Es habitual en Colombia, y no sólo en materia literaria y exquisita, que las firmas que comercian con estas substancias, como cardenales que con sus insondables bocas acechan la muerte del pontífice, permanezcan atentos de la hora del fallecimiento de los autores, para, lisonjeándose con sus prestigios, llenar sus bolsillos vendiendo chismes sobre sus vidas o escarbando entre sus despojos lo impublicable, habiéndole negado la difusión de su obra en vida.

Ello acaba de suceder con la propagación de un opúsculo, ensamblado por la ilimitada adhesión comercial, y quizás afectiva, de uno de los protagonistas de la historia, muy dada a la aclamación de cadáveres insepultos mediante la cosecha de chismes y aventuras del extinto. Pero no solo ella, sino que otro pretendido poeta, hijo de otro muy premiado lagarto, y un impresor de pacotilla que resultó ministro del despacho, han sumado atrevimientos para relumbrar con el muerto, un Premio Cervantes, que pasó 23 meses en Colombia y cuyos verdaderos amigos suyos, todos, están muertos.

Hablo, por supuesto, de este extraño rótulo: Muy agradecido, la estancia bogotana (1960-1961) del poeta y escritor español José Manuel Caballero Bonald, de la señora Myriam Bautista, con la franquicia colombiana de Tusquets, cuyo último director fue el licenciado Juan David Correa, furibundo enemigo, desde la pubertad, del uribismo, propagandista de las execrables vidas de Gustavo Petro, María José Pizarro o Juan Fernando Cristo, e hijo del incuestionable Ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, su padre Hernán Dario, ex trotskista promotor de huelgas, paros y marchas, tan violentas como las Riopaila (1976), Inravisión (1999), Conalvidrios (1977); de sindicatos de maestros (162 en 40 años) y de discordias pugnaces entre mamertos y moiristas o miembros de las guerrillas del M-19, las FARC o el ELN. Mejor dicho, una de esas joyas del wokeísmo nacional.

El intento es otra de las ya nutridas argucias editoriales de la señora Bautista, muy feminista ella, defensora de los decrépitos del arte y denodada arqueóloga de excusables literarios. Se trata de una extensa paráfrasis de una noticia de los libros de memorias de Caballero Bonald, (Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, reunidos en La novela de la memoria en 2010), que hiciera para la revista de la Biblioteca Luis Angel Arango el finado Juan Gustavo Cobo, dos décadas antes del fallecimiento del gran poeta jerezano.  El primero comprende desde su nacimiento en 1926 hasta su llegada a Madrid en 1951 y el segundo, desde 1956 con la aparición del rock (Johnny Halliday, Adriano Celentano, Elvis Presley, Chuck Berry, Paul Anka, The Platters) hasta la muerte de Franco en 1975.

 

La Colombia de Caballero Bonald de JG Cobo Borda resume la jornada del poeta. De su mano advierte como se hizo amigo, en el bar de la Asociación Cultural Iberoamericana de la Calle del Marquez de Riscal, de otros, que, como él, al llegar a Madrid, recibían ayuda de prebendados del Opus Dei como Leopoldo Panero, Luis Rosales o Camilo José Cela, cobijados bajo el ala falangista de Alfredo Sanchez Bella, director del Instituto de Cultura Hispánica y posterior embajador en Colombia durante el segundo gobierno de Alberto Lleras, tras la caída de la dictadura de Rojas.

Colombianos, casi todos, viviendo en Madrid o en Alemania, merced a las gestiones de Gilberto Alzate Avendaño, embajador de Colombia ante Franco, que contó con el lirismo de Eduardo Carranza como agregado cultural y los consejos de Amira Hortensia Arrieta McGregor de la Rosa. Camisas Negras: Eduardo Cote Lamus, Ramiro Lagos, Hernando Valencia Goelkel, Rafael Gutierrez Girardot, Oscar Echeverri Mejia, German Posada Mejia, Jorge Eliecer Ruiz, Ramon Perez Matilla o Cornelio Reyes. Y diplomáticos somocistas, los grandes poetas nicaragüenses José Coronel Urtecho y Carlos Martinez Rivas, habitantes del Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe.

