Vamos primero con Isabel II. La soberana del Reino Unido acaba de cumplir su jubileo de platino en el trono. Durante 70 años la monarca británica de 96 abriles ha reinado para varios Estados independientes constituidos en dominios de la corona en la Mancomunidad de Naciones. Desde 1952, año de su ascensión al trono –en pleno esplendor de la Guerra Fría– ha corrido mucha agua por debajo del puente global por donde su majestad atraviesa para pasear su real figura, siempre con su cartera Launer colgada del brazo izquierdo. En las siete décadas del trono de Su Alteza Real el mundo ha tenido todo tipo de conmociones y vaporones asociados con la paz y con los conflictos. 8 sumos pontífices han pasado por el trono de Roma, 14 presidentes estadounidenses han presentado sus saludos de Estado a Isabel Alejandra María de la casa Windsor desde el 6 de febrero de 1952. La caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética fueron eventos que pasaron frente a los serenísimos ojos de la por la Gracia de Dios, reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y de sus otros reinos y territorios, jefa de la Mancomunidad de Naciones y defensora de la Fe. Desde que el arzobispo de Canterbury en la abadía de Westminster colocara en la regia cabeza de Isabel la corona de San Eduardo ya esta tenía en sus manos el cetro de la cruz y el cetro de la paloma, símbolos de la autoridad y del poder. Desde ese momento, su primer hijo, el príncipe Carlos, empezó a ejercer como heredero del trono. Y cuando la soberana empezó a hacer vida de rutina en el palacio de Buckingham y a sus salidas públicas oficiales, además de las responsabilidades reales que entrañaba el reinado, el paje inseparable de la figura real lo constituía la cartera y los secretos de su contenido.

Vámonos ahora hasta este otro lado del Atlántico con Vladimir. Durante los 24 años que van corriendo de la revolución bolivariana en Venezuela –y sumando más– la alternabilidad democrática establecida en la Constitución nacional se ha convertido con el tiempo en el cuento del gallo pelón. Menos por virtudes del régimen y más por pifias y yerros del liderazgo de la oposición política. El teniente coronel Hugo Chávez Frías murió en el trono y nombra su sucesor cuando dar el salto del tordito solo era cuestión de días. Su heredero, Nicolás Maduro, lleva de capa, de cetro y de corona nueve años en el palacio de Miraflores. Los últimos a título ceremonioso de usurpador en el poder.

En los casi 5 lustros de régimen rojo rojito, el equivalente en tiempo al ejercicio de los gobiernos democráticos de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera; el cambio político se ha convertido en una ficción para el venezolano y sus posibilidades se han ido distendiendo a contravía de la esperanza política y la fe ciudadana de ver a otro inquilino al frente del Poder Ejecutivo. Como alternativa a Hugo Chávez en la primera magistratura estuvo primero Henrique Salas Römer, después estuvo Francisco Arias Cárdenas ¿se les olvidó? y en 2006 Manuel Rosales; dos veces Henrique Capriles Radonski, primero en 2012 como antagonista electoral del comandante y luego en 2013 frente a Nicolás Maduro. Un largo y ardiente período aplanado de 6 años nos llevó al gobierno interino de 2019, cuyos resultados son tan secretos como el contenido de la famosa cartera de Isabel II.

El punto: no se ve en el panorama de corto, de mediano ni de largo plazo, un heredero político al trono de Miraflores. Ni del lado del régimen, y mucho menos desde la orilla de la oposición, lo que opera en beneficio de la permanencia del reinado usurpador de Nicolás Maduro, que sí sabe lo que lleva en su cartera.

En Venezuela el derecho de ofrecer un inmueble arrendado previamente privilegia a quien lo ocupa, después se traslada a quien calce con las expectativas del vendedor. Algo así debería funcionar con las esperanzas del cambio político para garantizar a la alternancia en el gobierno y cesar la usurpación entronizada desde 2018 y la destrucción de la nación iniciada desde el año 1999. Si nos atenemos a la premisa establecida, que en materia de la sucesión en el Poder Ejecutivo, a través de cualquiera de las vías posibles, esta pasa por el sello, la aprobación y el ejecútese del quinto piso de Fuerte Tiuna –el arrendatario del poder– uno se pregunta por qué esos llamados eventuales que se le hacen desde toda la oposición y desde la mayoría del pueblo venezolano –el arrendador– y quien sufre las penurias a que los somete el régimen, por qué a esos mensajes para que la Fuerza Armada Nacional le dé cumplimiento a sus deberes constitucionales establecidos en el artículo 328 de la carta magna no se le pone un nombre y un apellido. Vladimir Padrino, primero.

La dictadura venezolana más emblemática del siglo XX lo fue la del general Juan Vicente Gómez. El general Eleazar López Contreras fue funcionario de vara alta de la misma desde 1919 cuando fue designado director de Guerra del Ministerio de Guerra y Marina. En 1928, como jefe de la guarnición militar de Caracas, enfrenta una insurrección promovida por algunos oficiales jóvenes, estudiantes universitarios y activistas políticos. La redujo y se vio en una situación compleja al descubrir que uno de los conspiradores era su propio hijo mayor, Eleazar López Wolhmar. Nadie podía sospechar de la lealtad de López a Gómez. En 1930 es designado jefe de Estado Mayor interino y desde 1931 es ministro de Guerra y Marina. Cuando el general Gómez boqueaba en su casa de Maracay, ya el general Eleazar López Contreras había mostrado cual era el contenido de su cartera. Fue designado como encargado de la presidencia de la república y garantiza una importante transición democrática.

Durante las fiestas del jubileo de Isabel II, la monarca descubrió frente a un invitado especial, el oso Paddington, y a la opinión pública, el contenido atesorado durante 70 años en su famosa cartera: un sandwich de mermelada.

En estos tiempos globales de la guerra Rusia-Ucrania, del aplastamiento del mantra aquel del apoyo de los 60 países, del aplanamiento del liderazgo de la oposición en la asunción de un carácter incorpóreo (sabemos que existe pero no la vemos), de la normalización de las relaciones con Estados Unidos, de la difuminación del gobierno interino y del manejo de la  tesis de que Venezuela se arregló económicamente, con las posibilidades de eternizar en el poder político a la revolución bolivariana y al monarca Nicolás; la imaginación para construir opciones viables hacia el cambio político en Venezuela pasa por cualquier posibilidad, incluyendo de primero al arrendatario y esperando positivamente lo que carga en la cartera política el general en jefe y ministro del poder popular para la Defensa, Vladimir Padrino. Puede sorprender como la reina Isabel II, con un sándwich de mermelada. O con cualquier otra cosa. Eso no lo sabemos.

Lo otro, por los vientos que soplan, es esperar el jubileo de platino de la revolución bolivariana.

 


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