Ocupa hoy un destacado lugar en la cultura afroamericana del siglo XX. Autor de canciones, educador, abogado, diplomático, poeta, novelista y activista de los derechos civiles, también fue profesor de la Universidad de Nueva York, luego encargado de la cátedra de Literatura en la Universidad de Fisk. Nacido en Jacksonville, Florida, en 1871, Johnson atiende a la Universidad de Atlanta obteniendo su grado en 1894; tres años más tarde se convierte en el primer afroamericano en presentar exámenes para pertenecer a la barra de abogados. Dedicó sus primeros años a la docencia, convirtiéndose en director de la secundaria Stanton de su ciudad natal, mientras que sus versos comienzan a ser publicados en Nueva York en The Century Magazine y The Independent.

Su afanosa búsqueda de un oficio que le asegurara estabilidad económica y tiempo para dedicarse a la escritura lo lleva a incursionar en la carrera diplomática, a la que logra acceder al apoyar la candidatura de Teodoro Roosevelt. Su dominio del castellano, idioma que aprende con un amigo de juventud de origen cubano, le convierte en candidato ideal para ocupar el consulado de su país en Puerto Cabello, adonde llega a principios de 1906.

De sus andanzas por estas tierras conocemos a través de la lectura de su magnífica autobiografía, titulada Along This Way (Da Capo Press, 2000).

Como les sucedería a tantos otros visitantes, la primera vista de la ensenada porteña le causa la más favorable de las impresiones. La ciudad se le presenta como una de simpática apariencia, hermosa alameda y gente por demás sociable; a pocos días de su llegada, recibirá un pase de cortesía del club El Recreo, convirtiéndose en asiduo visitante de aquel al final de cada jornada laborable pues, como Johnson mismo lo admite, no solo aquello hizo su vida más placentera sino que encontró en las innumerables conversas que allí tenían lugar un formidable vehículo para informarse y aprender sobre Venezuela, ayudándole en su desempeño oficial y personal.

Aunque le correspondió ejecutar también funciones consulares para Cuba, Panamá y Francia, todos países con los que la administración de Cipriano Castro había roto relaciones, tales ocupaciones no demandaban gran esfuerzo de su parte porque el vicecónsul descargaba en mucho sus obligaciones, así que nuestro personaje encuentra en la tranquila ciudad y el paisaje marino suficiente tiempo para madurar ideas que más tarde incorpora a su importante trabajo literario. Inicia los capítulos introductorios de su primera novela Autobiography of an Ex-Colored Man, publicada en 1912.

En un impulso nocturno experimenta por primera y única vez en su vida un arrebato de inspiración poética —como lo confiesa en su autobiografía— del que surgen los versos de su poema “Mother Night”, momento que describe hermosamente en sus memorias: “Llegaba a casa del club y sin pensamiento poético alguno en mi mente, me desvestí para ir a la cama. Apagué la luz y dejé abierto los postigos de la ventana del dormitorio, que abierta apenas dejaba entrar algo de la luz eléctrica del parque que permitía ver mi camino a lo largo de la habitación. Me metí a la cama y me dormí. Tarde en la noche, desperté repentinamente. Por alguna razón la luz del parque se había ido y la habitación se encontraba en una impenetrable oscuridad. Me sentí sorprendido, la oscuridad y el silencio se combinaron y me sumieron en una paz infinita. Pensé por largo rato, me paré y buscando a tientas la luz tomé mi pluma y papel y casi sin vacilación escribí un soneto que titulé “Mother Night”. Sin preocuparme mucho por leerlo, fui a la cama y volví a dormir. A la mañana siguiente le hice una o dos ligeras modificaciones al poema, lo tipié y envié a la revista…”. Además de este poema, con toda seguridad otro titulado “O Black and Unknown Bards” fue escrito en la ciudad marinera, luego remitido para su publicación en la ciudad neoyorquina.

Sus días en el puerto fueron de gratos recuerdos, como se advierte al leer sus amenos relatos. Se ufanaba de la cálida acogida que le brindó aquella sociedad que en general tenía un sentimiento antiamericano (“I was aware that the common verdict of the club was that I was muy simpático…”), se maravilló con la afición de los socios del club por festejar a la mujer porteña con un gracioso piropo y se sorprendió con la destreza del presidente Castro como consumado bailarín durante una gala local. Recurrió, incluso, a métodos poco convencionales en su afán por fomentar nuevos negocios para sus connacionales, tratando con ello de ganarse el aprecio de los locales. Fue así como promovió la idea de organizar dos clubes de beisbol en la ciudad, ordenando la compra de los uniformes a una casa especializada en Nueva York. “No podré olvidar —escribe— el primer juego, fue más vocal que atlético. Cuando dejé Puerto Cabello había indicios que nuestro deporte nacional estaba ganando terreno en esa parte de Venezuela”. ¿Fueron estos los primeros equipos de beisbol en la ciudad? No lo sabemos, pero en todo caso le corresponde el mérito de haber fomentado su práctica entre 1906 y 1908.

Transcurridos dos años de su estancia en el trópico, James Weldon Johnson estaba ansioso de ascender en la carrera diplomática. Solicita un cambio que le es concedido en la primavera de 1909 al ser nombrado cónsul de Corinto en Nicaragua. Abandona el puerto, no sin cierto remordimiento por lo placentero de su estadía y las amistades que dejaba. Los vaivenes políticos, sin embargo, pronto le obligan a renunciar a la diplomacia encontrando su verdadero y último camino en la defensa de los derechos de su raza, la cultura negra y el incansable combate para poner fin a las diferencias raciales, tareas estas a las que dedicó sus mejores esfuerzos desde la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NACCP por sus siglas en inglés), en la que prestará servicios por más de década y media.

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@ahcarabobo


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