Foto: AFP

Este ataque no es de Palestina contra Israel. Es Hamás contra Israel. Contrario a lo ocurrido en 1973 en la guerra del Yon Kippur que era una coalición de países (Siria, Jordania, Egipto, etc.) contra Israel, en esta ocasión es el espectro del terrorismo contra Israel. Y eso le proporciona otro tipo de connotaciones al desarrollo de la guerra que anunció emocionadamente el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y probablemente a su desenlace. No se verán las formaciones blindadas en el desierto del Sinaí y los Altos del Golán. Ni se verán acciones militares clásicas en el territorio árabe contra una coalición de países encabezada por Egipto y Siria y una larga ristra de países de origen musulmán, enemigos históricos, políticos y religiosos de Israel, ni habrá el apoyo oficial de otros ubicados frente a Estados Unidos como la URSS, Corea del Norte y Alemania Oriental. El enemigo de Israel en esta oportunidad es uno de los desafíos geopolíticos más importantes de este milenio que ha desajustado por completo el orden mundial y que ha alterado la linealidad de la guerra y los conflictos políticos en sus desenlaces. Si los hay en esta oportunidad..

El 11 de septiembre de 2001, Al-Qaeda sorprendió a Estados Unidos, en el centro de su poder, con ataques contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington. En junio de 2014, Daesh (organización del Estado Islámico en Irak y Levante) creó un estado terrorista de 200.000 km² entre territorios sirios e iraquíes. De allí un grupo terrorista se manifiesta territorialmente. En ese momento el terrorismo como tema estratégico ocupaba un importante espacio en los medios de comunicación y se evidenciaba como la principal amenaza a la seguridad de los países occidentales. Los atentados de enero de 2015 contra Charlie Hebdo y el supermercado Hyper Cacher provocaron una fuerte emoción en Francia y eso no evitó los  ataques del 13 de noviembre de 2015 (130 muertos), en junio y julio de 2016 (89 muertos), el 20 de abril y el 1º de octubre de 2017 (1 y 2 muertos respectivamente) y el 23 de marzo de 2018 (4 muertos). El terrorismo también ha afectado a Bélgica, España, Reino Unido y Estados Unidos. Occidente no tiene la exclusividad en víctimas. Turquía, Túnez, Rusia, Costa de Marfil, Malí, Nigeria, Irak, Siria, Afganistán, India, Pakistán y Somalia han sido particularmente afectadas por múltiples episodios de terrorismo sin ningún tipo de desenlace lineal entendiéndolo como un cierre con un vencedor y un derrotado.

La diferencia entre los daños causados ​​por el terrorismo y la magnitud de las reacciones que provoca es distinta. En la mente del público y de los medios de comunicación occidentales, el terror ha sustituido al enemigo convencional como elemento importante de amenaza, pero pone en riesgo la existencia misma del mundo occidental y sus valores en la tradición judeocristiana. No como un poder capaz de ejercerse en las convencionales acepciones de los estados nación de territorio, población y soberanía; sino como un medio de acción que trasciende hacia la globalidad y le reduce sus potencialidades. Al Qaeda, Hamás, Hezbolá fundidos en el radicalismo musulmán van más allá de sus raíces históricas asentadas en el Medio Oriente y se difunden a través de otro desafío geopolítico para los países desarrollados: la migración sin control hacia los países desarrollados del mundo occidental donde viaja anidado en el resentimiento, el terrorismo. En esos comandos que viajan en la parte trasera de camionetas a toda la velocidad que vemos a través de la difusión en las redes sociales hay una amenaza esencial para las naciones que aspiran a vivir y desarrollarse en paz, en democracia y aceptando con tolerancia la multiculturalidad.  Un ataque terrorista puede ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento y genera una ansiedad desproporcionada con la realidad de la amenaza. Se extiende a ciudadanos de todos los países en su vida diaria: transporte, escuelas, tiendas, centros comerciales, etc. Al romperse la distinción entre combatientes y no combatientes esa neblina de incertidumbre se transforma en miedo. El globo completo es un posible campo de batalla. Muertes limitadas contra territorio ilimitado del que se desconoce el próximo golpe, es la realidad del terrorismo. El 11 de septiembre de 2001 se constituyó en una ruptura geopolítica. A pesar de que cada potencia no ha sido modificada en sus alcances, ni se ha alterado el equilibrio internacional del poder, la circunstancia que desde un país distante se puedan organizar ataques al centro de gravedad de otro en una asimetría de los medios libera casi por completo a los países occidentales del miedo a una amenaza externa y la traslada hasta el mismo corazón de sus debilidades. El terrorismo se ha convertido en la principal debilidad en materia de seguridad para Occidente por lo sorpresivo de sus ataques.

