Luce demasiado evidente la debilidad del Estado venezolano aún para las más modestas tareas que jura monopolizar, desprestigiándose irremediablemente. Ladra con afanosa persistencia, perdiendo cada vez más decibeles, colmado por una paradoja que alecciona: la superestatización conduce a la desestatización, sobreviviéndole la población como mejor puede en un territorio en el cual es difícil preservar el hogar y transitar libremente, bajo el asedio y desprecio del poder establecido.

Recordemos cuando las consecutivas crisis políticas italianas demostraron cuán consistente era el Estado que sobrevivía a las más inverosímiles circunstancias. Hubo una mayor fortaleza de las instituciones capaces de soportar los sismos de un parlamentarismo que, en este lado del mundo, siempre nos desconcertaba, con una burocracia estable y eficiente al igual que unas fuerzas armadas prudentes y sagaces en un exigente y delicado contexto internacional.

Hoy, España está corriendo un inmenso riesgo bajo la conducción de Pedro Sánchez, si por tal entendemos una obsesión trastocada en oficio: mantenerse en la cima a cualquier precio, bajando dramáticamente el índice de estatalidad. En la práctica, cerrado el Congreso de los Diputados, obligado a cumplir formalmente con los deberes que impone la política exterior, el pretendido esfuerzo y ensamblaje de un nuevo gobierno al que se atreverá el PSOE, bajo las extorsiones del separatismo, encuentra un amortiguador en una corona responsable y ojalá acertadamente diligente, como podría reconocer algún convencido republicano.

La confusión con el principal partido de gobierno convierte al Estado en un prescindible complejo de oficinas subalternas. E, incluso, dato frecuentemente olvidado, el Partido Comunista auspició la existencia ornamental de otros de prefabricada y diminuta oposición en la Unión Soviética, todo un modelo para el PSUV y sus entidades subsidiarias que completan el pésimo histrionismo de un fingido pluralismo político.

Prosigue el curso del juicio incoado en La Haya por la vecina Guyana, pendiente un acto incidental a mediados del presente mes respecto a las medidas provisionales solicitadas por Georgetown, sin que aún sepamos de las nuestras. No hay mejor e inmediato baremo de estatalidad, sentido responsable de permanencia y trascendencia inherente, que el litigio en cuestión.

Ya conocemos la pretensión de una intensa movilización populista del oficialismo que reincide, por su propia naturaleza y encaje, en sendas prácticas, racionalidades y técnicas que hacen la gubernamentalización del Estado, según la nomenclatura foucaultiana. Un discurso y una discursividad que actualiza cada período electoral, resignados luego a una tecnología que es más de la burda propaganda que de la publicidad política.

Intimidación y hábito resignado, la enfermiza lírica socialista de los muros dice aliviar el inmediato contraste con una realidad imposible de ocultar. El erario público destila en pintura y mensajes antiquísimos importados del artificio guevarista del Caribe, como lo constatamos pocos días atrás en las adyacencias de El Helicoide: en verdad, ¿cuánto nos queda de Estado?

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