El Madrid de la posguerra, sofocado “por la grisura y la mediocridad agazapada en las torvas garitas de la dictadura, la miseria solapándose bajo las incipientes alharacas del desarrollismo, la sumisión indigna de los más”. Un Madrid de gentes con tilomas, helomas y verrugas plantares, de cuchitriles, camarillas, ergástulas, maquinaciones y tertulias en las bodegas de Ventas, de Hermosilla, el Avión, el Teide, el Gijón, Oliver, quizá el Bocaccio, “y tantos otros arrabales inmundos de la noche”.

Durante los meses que Caballero Bonald estuvo en Colombia servían como ministro de educación Jaime Posada Díaz, alfil de Lleras y Eduardo Santos, y como rector de la Universidad Nacional, el franco americano Mario Laserna. Jorge Gaitán Durán deambulaba desde el asesinato de Gaitán por el mundo, pero estuvo varios meses de los primeros años sesenta participando en el MRL de López Michelsen y fue candidato al senado en las elecciones del sesenta y dos, año en que muere durante el aterrizaje de un vuelo de Air France en Guadalupe. Alvaro Mutis acababa de salir de la cárcel de Lecumberri en Ciudad de México, acusado de intentar derrocar, mediante sobornos a los miembros de una constituyente, con dineros de la Esso, al gobierno de Gustavo Rojas Pinilla.

Fue durante años un enigma, el origen del viaje de Caballero Bonald a Colombia, cuando ya era subdirector y secretario de redacción de la revista de Cela, Papeles de Son Armadans, y gozaba de la protección de poetas del régimen. Desde el primer número, en 1956, Caballero Bonald solicitaba los materiales y tenía contacto con los colaboradores, futuros notables como Blas de Otero, Damaso Alonso, Jose Maria Castellet, Gregorio Marañón, Angel Gonzalez, Jaime Gil de Biedma, Rafael Sanchez Ferlosio, Carlos Barral, Rafael Alberti, Americo Castro, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre o Alonso Zamora Vicente, quien le invitaría a colaborar en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española a comienzos de los setenta.

No así, el soterrado y arcano interés de los insaciables Santiago Mutis Durán y Ramón Cote Baraibar, quienes, desde el momento en que CB fue galardonado con el Cervantes, y se avecinaba el centenario de Alvaro Mutis, laburan por convertirle en divisa de una de las vertientes de la “nueva” poesía nacional, con Caballero Bonald como su aura. Orquesta de Cámara conducida, hasta su fallecimiento, por Cobo Borda, el Germán Arciniegas de Ernesto Samper Pizano.

En una de las numerosas ediciones que ha hecho de su miscelánea de la poesia colombiana, sigue preguntando Cote Baraibar: «¿Estaba la poesía colombiana preparada para ser moderna? Por supuesto que no. Y cada país lo fue a su tiempo: Perú con Moro, Westphalen. Chile con Huidobro, Rosamel del Valle. Argentina con Girondo. Pero Colombia no tuvo una voz que encarnara en profundidad los argumentos de los vanguardistas«. Moro, Westphalen, Huidobro, Rosamel, Girondo y los secretarios de Neruda, son la prehistoria de la melancólica y retórica “poesía” de Mutis, y Mutis, el padrón del verso de el mismo Baraibar, Andrea Cote, Camila Charry, Carolina Dávila, Felipe Martínez, Giovanni Gómez, Henry Gómez, Jorge Cadavid, Roca, Laura Castillo, Lucía Estrada, María Gómez, Piedad Bonet, Santiago Espinosa, o Tania Ganitsky, de cuya estulticia nos libre el porvenir.

Cela llegó, con su esposa Rosario Conde, a Palma, en Mallorca, en 1954, a una casa del barrio Son Armadans, de donde toma el nombre la famosa revista. En la isla redactará La Catira, novela que por encargo del dictador Perez Jimenez publicó, luego de haber recibido tres millones de pesetas de entonces, durante un viaje a Colombia y Ecuador. En Colombia estuvo en el preciso momento del golpe de cuartel de Rojas Pinilla contra Laureano Gomez y gracias a Lucio Pabón Nuñez pudo entrevistarse con el autócrata, quien a su vez le puso en contacto con Laureano Vallenilla Lanz, hombre fuerte del régimen venezolano.