Hamás es un brazo armado que defiende el ideal palestino y esta abiertamente enfrentado a la Autoridad Única Palestina a la que acusan de traiciones y de alargar su representatividad oficial. Las propiedades de Hamás y sus características lo conectan con todos los estados árabes y los sentimientos antijudíos, especialmente con Irán y sus filiales del terrorismo como Hezbolá. De manera que la posibilidad de la reedición de una intifada más sangrienta con otro tipo de extensiones y alcances en Israel y otras locaciones donde haya intereses judíos en el mundo pone al planeta frente a unas amenazas muy preocupantes y graves. Hamás es terrorismo tan igual al expresado el 11S en el corazón financiero del planeta con el ataque de Al Qaeda a las torres del World Trade Center en Nueva York. Todo indica que esta agresión de Hamás es una fachada de Irán y otros enemigos de Israel en la zona.

Este ataque no es de Palestina contra Israel. Y esa confusión que ha levantado solidaridades en algunos círculos políticos, intelectuales, culturales, y mediáticos globales de inclinación socialista rechazando la violencia de ambos lados en la zona pero, reivindicando el reclamo palestino de sus territorios establece una correlación emocional conveniente para el terrorismo y para alentarlo.

El terrorismo es la histórica guerra que conocemos desde los tiempos de la batalla de Megido (siglo XV a.C.) en el enfrentamiento entre egipcios y cananeos para imponer la voluntad (política, económica, territorial, económica o social) a otro, con toda la variación en los medios utilizados que ha transcurrido en el tiempo y que pasa por un amplio abanico de irregularidades, mixturas, asimetrías, variados dominios, desigualdades, hibridez y en los múltiples tableros que se han configurado en los campos de batalla de estos últimos tiempos. Uno de ellos el uso sistemático del terror por organizaciones, grupos o individuos en la promoción de sus objetivos para la imposición de sus voluntades políticas, ideológicas, religiosas a otros. Esto último debe sonar bastante a Sun Tzu o a Clausewitz de librito.

Hamás no es Palestina oficialmente. Esta última es un país reconocido formalmente en la comunidad internacional desde los acuerdos entre la OLP y el Estado de Israel en Oslo en 1994, admitida como el miembro número 195 de la Unesco en 2011 y de la ONU como «Estado observador no miembro» de la organización, reafirmando además el derecho del pueblo palestino a un territorio bajo las fronteras definidas antes de la Guerra de 1967. En esos conceptos, Hamás es a diferencia de Palestina una organización paramilitar que se declara como yihadista, nacionalista, islamista y que practica el antisionismo, el antisemitismo y el anticomunismo con el objetivo original del establecimiento de un Estado islámico en la región histórica de Palestina, que comprendería los actuales Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza, con capital en Jerusalén. Hamás está calificada por un amplio abanico de países y de organizaciones como una entidad generadora de terrorismo a nivel global.

Tres vectores han calificado el sorpresivo ataque terrorista de Hamás contra Israel. La paulatina penetración de militantes armados al territorio de Israel similar a los ingresos de los inmigrantes a Europa y Estados Unidos, que burlaron todos los sistemas defensivos; la grave falla en términos de oportunidad de los sistemas de inteligencia israelíes y el manejo de la tradicional narrativa de una guerra distinta con unas correlaciones de incertidumbres que angustian en el tratamiento que debe dársele al terrorismo en estos tiempos.

Hamás no es Palestina, es Hezbolá, es Irán, y toda la comunidad musulmana radicalizada y globalizada y ubicada estratégicamente en todos los centros de poder mundial con el objetivo fijado de la desaparición del Estado de Israel fundado a partir de 1948 y en la destrucción de los imperialismos que sobreviven geopolíticamente y que apoyan a los judíos. Por eso la emotiva declaración de guerra del primer ministro Benjamín Netanyahu puede proyectar unos desenlaces distintos a la guerra del Yon Kippur en 1973 –si los hay– y a los derivados del 11S en la guerra de Estados Unidos contra Osama Bin Laden y Al Qaeda.

En un mundo completamente horizontalizado en materia de la distribución del poder global, con Estados Unidos sumergido en las debilidades post retirada militar de Afganistán, con Europa a dedicación exclusiva en las expectativas de la guerra Rusia-Ucrania y con China avanzando sin prisa pero sin pausa política, económica y militar en su proyecto de dominación, el espectro del terrorismo y sus asociaciones se mantiene en los cuatro puntos cardinales listo para asestar su próximo zarpazo.

¿Contra quién o qué es la declaratoria de guerra de Israel?


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