“Los nuevos inventos y los avances materiales suelen ir de la mano de las grandes revoluciones del conocimiento”

Irene Vallejo

Nunca la humanidad había experimentado cambios tan profundos y con tanta velocidad en su día a día como los que le ha tocado vivir en los últimos 50 años, y eso trae consecuencias muy serias que pueden generar a su vez, si no son bien manejadas y encauzadas, retrocesos terribles en su propia evolución.

Los adelantos científicos y tecnológicos están generando nuevos problemas sociales que el actual diseño político e institucional no tiene la capacidad de digerir a la velocidad que están ocurriendo. El caso de los disturbios que comienzan a aparecer en las principales ciudades del mundo son consecuencias, en el fondo, de esa carencia de respuestas apropiadas a los nuevos retos.

Hoy las democracias occidentales tienen el gran desafío de replantear sus esquemas ante la rebeldía social que trae la obsolescencia del liderazgo político; por ello insistimos en la necesidad de crear todo un plan de reformas que permita mayor identificación para encauzar estos nuevos reclamos sociales.

La democracia es muy ingenua. En reiteradas oportunidades el establishment pasa por alto las pequeñas señales, los pequeños “llamados de atención” que la sociedad comienza a mostrar. Las respuestas obsoletas a problemas novedosos devienen generalmente en catástrofes sociales difíciles de reparar. La sordera y ceguera de las clases dirigentes son el caldo de cultivo para que los enemigos de la libertad, de la civilidad y la democracia, se enmascaren de vengadores sociales, burlen las menguadas defensas de los sistemas e implanten nuevas formas de totalitarismo que arrasan con cualquier vestigio de modernidad y superación.

De estos fenómenos los venezolanos tenemos pruebas fehacientes. Frente al mal manejo económico y la falta de respuestas apropiadas a una sociedad nacida de la prosperidad y la evolución, surge un neototalitarismo de izquierda sumamente primitivo que secuestra las instituciones para luego desahuciarlas y destruirlas. Los vengadores de problemas minúsculos (comparados con los que ellos generaron después), se hicieron del poder valiéndose de la ingenuidad de la democracia, para luego transformarse en los victimarios de la peor calamidad económica y social que ningún país del hemisferio ha padecido. Es decir, en Venezuela se valieron de la obsolescencia del “sistema democrático más sólido del continente”, de la ingenuidad de unas instituciones que se sentían inmunes y de una sociedad que exigía cambios hacia la modernidad, para implantar el más arcaico y atrasado de los regímenes totalitarios.

Nadie aprende por cabeza ajena, pero bien vale la pena estudiar este doloroso proceso venezolano para poner en alerta a las democracias del mundo. Las democracias necesitan levantar murallas de defensa frente a dos grandes desafíos: El primero, generar nuevas respuestas para nuevos problemas, lo que conlleva la necesidad de tener un Estado cada vez más operativo, responsable, transparente, flexible y cercano. El segundo, diseñar sistemas de protección que anulen toda posibilidad de implantación de regímenes totalitarios que solo traen pobreza.

Por ello, hace falta que esta revolución del conocimiento que está experimentando la humanidad invada también la política. Debemos expulsar la mediocridad de la dirigencia democrática y construir nuevas maneras de volver a encauzar a la mayoría decepcionada y deprimida hacia el mejor de los sistemas que hasta hoy se conoce: la democracia.  Que esta revolución del conocimiento nos haga mejores comunicadores de las ideas de libertad frente al populismo y al mesianismo.

En definitiva, si la revolución del conocimiento no se toma la molestia de conquistar a la democracia, la barbarie acabará con todo el avance que la humanidad ha venido experimentando.


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