sus momentos de belleza y horror ante la destrucción de un mundo de atractivos signos (JoJo: “Me gustan las esvásticas”) y uniformes. Para los que hoy padecemos una tiranía de discurso infantil y que ha destruido toda vida normal, los últimos minutos son simplemente perfectos y esperanzadores.


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