Soto
Esfera de Caracas de Soto / Foto Teresita Cerdeira

Jesús Soto, nacido en Ciudad Bolívar el 5 de junio de 1923, pionero del cinetismo, marcó huella indeleble en el arte contemporáneo. Proyectó la imagen de Venezuela como un país de grandes talentos y nos legó un invaluable patrimonio atesorado, el Museo Jesús Soto de su ciudad natal. Además, es un digno ejemplo para nuestra juventud, pues desde su infancia enfrentó adversidades y carencias, pero supo superarlas para convertirse en el gran maestro universal que hoy es reconocido y recordado en todo el mundo.

Impulsado por su curiosidad y voluntad de crear, viajó a Europa, donde entró en contacto con la experiencia de otros genios que revolucionaron el arte. En 1951, en Holanda, tuvo un punto de inflexión al conocer las obras de Mondrian y Malevich, lo que lo llevó a comenzar sus primeras obras basadas en la repetición sistemática de unidades formales. Posteriormente, en 1958, inició la serie de las varillas suspendidas, que evolucionó en los años setenta hacia las varillas en forma de “T”, los cuadrados monocromáticos flotantes en el espacio y sus famosas esculturas.

En 1955, la Galería Denise René de París −que siempre fue espléndida y abierta para con los grandes maestros latinoamericanos− marcó el inicio del movimiento del arte cinético, del cual Soto fue una figura destacada junto a Cruz-Diez, Vasarely, Duchamp, Jacobsen, Calder, Paul Bury y Agam.

Su obra está impregnada de vivencias e investigación, lo que la hace participativa y cautivadora para el público, especialmente con sus penetrables audaces y monumentales. Además, se pueden apreciar influencias de los impresionistas, particularmente de Cézanne, en cada una de sus obras.

Soto dejó su impronta en Caracas al inaugurar una exposición que marcó un hito en la historia del cinetismo. Más tarde, con la valiosa colaboración del renombrado arquitecto Carlos Raúl Villanueva, concibió el museo que lleva su nombre, el cual alberga obras de artistas relevantes vinculados al cinetismo además de las suyas. Este monumento fue resultado de donaciones de otras grandes figuras del arte.

El Museo Soto posicionó a Venezuela como una referencia destacada en el mundo del arte, atrayendo la atención de museos internacionales que comenzaron a adquirir sus nuevas obras. Los talleres de Soto en París y Caracas fueron centros de trabajo e inspiración para jóvenes artistas. Además, Soto siempre contó con el respaldo del Estado venezolano, que le brindó becas y apoyo financiero para vivir y desarrollarse en París.

Tuve el privilegio de conocer a Soto en 1973, cuando era gobernador de Nueva Esparta. Era un hombre alegre y animado, con quien disfrutaba conversar. Durante sus frecuentes visitas a Margarita, contribuyó activamente a materializar la idea de construir el Museo Francisco Narváez. En una ocasión discutimos la posibilidad de instalar un gran penetrable en la entrada del museo, además de las parrillas de hierro en el centro para exhibir la obra elegida por él.

Después de dejar el cargo de gobernador, a finales de 1977, mantuve el contacto con él. Los primeros días del gobierno de Luis Herrera se inauguró el museo. Recuerdo con claridad la tarde en que el presidente Carlos Andrés Pérez y yo estuvimos presentes en esa ceremonia, ambos coincidiendo en Margarita en ese momento.

Soto era un visitante frecuente de la isla, y amaba explorar sus paisajes y lugares de interés. Durante las Navidades y Años Nuevos entre 1974 y 1977, era una presencia constante, compartiendo con nosotros estas festividades. Siempre estaba acompañado por su gran amigo, Rafael Silva Ledezma, a quien cariñosamente llamábamos Papillón, un hábil comerciante en el puerto libre de artículos deportivos.

Soto tenía predilección por almorzar en los restaurantes El Caporal y La Talanquera, donde disfrutaba del pescado y las hallacas de mondeque, una especialidad muy apreciada en la isla. Siempre llevaba consigo una libreta para tomar notas. Solíamos llegar temprano al restaurante, aprovechando los rayos del sol que se filtraban a través del techo de Caña Brava. Soto se dedicaba a estudiar meticulosamente cómo la luz solar penetraba por las rendijas del techo, anotando sus observaciones y buscando nuevos conocimientos hasta la caída de la noche. Durante su estancia en Margarita era una rutina diaria visitar este restaurante.

Con el paso de los años, nos reencontramos cuando yo era gobernador del Distrito Federal. Durante una de esas visitas a mi despacho, le expresé mi deseo de construir un nuevo museo en la avenida Bolívar con su nombre, ya presupuestado y con la aprobación del presidente Carlos Andrés Pérez. Sin embargo, rechazó rotundamente la propuesta con gratitud y humildad, argumentando que ya existía un museo dedicado a él en Ciudad Bolívar y que otros grandes maestros merecían ese honor. En su lugar, sugirió honrar al pintor Jacobo Borges, cuyo museo fue construido en el Parque del Oeste. Jesús Soto, Sofía Ímber y yo estuvimos de acuerdo con que el museo le hiciera honor a Jacobo.

En otra ocasión, aprovechando la compañía del secretario de Alfredo Boulton, Oscar Ascanio, un reconocido especialista en arte, le mencioné a Soto que se aproximaba el cumpleaños número 424 de la fundación de Caracas y le expresé mi deseo de contar con una obra monumental para la ciudad. Con gran entusiasmo, se ofreció a crear la emblemática esfera anaranjada que hoy es símbolo de Caracas. Sugirió la intersección de la autopista Francisco Fajardo con la avenida Bolívar como el lugar ideal para su ubicación, y de inmediato nos dirigimos al sitio sugerido.

En los días siguientes, Soto presentó la propuesta formalmente, y tras una evaluación rápida, se dio inicio a la construcción de la esfera. Desafortunadamente, al salir de la gobernación para servir como ministro de Relaciones Interiores, los gobernadores posteriores no tuvieron conocimiento de esta grandiosa obra, hasta que finalmente el gobernador Abdón Vivas Terán la inauguró en la autopista Francisco Fajardo, frente al aeropuerto La Carlota. La esfera resalta con esplendor frente al majestuoso Ávila, simbolizando los 424 años de historia de la ciudad capital.

Soto pasó a la historia en vida, se hizo una figura imborrable en la historia del arte venezolano y universal, con numerosos reconocimientos a lo largo de su carrera, incluyendo el Premio Nacional de Pintura 1960, la Medalla Picasso de la Unesco, el título de Caballero de las Artes y las Letras del gobierno francés, y el Premio Nacional de Escultura del mismo gobierno. Su dedicación y talento lo convirtieron en uno de los grandes, todo un orgullo y un legado para Venezuela.

¡Gloria al maestro del cinetismo!

 


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