Una vez, en una boda, estuve en desacuerdo con el cura en dos cosas. Tiendo a disentir en muchos aspectos con los religiosos, aunque en lo básico estamos de acuerdo: ayudar a los demás, amar al otro y, dentro de lo posible, no hacer daño, pedir por justicia social…

Las dos cosas sobre las que disentí fueron: “debemos amar aunque no nos amen” y “lo que Dios ha unido, no lo deben separar los hombres”.

Siempre digo que mi personaje favorito es Jesús. Él se adelantó muchos siglos a la ciencia psicológica. Hoy sabemos que la mayoría de las enfermedades, tanto físicas como emocionales, se encuentran muy unidas a no perdonar, a no amarse a sí mismo, a tener relaciones injustas, a la falta de fe y al hecho de aferrarse al dinero y a las cosas que no son importantes en la vida. Somos una sociedad orientada al tener y olvidada del ser.

Por supuesto, no estoy de acuerdo con el sacerdote que insistía en que debemos amar aunque no nos amen. Ni tampoco pienso que lo esté Jesús. Él dijo: “Ama al otro como a ti mismo”. Hoy la ciencia sabe que es esa la base de la autoestima y, por ende, es determinante en la estabilidad emocional.

El amor debe comenzar por casa. Si no nos amamos, no podemos amar. No es sano ni funcional amar a quien no nos ama. El que ama más se siente rabioso, molesto, agresivo, depresivo, muchas veces se torna gruñón, se vive quejando. Está en una posición injusta. Dando lo que no recibe, se siente un mendigo recogiendo migajas.

La pareja se basa en relaciones de igualdad. Nadie puede ser feliz si se siente inferior a otro, si siente que el otro abusa y lo utiliza. Pedirle esto a alguien es decirle que no se autorrespete, que permita a los demás jugar con su dignidad.

Una de las funciones de la pareja es servir de modelo a sus hijos. No solo en la construcción de su identidad, sino también en lo que será su relación de pareja futura.

El matrimonio debería ser para toda la vida. Sería lo ideal para los hijos, los padres y la pareja, pero las estadísticas nos traicionan. El divorcio es una triste realidad, sobre todo porque no estamos educando a la gente para ser esposo, esposa, madre, padre. La educación formal ha olvidado lo más importante: educarnos para la vida.

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