Con su ingreso en la RAE en 1957, Cela participa en unas Jornadas Literarias Europeas en 1959 a las que asisten Ramón Menéndez Pidal, Pedro Laín Entralgo, José Maria Pemán o Julian Marías, y hace parte, en mayo de ese año, en las Conversaciones Poéticas de Formentor, donde asisten Aleixandre, Diego, Alonso, Ridruejo, Vivanco, Cano, Hierro, Bousoño, Celaya, Riba, de Otero, Gil de Biedma, Barral, Rosales o José Agustín Goytisolo y, dos días mas tarde, Italo Calvino, Alberto Moravia, Marguerite Duras, Miguel Delibes, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Juan Goytisolo, Mercedes Salisachs, Carmen Laforet, etc. En 1961 el coloquio otorgó el Premio Formentor a Jorge Luis Borges que dijo que, “como consecuencia de ese premio, mis libros se multiplicaron de la noche a la mañana en todo el mundo occidental”.

Sabemos que uno de los fundamentos de la amistad entre Caballero Bonald y Cote Lamus residía en sus recurrentes tenidas etílicas y su afición por los bajos fondos del mundo y la putañeria. Las memorias del primero dan buena cuenta de ello.

Cote era hijo de ricos propietarios de tierras de Pamplona, recalcitrantes partidarios de Laureano Gómez, el principal azote de la República Liberal de López Pumarejo. Desde muy joven militó en el conservatismo e hizo campaña para la elección de Ospina Pérez a la presidencia.  Mudado a Bogotá para estudiar derecho, conoció al supremacista Gilberto Alzate Avendaño, apodado El Mariscal, y colaboró en El Eco Nacional con encendidas diatribas donde atacaba la intelectualidad liberal, en especial a Baldomero Sanín Cano, a quien apodaba “Baldosín”. Adicto a la juerga como su jefe, en 1950 recibió una beca para hacer un diplomado literario en Salamanca y de allí saltó a Madrid y luego a Glasglow y Frankfurt del Meno donde fue cónsul por tres años.

María Mercedes Carranza ha recordado como al llegar al Madrid del estraperlo, Cote quedó deslumbrado por lo depreciada que era la vida allí para un rico americano. “Era un joven de 23 años, delgado, con un rostro extraño de los ojos oblicuos, y una aguda perilla que se movía al compás de su tartamudeo. Y practicaba una bohemia que hizo historia: hay quienes recuerdan su asombro cuando supo que una copa de brandy valía apenas dos pesetas y decidió comprar todas las existencias del bar donde se encontraba, lo hizo cerrar y con los desconocidos parroquianos se lo bebió, gastándose los viáticos que su padre le había dado para los primeros meses en el exterior”.

Según Caballero Bonald, en cierto momento de su estadía madrileña Cote “contrajo un amor desaforado por la actriz Mayra O’Wissiedo, a quien convirtió en destinataria universal de sus volcánicos anhelos. Mayra era una mujer desmesurada que iba por la vida de insurrecta y cuya más vehemente afición consistía en mofarse de los convencionalismos con toda clase de dichos y de hechos…Una noche, en una taberna la involucró en una boda chibcha, con un ídolo de terracota y una cajita de palo de áloe conteniendo una ceniza selvática y una finísima corteza de palma a manera de paño litúrgico, todo aquello a media luz y con solemnidad imperturbable, … y, después de masticar la ceniza y pasársela a Mayra en un bocazo visiblemente cochambroso, se arrebujaron los dos en un rincón medio cubiertos por la corteza de palma. Permanecieron así un tiempo excesivo, dedicados a un mutuo manoseo con trazas prefornicarias, aunque no pasaron de ahí. Eduardo se levantó finalmente, dio por concluido el ceremonial y nos invitó a una botella de aguardiente del Cauca que tenía reservada con esas miras, media para beber y media para unas friegas de obligada aplicación en las periferias del ombligo.”

