Tanto a las personas como a las sociedades a lo largo del tiempo se nos presentan retos y momentos complejos que ponen a prueba nuestras convicciones, temple y aspiraciones, pruebas que nos hacen reflexionar y evaluar lo más íntimo de nuestro proceder, sacando y lo mejor y lo peor de cada uno.

Hoy nos toca padecer una de esas duras y complejas pruebas, una que quizás muchos aún no hemos comprendido en su totalidad y capaz nunca lo hagamos, así como su importancia no solo para el presente sino para nuestro futuro a corto, mediano y largo plazo, individual y colectivamente, para bien o para mal, dependerá de cada sociedad y de cada uno evaluar cómo nos hemos ha visto afectados y nuestro paso por este viaje que llamamos vida.

Recibimos esta pandemia en la región y muy especialmente en nuestro país, Venezuela durante la más grave situación que en nuestra historia hayamos podido atravesar, no solo respecto de la grave crisis económica, social y política, que ya es bastante grave, sino de la mayor crisis moral que por lo menos, yo, a título personal podrías recordar y evocar, en la que la idea de abyección cobra un nuevo e inimaginable nivel, algo así como una pandemia en tiempos de peste.

La humanidad ha pasado por momentos similares y hasta peores si la valoración de la gravedad es cuantitativa respecto del número de fallecidos, baste recordar que en el siglo XIV Europa fue gravemente afectada por la llamada Peste Negra y que según algunas opiniones acabó con prácticamente un tercio de su población.

Solemos pensar que es un tema eminente y principalmente de salud física que debe ser abordado por médicos y personal de la salud, aspectos en efecto importantes, pero ante la gravedad y lo amplio del fenómeno abarca y compromete todos los ámbitos de la humanidad, desde la sociología, el derecho, la economía, la política y hasta las artes en todas sus manifestaciones, manifestaciones que pudiéramos decir globales o externas, pero también hacia lo interno de cada uno de nosotros son muchos los efectos que nos producen o nos pueden producir.

Más allá de la eventual posibilidad de que alguna persona pueda infectarse y ver afectada su salud, fenómenos como el presente generan múltiples reflexiones de gran carga emocional y contenido existencial ¿Estamos haciendo bien las cosas? ¿Cuál será el sentido de la vida misma? ¿Cómo y con qué medios puedo enfrentar esta dura prueba? ¿Qué pudiera pasarle a mí familia si enfermase o muriese?  ¿O a mí si falleciera alguno de mis padres u otro miembro de la familia, o el más doloroso de los casos un hijo? Y es que como en algunos foros he sostenido, este tipo de fenómeno, el de las epidemias, y más aún, como éste, devenido en pandemia, es que representa un reto económico más que epidemiológico o médico.

Aquí hay que destacar que cuando se hace mención a que estamos principalmente ante un asunto económico no puede entenderse desde una aproximación simplista en cuanto a la dimensión dineraria, que si bien es de importancia no lo es todo, sino en cuanto a la necesaria y óptima gestión de recursos para superar la adversidad, recursos tanto materiales, como también los inmateriales, y claro, los morales y emocionales con especial énfasis.

Observemos como ante la situación se han comportado los Estados y sus instituciones, los actores políticos, los económicos, las jerarquías eclesiásticas e ideológicas, los vecinos, la población en general, las amistades, nuestros parientes, cómo nos hemos comportado nosotros mismos individualmente ¿Hemos sacado lo mejor de nosotros? ¿O por el contario tendríamos que reprocharnos algo? ¿Estamos verdaderamente en capacidad de evaluarnos sin incurrir en racionalizaciones perversas?

Tengo mis propias consideraciones bastante cuestionables sobre como esos agentes políticos, ideológicos, económicos y sociales, y como muchos no han sabido estar a la altura de las circunstancias, más aún en medio de despotismos, no solo de los tiranos, sino de quienes están llamados naturalmente a hacerle frente, pero de eso no quiero referirme, sino más bien a la gestión de uno de los recursos más importantes en tiempos difíciles, de la integridad.

Hemos escuchado cientos, miles de veces, que incluso de las cosas malas siempre se puede sacar algo bueno. Sencillamente ello no es así, pero no nos adelantemos.

Efectivamente esta situación es una gran oportunidad para replantearse muchas cosas, nuevas relaciones, otras prioridades, un orden diferente de valores, como se oye en muchas equinas, para “reinventarse”, y ciertamente es así, pero nada haremos si simplemente negamos el presente que somos o el pasado de donde venimos, ya que pudiéramos también negar nuestra propia esencia y apuntar a un nuevo destino que no sea el más apropiado incurriendo en el riesgo de convertirnos en no otra cosa que una impostura de nosotros mismos, lo cual podemos siempre evitar si a pesar de los cambios que sea necesario afrontar mantengamos nuestra integridad.

Decía anteriormente que eso de que incluso de las cosas malas siempre se puede sacar algo bueno no era así, es más, ello es una absoluta falacia, muchas veces una vil mentira; dígale a alguien que haya perdido a un hijo en un accidente o por una enfermedad que saque algo bueno de tal fatídica situación, no estamos aquí hablando de quien perdió un empleo y ello le hizo tomar la decisión de “reinventarse” y emprender en alguna actividad que luego le resultara más satisfactoria, estamos aquí ante vacíos existenciales que jamás podrán ser llenados y que simplemente podrán hacerse más llevaderos y es con esa integridad que podemos enfrentar esas duras pruebas.

Reitero, atravesamos muy duros momentos, más difíciles de lo que muchos podemos siquiera imaginar, gente muy cercana y muy querida está padeciendo grandes pérdidas y no podemos simplemente decirles que hay que “reinventarse” y verle el lado bueno de esto, es imposible.

Muy recientemente tuve conocimiento de la partida de alguien muy especial, quien a pesar de que nuestras vidas al encontrarse estarían llamadas a continuar interconectadas, por diversas razones ello no fue así, siendo poco el tiempo que pudimos compartir, y sin embargo, he de señalar que desde el primer momento que lo conociera, que me aceptara como parte de su familia y en las casuales conversaciones sostenidas no dejan duda en mi alma que ha sido una de las personas más íntegras que he conocido y que me enorgullece haberlo hecho, por lo que siempre le estaré agradecido.

Hoy Don Calixto Dorta no está físicamente con nosotros, ha partido al lugar especial reservado a los hombres genuinamente buenos, deja un gran legado no solo a su esposa la Sra. Mari, sus hijos, Carla y Javier, sus nietas Camila y Mariana, a los allegados más cercanos, a todos quienes tuvimos el honor de conocerlo, un legado que todos podemos aprovechar en momentos tan duros como los que atravesamos, esa idea de indiscutible integridad.

Imposible me es redactar estas líneas sin evocar, sin recordar, sin revivir las conversaciones y momentos con entrañables personas que hoy no nos acompañan físicamente, sea que han partido recientemente en este año 2020 o hace ya algún tiempo, con quienes a pesar de haber compartido sea muchos años o pocos meses, estarán muy cercanas a nuestros corazones y que ayudan a robustecer esa necesaria integridad que estos tiempos nos exige.

Son tiempos de reflexión, de reinventarse, no desperdiciemos las oportunidades que se nos presentan, sin imposturas ni bajezas, contrariamente, con fortaleza, integridad y entereza, que quienes nos precedieron no hayan vivido en vano, que quienes nos procedan tengan plenas razones para hacerlo.


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