Escribir en una mañana lluviosa y con niebla sobre el Ávila nos baja los decibeles. Más aún si son unas letras para un amigo que nos deja inesperadamente. Me agarró por sorpresa la muerte de Iván Combellas, un excelente médico cardiólogo, docente de la Universidad Central de Venezuela y  sobre todo un caballero.

Iván fue uno de esos  amigos que uno hace en la adultez. Conocí a su hermano Ricardo desde joven pues fue mi profesor en la Escuela de Estudios Políticos. Con Iván cultivamos  una amistad de sinergias y empatía en poco tiempo, y en período de fuerte turbulencia en Venezuela, prácticamente por nuestros encuentros casuales en Puerto Azul, gracias al mar y a ese espacio maravilloso de convergencia descontraído, la mayoría de las veces frente al mar o con el mar y en donde la agenda siempre era abierta. Los temas de conversación eran infinitos y el afecto fue  creciendo en la medida en que íbamos coincidiendo y descubriendo puntos de unión en la visión sobre la vida, la familia, la política y el país. Quería a su club, lo visitaba con su padre y hermanos desde niño, fue tenista y surfista. Piancho, su cuñado, nos recordaba con emotivas palabras durante la despedida que los amigos le tenían como sobrenombre Freud y resaltó su calidad como amigo y familia.

Este semestre lo vi poco, mientras él luchaba con una enfermedad que decidió llevárselo. Guardo su último mensaje de Navidad. Decía entre otras cosas que me apreciaba y que soñaba que en el nuevo año Venezuela rescatara, aunque con sacrificio, la normalidad institucional y la prosperidad que nos merecemos los venezolanos. Seguía su rutina de bajar al litoral casi todos los fines de semana y de cultivar a  sus amistades. Le estaré agradecido por su amabilidad cuando tuve un percance con mi hijo de salud; Iván, como buen académico, me guiaba a entender el cuadro y me confortaba sobre las posibilidades de recuperación.

El doctor Combellas, de tono afable y conversa siempre respetuosa, nos deja un vacío en estos tiempos difíciles en los que contar con la amistad  desinteresada es un atributo que debemos mantener. Como nos recordó una de nuestras amigas en común, Alicia Jadrake, ”su cara de paz y tranquilidad, un médico de vocación y profesor toda su vida al servicio de la salud”. Así entendí a este caraqueño de profundo afecto por su país y de vocación al servicio público.

Con estas líneas quiero recordarlo, dejar testimonio del aprecio y el respeto que sentí por su persona, por su buena estirpe como venezolano honesto, darle mi pésame a sus hermanos, Ricardo, a Karina, a Irka, su compañera; a sus amigos del club, con los cuales tantas horas compartimos; a sus compañeros de la academia y a sus ex alumnos. En fin, recordaremos a Iván por su gentilicio. Nos faltará verlo llegar con su sombrero y morral a cuestas. Las aguas en mar abierto recibirán sus cenizas como seguramente fue su voluntad.


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