Hay un poema de Caballero Bonald en Somos el tiempo que nos queda, que parece trasunto del evento sicalíptico. Copio un fragmento de Bar nocturno:

Era una esquirla el clarinete,

un estertor de la alegría.

Toda la noche resonando

como una sábana en tus pechos.

Chorros de lenguas tan metálicas

que entrechocaban con los vasos,

iban mojando de lujuria

los cortinajes y butacas.

Entre el estruendo de las telas

unas caderas rebullían

como incendiadas por la piel

prostituida del tambor.

Mira qué prendas, qué etiquetas

de enloquecida saciedad.

Habla más alto, no se escucha

más que el furor de los licores.

Pero la boca ya ofrecía

todo el despliegue de su asco.

Boca promiscua, desguazada

de zumos ávidos y esguinces.

Está poblada de rescates,

no se parece a las demás.

No se parece, no es mentira.

¿Quién la sorbía en la tiniebla,

amoratándola de acechos,

ya despreciándola, ya hurgándola

por los más públicos alardes?

Pisando vidrios, vomitando

virus de humus y de músicas,

llegaron nuevas avalanchas

de encarnizados oficiantes.

Era la hora del suicidio

y algunos miembros de la secta

se desnudaban en la sala

con jactanciosa parquedad.

Aun cuando en una carta llegó a anunciar que se casaría con Mayra, terminó contrayendo, en secreto, bodas con Alicia Baraibar Brunet (1938-2007), hija de German Baraibar Usandizaga, un vasco ultra que sirvió a la dictadura de Primo de Rivera con igual fervor que a Franco en Ciudad del Cabo, Oslo, Paris, México, Colombia y Dublín. Después de siete años en Europa, al regresar en 1957 fue nombrado secretario de educación, representante a la Cámara, senador y gobernador de Norte de Santander. Murió la madrugada del 3 de agosto de 1964, en un lugar llamado La Garita, cuando se disponía a renunciar a la gobernación del departamento para asumir el cargo de Ministro de Educación del gobierno de Guillermo Valencia, que acababa de nombrar su primer embajador en Moscú al titular de la cartera, Pedro Gómez Valderrama.

Los siete años que precedieron a su muerte los dedicó en buena parte a la politiquería, haciendo campañas electorales, brindis con aguardiente en las tiendas y fondas de los pueblos de Santander prometiendo lo irrealizable y declamando Estoraques, una paráfrasis de La tierra baldía de Eliot, compitiendo con el poeta mas famoso de la comarca, un desgraciado a quien apodaban Sietemachos.

Caballero Bonald nunca desdeño su apego a la juerga y el fornicio, a menudo con dueñas del oficio, como se decía en la Colombia de los sesenta. Pero tampoco rechazaba departir esos placeres con señoras de gran calado, como recuerda en una de sus últimas entrevistas y poemas: “No olvido algunas de las mujeres que conocí esos años, como aquella española, Alicia Baraibar, que, como Elvira Mendoza, Rita Agudelo, Marta Traba, Gloria Zea y Sonia Osorio, con su tono libertario, predicaban el amor libre, amaban el cine erótico francés de Cofram y les encantaba divertirse”.

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Desnuda

antes que alerta y disponible,

desnuda nada más, desmemoriada

sobre un cuero de res, el vientre

húmedo de salitre y en el cuello

el amuleto pendular de un dado

cuyo rigor jamás aboliría

los tercos mestizajes del azar.

Rauda la carne y prieta

como un sesgo de iguana, surca

los fosos coloniales, deposita

en las inmediaciones del marasmo

una aromática cadencia

a maraca y sudor y marigüana,

mientras cumple el amor su ciclo

de putrefacta lozanía

en el nocturno ritual del trópico.

(Barranquilla la nuit, fragmento.)

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Lenta o tal vez sumariamente inmóvil,

con el falso recelo

de quien fuera educada

en la molicie glandular

de los andróginos, sólo rompía

el ritmo de su cuerpo algún fugaz

movimiento retráctil del pubis,

no defensivo sino irresoluto,

y llegó a la altura de los porches

y allí se desnudó con neutra

inverecundia, exhibiendo por zonas

la intrincada armonía

de un cuerpo circunscrito en su contrario.

