«You are all the books you read, and all the words you speak»* (ERIN HANSON)

Creo que nos hace falta una reflexión calmada sobre lo que está pasando en el mundo, en los mundos. A mí me da la impresión de que vamos con prisa. Somos el resultado de una sociedad digital, internetiana y virtual. El discurrir de la vida se está convirtiendo en el visionado de un largo documental. Algunos piensan que todo es posible. Impossible is nothing y todo está al alcance de la mano que sostiene el smartphone.

Cada vez que vemos en televisión la imagen disparatada de un desconocido que se planta delante de una fiera salvaje y le da la espalda, podemos echarnos a temblar. Sabemos lo que quiere, quiere hacerse un selfie con el animal. Por si no fuera suficientemente arriesgado, el individuo posa ufano mientras se concentra en el objetivo del celular. Es cierto que la foto sale bien a veces, sin problemas. El caso es que algunos viven en un mundo paralelo en el que los bichos no atacan nunca ni son peligrosos. Ya sabe, esta es la película de mi vida y en las películas no pasa nada malo de verdad. Todo transcurre en una pantalla en la que usted y yo solo somos espectadores.

La sociedad virtual ofrece, por otro lado, el conocimiento de realidades oscuras que no deben ocultarse. Existen lugares en el mundo en los que se cometen injusticias intolerables que, al hacerse visibles a través de la red, consiguen avergonzar y reprimir a los represores. La red internacional es un ojo universal.

Este ojo también genera confusión y niebla. Las generaciones más jóvenes han llegado a un mundo de velocidad bestial. Las generaciones de Internet están atrapadas en la red universal y creen que el mundo está solo ahí dentro.

Decía Séneca «homines, dum docent discunt»** y eso fue lo que sucedió en una clase de latín a un profesor hace días. La juventud está revuelta y confusa. Las cosas no están claras del todo. Al explicar la segunda declinación del nombre a los alumnos de iniciación, y tras haber escrito en la pizarra un par de declinaciones (verbum, i -palabra-; lupus, ilobo-) y haber aclarado que el primer ejemplo pertenece a un sustantivo neutro por su terminación –um en el caso nominativo y el segundo pertenece a un sustantivo masculino, marcado por una terminación diferente a –um en el caso nominativo, un alumno pregunta cómo se sabe cuándo hay que declinar un sustantivo como neutro y cuándo declinarlo como masculino. Y, claro, el profesor cree deducir que no se ha explicado bien o que esa duda surge de la neblina de ambigüedad virtual y solipsista de la sociedad que dice que es posible cambiar la naturaleza y cambiar el género masculino por el femenino y viceversa. Habrá excepciones como en todo, pero en el caso que nos ocupa ahí arriba, los sustantivos son masculinos, femeninos o neutros y no es posible declinarlos a capricho. En el caso del género de hombres y mujeres, el discurso de Aristófanes inscrito en El Banquete de Platón mantiene viva la llama.


*Eres todos los libros que lees, y todas las palabras que hablas (ERIN HANSON)

**Los hombres, mientras enseñan aprenden (SÉNECA)


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