El encontronazo Estados Unidos-Irán que tuvo al mundo en vilo por varios días aparenta haber tomado un rumbo de sensatez dentro de lo insensato que es todo el asunto.

Los dirigentes de los dos países parecen haber dado muestra de “estadistas” al haber elegido el camino de la moderación cuando la retórica parecía que iba a llevar a ambas naciones a una colisión de alto impacto. Al menos “por ahora” las cosas parecen ubicarse en un nivel de muy tensa expectativa política pero alejándose de una confrontación militar abierta.

Esta apreciación se refleja en el precio del crudo que en los días mas cruciales pegó un decidido salto y ya ahora va descendiendo un poco. Ese indicador –mal que nos pese– es más concreto que los análisis de quienes ocupamos el tiempo en densas cavilaciones. Ello no quita la necesidad de considerar futuras acciones terroristas y sus retaliaciones como una posibilidad no etérea.

Sin embargo, la historia tiene ruidosos ejemplos de situaciones en las que parecía haberse evitado la guerra cuando en realidad lo que en verdad acontecía es que uno de los bandos –o los dos– solo estaban buscando un momento más propicio para asestar su golpe definitivo.

Tenemos en mente el histórico viaje del primer ministro británico Neville Chamberlain a Munich en septiembre de 1938, junto con sus pares de Francia e Italia, para acordar con Hitler hacerse la vista gorda para que los nazis se cogieran Checoslovaquia a cambio de una supuesta paz duradera en el resto de Europa. El inglés regresó a Londres exhibiendo un papel y afirmando que en el mismo se aseguraba haberse evitado una gran guerra.

No hace falta recordar lo que ocurrió poco después. En Pearl Harbor ocurrió lo mismo en diciembre de 1941, cuando Japón y Estados Unidos negociaban un entendimiento.

La relación de Irán con Occidente ha sido difícil siempre. La ubicación geográfica del gran imperio persa en medio de Europa y Rusia, más las propias aspiraciones de sus dirigentes desde Ciro, Jerjes y Artajerjes hasta la nacionalización del petróleo impulsada por Mossadegh en 1951, durante el reino del  shah Pahlevi y la Revolución islámica liderada por el ayatolá Khomeini  han sido hitos de dificultad frente a otras ambiciones imperiales en la zona (Gran Bretaña, Rusia, Estados Unidos, etc.) por lo que la construcción y defenestración de alianzas en todo el Medio Oriente son cosa habitual.  Ayer fue Alejandro Magno, hoy es Trump quien simboliza para ese pueblo la figura del adversario –y muchas veces enemigo– que enfrentar.

No se trata en estas líneas de adjudicar mayor razón o responsabilidad a uno u otro bando. Estamos en una situación compleja. De haber sido sencilla ya estaría resuelta hace tiempo. Coexisten aquí situaciones y contradicciones tan rápidamente cambiantes que lo que puede ser válido para hoy puede ser obsoleto mañana.

Las potencias ya nucleares aspiran a que nadie más ingrese a ese selecto grupo, lo cual no luce como muy igualitario sin desconocer que ese tipo de armas en manos irresponsables serían un  peligro desorbitado. También  el  derecho soberano a la investigación científica sin fines armamentistas se desconoce.

Por otra parte, el riesgo de un arma nuclear en manos de extremistas como la Guardia Revolucionaria iraní o Hezbolá no precisa de mucha explicación. La lucha entre musulmanes chiitas (Irán) y sunitas (Irak) parece mas fiera que la de los islámicos en general frente al resto del mundo. El apoyo de unos y otros a ISIS, Siria, terrorismo, guerra en Yemen, Turquía, kurdos, penetración en América Latina, derogación del acuerdo de monitoreo nuclear, etc., da marchas y contramarchas que hacen difícil tanto para quienes se enfrentan como para el resto del mundo, tomar o mantener posiciones políticas duraderas.

Mientras tanto, la Venezuela regentada por quienes se han apropiado de los resortes y recursos del Estado ha tomado decididamente el lado del terrorismo, la subversión y el mal en sus diversas manifestaciones. Solo ver el video en el  que dos prominentes figuras del oficialismo venezolano se llenan la boca proclamando el propósito de vengar la muerte del terrorista número 1 del mundo  (Soleimani) provoca escalofríos.

Paralelamente, sabiendo que los capitostes de la “revolución bonita” ni son tontos ni dejan de ver y analizar el entorno, suponemos que más de uno debe estar tomando extremas medidas de seguridad luego de haber visto la precisión de los drones norteamericanos. Es probable que pacas de delicado papel toilette acompañen a esa dirigencia en sus desplazamientos cada vez más restringidos por los rincones de este mundo.


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