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Cientos de miles de personas salieron a las calles el pasado 21 a enviar un claro mensaje a Gustavo Petro. La Colombia democrática se movilizó en defensa de las libertades.

Fue una manifestación colectiva de gran envergadura porque la sociedad representada en una colosal avalancha de ciudadanos no fue convocada por ninguna tendencia política. Fue un movimiento espontáneo de parte de quienes están no solo hartos de un gobierno que mantiene al país paralizado desde hace dos años, sino de un gobernante aferrado a propuestas estatizantes impracticables y absurdas que propenden a desmejorar la calidad de vida de la colectividad colombiana. La colombianidad no quiere ver a Colombia convertida en un país comunista y totalitario, donde los derechos de los individuos no sean respetados. La sociedad civil se echó a las calles para hacer un llamado a decir “ya basta” a un presidente que, en medio de la crisis, pretende usar la vía de una Constituyente para evitar la alternancia del poder.

Su respuesta a tal movilización no ha sido reflexiva, como fue instado por una de sus más estrechas colaboradoras. En efecto, Laura Sarabia, ungida del cargo de directora del Departamento Administrativo de la Presidencia, lo expresó sin ambages: “Hoy debemos tener la grandeza de reconocer que muchas personas se movilizaron… esta es una semana que como gobierno debemos afrontar en reflexión y autocrítica”.

Esta movilización no reclamaba cambios en las políticas del Estado ni renuncia a los proyectos de reformas abrazados por el presidente. El mensaje era inequívoco: ¡Fuera Petro!

El mandatario prestó oídos sordos al llamado a la sindéresis y ha decidido, más bien, enfrentar a estos compatriotas descontentos a la “otra” Colombia, la que desde la Casa de Nariño él llama a pronunciarse a su favor el Primero de Mayo, el Día del Trabajador. Petro dice contar con las verdaderas “fuerzas populares” para el montaje del más descabellado de sus proyectos, el de una Asamblea para reformar la Constitución.

Las fuerzas vivas de su país, entre ellas la prensa, le han recordado no solo su compromiso verbalizado durante su campaña presidencial y rubricada ante un notario de no acudir a ese subterfugio para instalarse en el poder. Le han recordado sus palabras cuando increpó a Iván Duque, su predecesor, diciendo que “la mayor violencia siempre proviene de un gobierno que se vuelve indolente y sordo». Pues eso es lo que puede esperarse de él: indolencia y sordera.

Colombia no puede dormirse ante un gobierno que es totalitario y despótico. Aun el Cordobés mantiene un índice de favorabilidad que sobrepasa 30% del electorado. Es decir, uno de cada tres colombianos confía en que lo está haciendo bien o en que es el dirigente que puede llevar el país a una mejoría.

Gustavo Petro no debería desoír el clamor popular, pero lo va a hacer sin inmutarse. Se cree ungido, como tantos otros líderes de izquierda, de un mandato que lo transforma en un sujeto infalible porque el fin último es el bienestar del pueblo. Además, se ha abrazado a la convicción de que está en peligro la democracia porque se pretende tumbar o matar al presidente. Esta semana, el Día del Trabajador lo veremos hacer un llamado a la solidaridad convencido como está de que es capaz de provocar un cambio social de envergadura. Por ello le resulta imprescindible perpetuarse con el poder en sus manos.

 


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