El alto gobierno en Washington no ha evitado hablar en público sobre el tema de la importante influencia que China mantiene dentro de la economía de Israel, uno de sus más importantes aliados en la escena internacional. En términos inequívocos, un muy destacado funcionario del Departamento de Estado lo señaló hace un par de semanas, cuando aseguró que “Estados Unidos desea para sus socios más confiables términos justos y recíprocos de comercio y de inversiones. Los negocios que tienen que ver con China, por el contrario, son opacos, transaccionales y orientados a beneficiar al Partido Comunista chino”.

No hablaba en abstracto este alto personero. Se refería a un colosal proyecto de infraestructura que se origina en Hong-Kong. Se trata de la inversión de 1,5 billones de dólares en una planta desalinizadora –Planta Sorek B– que operaria y controlaría el suministro de una cuarta parte de las necesidades de agua potable al país desde el presente hasta el año 2049. Su emplazamiento geográfico también es motivo de preocupación, porque estaría ubicado en las inmediaciones de la base militar israelí de Palmachin, donde se encuentran sistemas de defensa armados desarrollados con el apoyo de tecnología norteamericana.

Este caso es apenas un ejemplo de las actividades conjuntas que resultan urticantes para el señor Trump, porque la realidad es que la interacción entre China e Israel alcanza a diversos terrenos bien desarrollados a lo largo del tiempo, tanto en el ámbito comercial como en el de inversiones, los que pudieran ser objetados por el gobierno de la Casa Blanca dentro de esta nueva agresiva política en contra de la segunda potencia planetaria. Los otros sectores que pudieran ser objeto de vetos tienen que ver con puertos y telecomunicaciones, dos áreas incisivas en las que los chinos mantienen estándares de excelencia.

La posición del gobierno israelí en el terreno de sus relaciones de negocios con China ha tendido a ser cautelosa sin subordinarse por ello al veto global norteamericano. Desde octubre pasado se creó en Tel-Aviv una comisión que involucra a las autoridades en materia económica, internacional y de seguridad estratégica, encargada de revisar las relaciones bilaterales con el gigante de Asia, con la idea de no pisarles los callos a los americanos en sus acercamientos con China. Con Hong Kong igualmente, dada la especial coyuntura que se presenta con su administración.   De hecho, los Ministerios de Defensa y de Finanzas se involucran en el proceso de negociaciones, ofertas y licitaciones externas a fin de asegurar que las transacciones no les crearán dificultades insalvables con sus aliados políticos norteamericanos. Esa es una relación proactiva vital que no se atreverían a molestar ni con el pétalo de una rosa.

Por su lado, Donald Trump no detendrá las presiones sobre Israel en su empeño por desacomodar la influencia china en esa parte del mundo. Es necesario acotar que no les falta razón cuando se trata de impedir, por ejemplo, que China ejerza control sobre el Puerto de Haifa, lo que también es motivo de negociaciones en este preciso instante. No hay que recordar que China maneja ya los puertos de Pireo en Grecia y de Trípoli en el Líbano.

Una posición intermedia con Washington no existe, pero al mismo tiempo, el gobierno israelí no puede permitirse perder cara frente a sus nacionales aceptando las imposiciones desfachatadas de la Casa Blanca y en detrimento de sus propios intereses. Resulta difícil imaginar cómo evolucionará el juego geopolítico en este terreno. Lo que sí está claro es que quien tendrá que ser maleable en sus posiciones es Tel-Aviv, no Washington.

 

 


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