Biden volvió a la casa de su niñez y escribió: de aquí a la Casa Blanca
Foto: EFE

Las de la semana pasada fueron elecciones muy importantes, tanto para Estados Unidos, como para todo el planeta. Tuvieron un lugar en un ambiente de conflicto, que no es lo propio a lo largo de la historia norteamericana. Para muchos analistas, el triunfo de Joe Biden resultó en gran medida una sorpresa, y Donald Trump no ha terminado de aceptarla, alegando junto a otras irregularidades que el voto postal, justificado por la pandemia, es posible que esconda las pruebas de un fraude relevante. Como vemos en todos los procesos electorales se cuecen habas.

Un proceso enredado

Además fue, como también ha sido dicho repetidamente, un proceso que transcurrió en medio de muchas  complicaciones  que se juntaron a lo largo de los últimos años, hasta provocar una crisis de respetables magnitudes originada desde el conflicto político y que tuvo consecuencias importantes en varios ámbito de la vida económica y social norteamericana, poniendo en evidencia que Estados Unidos necesita cambios relevantes en  su armazón

Por si fuera poco, y como igualmente se ha señalado, las elecciones tuvieron lugar en un complicado escenario internacional, muy marcado por el America First del presidente Trump que llevó incluso al debilitamiento de las organizaciones ideadas para procurar la gobernabilidad del planeta.

Como lo ha escrito la periodista española Marta Peirano: “Muy probablemente, el fin de la era Trump no significará el fin del trumpismo, que es el nombre que en esta época y en ese país ha adoptado la mezcla históricamente añeja de racismo, misoginia, discurso de odio, xenofobia y anticiencia”. Será preciso seguir, así pues, sus pasos con atención, buscando desentrañar sus causas, cuyo escenario es en gran parte el extremo nivel de polarización política, que pareciera haber llegado para quedarse por un buen tiempo, al igual que como ha ocurrido en otros países.

Paul Krugman lo dice sin pelos en la lengua. Dado el grado de disfunción política de Estados Unidos no es exagerado afirmar que “…se encuentra al borde de convertirse en un Estado fallido, es decir, un Estado cuyo gobierno ya no es capaz de ejercer un control efectivo”.

El regreso al Acuerdo de París

Habiendo sido elegido, en sus primeras palabras Biden señaló: “Estados Unidos liderará con el ejemplo y reunirá al mundo para enfrentar nuestros desafíos comunes que ninguna nación puede enfrentar por sí sola, desde el cambio climático hasta la proliferación nuclear, desde la gran agresión de poder hasta el terrorismo transnacional, desde la guerra cibernética hasta la migración masiva. Las políticas erráticas de Donald Trump y el fracaso al no defender los principios democráticos básicos han entregado nuestra posición en el mundo, han socavado nuestras alianzas democráticas, han debilitado nuestra capacidad de movilizar a otros para enfrentar estos desafíos y han amenazado nuestra seguridad y nuestro futuro.”

Como es sabido hace algunos años se prendieron las alarmas, cuando la ONU, a partir de un sólido basamento científico, indicó que las emisiones del calentamiento global se estaban acelerando y que nos encontrábamos próximos a desórdenes climáticos que comprometerían gravemente la vida en el planeta, dado que la economía actual se deslindaba del ciclo de vida de la naturaleza y chocaba contra el crecimiento sostenible.   No obstante, ha pasado el tiempo sin que haya habido una reacción con la profundidad y celeridad requeridas. Los países, en general, pareciera que se han tomado a la ligera el asunto y, por otro lado, las instancias internacionales han dejado en evidencia que, en general, les resulta cuesta arriba garantizar la gobernanza del mundo y, como en este caso, darle la cara a un asunto como el cambio climático.

«Es el problema número uno que enfrenta la humanidad. Y es el tema número uno para mí«, declaró Biden. «Si no se controla, va a hornear este planeta. Esto no es una hipérbole. Es real. Y tenemos una obligación moral», añadió. En consecuencia con lo señalado ha prometido un plan de 2.000 millones de dólares que invertirá en energía limpia en transporte, electricidad, y la industria de la construcción que reduzca las emisiones y mejore la infraestructura.

«Nadie va a construir otra planta eléctrica de petróleo o gas. Van a construir una que sea alimentada por energía renovable, tenemos que invertir miles de millones de dólares para asegurarnos de que somos capaces de transmitir a través de nuestras líneas».

Cierto que al momento de escribir estas líneas, el panorama electoral norteamericano está todo menos claro. Trump insiste en sus reclamos y abre paso a procesos que, además, pueden durar más tiempo, ocasionando serios prejuicios.

Pero, por encima de ello, considero relevante subrayar que si finalmente el presidente es Joe Biden, lo que pareciera, es determinante de parte suya una profunda convicción política relativa al problema del cambio climático, no exagero, para el destino de los terrícolas. Significa, lo han escrito expertos conocedores del tema, el quiebre de un modelo de desarrollo que, por decirlo de manera simple, se ha medido por el termómetro que se emplea para medir el PIB y desconoce los límites que impone el planeta.

¿Los terrícolas podremos estar un poco más tranquilos?

Lo anterior significa, nada menos, que asomar un nuevo modelo socio-económico que transforme en su esencia las relaciones de poder, las instituciones sociales, la convivencia colectiva, las reglas éticas, las actitudes hacia el entorno natural, y, en última instancia, nuestra conciencia como humanidad. Que Estados Unidos muestre esa ruta no es un dato menor.

El nombramiento de Biden puede ser, así pues, una buena noticia. No pretendo decir con lo escrito que no haya cientos de problemas graves que enredan y zarandean la vida aquí en la Tierra,  pero sí que su elección puede entenderse, ojalá, como la señal de que la pandemia no ha pasado en vano y nos ha puesto a pensar que la pretensión de volver a la “normalidad” es, dicho con todo respeto, una estupidez con rasgos “autosuicidas”.

 

 


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