(Ambigüedad del género, fragmento.)

Ninguno de estos vasos comunicantes es estudiado o descrito por la señora Bautista, siendo, como son, definitivos para entender por que vino a Colombia Caballero Bonald. La respuesta la supo el mundo de la farándula al recibir Cela el Premio Nobel. Para Bautista interesa glosar fragmentos previamente expurgados por el editor y el hijo menor de Cote y el hijo desheredado de Mutis. Se trata de no herir susceptibilidades en el mundillo de los parientes. “Casi todas las personas que lo trataron (a Cote Lamus) están muertas, salvo Ramón Cote, hijo de uno de sus mejores amigos (Caballero Bonald)”.

Caballero Bonald declaró que tuvo entre uno y diecisiete hijos, no sabemos si en serio o en broma, cuando la revista Interviú en su número 703 de noviembre de 1989, tituló su portada con la confesión, a destiempo, de Rosario Conde, la ex de Cela: Nunca estuve enamorada de Camilo. Mi gran amor fue Caballero Bonald”, hechos ciertos, por cierto, pues lo habían sido por siete años durante los trabajos del jerezano para el gallego en Palma. Un conflicto ético y político que resolvió casando a las carreras con Josefa Ramis Cabot, una excampeona de natación tan pronto tuvo certeza de que, en Colombia, Cote Lamus, ya senador del alzatismo, le había conseguido un empleo en la Universidad Nacional con la ayuda del millonario Mario Laserna, rector del claustro al caer la dictadura de Rojas Pinilla. Le había conocido en Pollença, durante una fiesta orquestada por Cela para presentar a Micaela Flores Amaya, alias La Chunga, famosa bailaora que luego tendría un affaire d’amour con el presidente Guillermo Leon Valencia.

Cote tuvo cinco vástagos, el último, Ramón, nació nueve meses después de la muerte del gobernador y es el único que se ha dedicado a promover, como el tenaz Santiago, el “hijuemutis”, el prestigio de su padre, como ilustre huérfano que es. Tanta ha sido su pasión por salvar del olvido una obra ya difunta, que muy joven viajó a Madrid a seguir los pasos y tratar personalmente a los poetas que conocieron a su padre, en especial Caballero Bonald, que sin duda le trató como a un hijo, agradeciendo así los favores del difunto. Tanto ha vivido Cote Baraibar del muerto Cote Lamus, que fue durante años el amanuense de un secretario de la OEA, adicto a la cáscara amarga.

El libro de la señora Bautista tiene escasas doscientas páginas, un cuarto de ellas, dedicadas a transcribir textos de Caballero Bonald que no habrán pagado ni cinco por derechos de autor, pues editor y autora habrán garantizado a Tusquets la compra, por parte del Ministerio de Cultura colombiano, de unos mil o dos mil ejemplares. Para lo cual, han ignorado la bibliografía sobre Caballero Bonald producida en Colombia, que suma unos siete títulos, entre libros y revistas y prensa, entre 1980 y 2014 año del fallecimiento del poeta andaluz. Y que no cita pues el autor de ellas es el mismo que firma esta. Nueve (1952-1964) son las únicas que hay sobre Caballero Bonald antes de su llegada, firmadas o publicadas en España o Colombia por Cote Lamus (2), Valencia Goelkel (2) y una cada uno de Cecilia Laverde, Oscar Echeverri Mejia, German Posada y Eduardo Camacho. Todo eso lo ignora la señora Bautista. A ella le interesa contarnos como eran los alrededores de la Ciudad Blanca, como era el transporte por la Avenida Caracas, el fausto para la inauguración del aeropuerto El Dorado, la participación de José Manuel en un programa de concurso llamada Trece mil pesos por sus respuestas, con presencia del sabio Panesso Robledo y la incalculable belleza de Gloria Valencia de Castaño. Y un lunar: que al gran poeta caucano Helcias Martan Góngora, que en su revista Esparavel publicó cientos de poemas españoles, le decían el Negro Martán.


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