Cae del cielo y basta esta sola circunstancia para que emparentemos a la lluvia con la divinidad, para que la asociemos con la luz, la fertilización y el regocijo de la agricultura. Al llover, la tierra recibe el agua y las raíces de las plantas sienten que la vida las toca y se humedecen y se activan con nuevos ímpetus; todo reverdece, las hojas adquieren mayor verdor y algunas plantas se preparan para florecer; crecen y se endurecen los tallos.

La vinculación con el agua remite invariablemente a la noción de purificación no solo por el valor del agua misma sino por el hecho de que cae del cielo y todo lo que viene, se desprende de las nubes o acaricie lo celestial se considera sagrado.

El agua es el principio y el fin de todas las cosas de la tierra. Mantiene nuestra vida. Es lluvia, es leche y sangre. No tiene forma pero adapta la de todo lo que ella cubre o arropa a su paso. Las hay que son primordiales y otras que conocen la tajante división entre aguas superiores y aguas inferiores y las hay profundas y superficiales; dulces y saladas; mayores y menores.

En la antigüedad se la consideró como “casa de la sabiduría” y los resplandecientes dragones chinos han hecho de ella su morada preferida. ¡Es  fecundidad! ¡Es madre!

La leyenda griega convierte a Zeus en lluvia de oro para que llegue hasta Danae, encerrada en una torre por Acrisio, su padre, rey de Argos, interesado en que no la viese hombre alguno puesto que el oráculo le había vaticinado que el nieto que naciese le arrebataría el trono y la vida. La lluvia de oro hace que Danae traiga al mundo a Perseo. Entonces, Acrisio arroja al mar a Danae y a su hijo, pero se salvan de las aguas para beneplácito de los siglos venideros porque Perseo decapitará a la Medusa Gorgona, libertará a Andrómeda y la hará su esposa y con la cabeza de la Medusa petrificará a Palidectes, su maestro, y terminará matando a su padre.

Se considera aquella lluvia de oro como símbolo sexual en relación con el semen y todos nosotros y a la necesidad de la semilla para asegurar con la lluvia el crecimiento de las plantas.

La sequía ha sido dura este año, pero a finales de mayo comenzó a llover. Pero la lluvia no ha sido constante. Durante largos meses padecemos la falta de agua. Una crisis de espanto que me ha forzado a imaginar esta rogativa en un pueblo llanero. Se escucha, me dije, la consabida salmodia pero no al derecho sino al revés: es decir, que en lugar de exigirle al santo, que quite el agua y ponga el sol, se le suplica todo lo contrario: que ponga el agua y quite el sol que todo lo calcina y al mismo tiempo y con igual empeño rogarle que haga cesar el castigo de la falta de agua que lleva largos años atormentando al país venezolano y ponga de manifiesto la total incompetencia o ratería del encargado de mantener en buen estado los sistemas hidráulicos.

Acostado en mi cama y mirando el techo, mi imaginación ve avanzar con lentitud la solemne rogativa. Se inició a un costado de la plaza Bolívar justo frente a la iglesia y ya va un par de calles adelante entonando cánticos y súplicas para que deje el sol de achicharrar los campos y maltratar las cosechas. Algunos suplicantes sostienen en alto la imagen de san Isidro, la de la patrona del pueblo y de dos o tres santos para que ayuden, pero también los rostros y nombres de algunos jerarcas políticos culpables de la pavorosa escasez de alimentos, medicinas y ausencia total de júbilo y de vida placentera que atribula al país. ¡Vocean exaltaciones católicas y vituperios!

Resultaba pertinente que la rogativa pidiese que volvieran la salud, el agua, la luz, el dinero efectivo, pero que también cesen las componendas con Rusia e Irán; la diáspora; que retornen la vida y el alborozo.

La rogativa que imagino es una demostración de desobediencia civil porque a pesar de la prohibición de reuniones en grupo, las calles del pueblo, al menos las más cercanas a la plaza y a la iglesia, se ven llenas de gente con tapabocas y manos enguantadas. Hombres, mujeres y niños, estos últimos agitando banderitas y las mujeres blancos pañuelos que saludan a la procesión. Los hombres en la acera permanecen rígidos pero atentos al paso de los portadores de las sagradas imágenes, sin poder evitar un brillo en los ojos al ver las pancartas y efigies de los políticos cuestionados y escuchar las injurias que en su contra profieren los apesadumbrados pero enardecidos manifestantes o portadores, igualmente embozados.

La rogativa nada tiene que ver con la otra catástrofe que, junto con el virus que azota al planeta, mantiene en vilo a los venezolanos: ¡la falta de gasolina! La rogativa solo pide al santo que ponga el agua. Isidro lo hizo de mala gana: puso agua en el cielo al finalizar el mes de mayo, pero llovió solo una o dos veces y después el color azul volvió a dispersar a las nubes.

La gasolina es cosa distinta. Mantiene un doble carácter porque ofrece claros beneficios: contribuye a acortar distancias, a conectar vidas, es combustible que acciona los más diversos motores, pero provoca también terribles catástrofes y tormentos: se inflama, es líquido volátil, es explosión y fuego. Cuando el fuego entra en complicidad con el aire destruye bosques y ciudades y todo lo que encuentra en su camino y solo le teme al agua por la que ruegan los que llevan a Isidro en procesión por las calles de un pueblo angustiado y sediento.

El otro problema es el coronavirus que no termina de desaparecer. Pareciera enviado por una providencia enemiga de quienes se oponen al régimen militar que nos castiga porque muchos piensan que intencionada y políticamente maneja no tanto la escasez de agua sino la cuarentena a fin de controlar o impedir cualquier mínimo asomo de violencia social en protesta por la mala vida que llevamos.

La cuarentena se ha impuesto como nuevo clamor de la pacífica rogativa que atormentada por la inclemencia del sol avanza con lentitud. En mi insidiosa imaginación se está acercando a la casa donde estando de visita me atrapó el virus. ¡Pero no me importa! Me pongo el tapaboca y los guantes y me apresuro a salir para unirme a los que continúan reiterando sus ruegos para que Isidro cumpla con lo que sabe hacer y nosotros sigamos injuriando a quienes nos castigan con sus torpes negligencias.


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