El verdadero Indiana Jones, Hiram Bingham III

Venezuela, antes del siglo XX, tuvo algunos viajeros ilustres. Tal vez el más celebrado fue Alexander von Humboldt, el barón prusiano que se impuso descubrir América desde la perspectiva del científico que identificó los componentes del cosmos y las múltiples relaciones de todo el sistema de vida entre sí. Humboldt se atrevió a demostrar el lenguaje comunicativo del orden natural en todos sus aspectos, y los estudios posteriores confirmaron que sus mapas geológicos y biológicos asomaban un código de relaciones que toca advertir como establecido. Su viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo, sufragado por su bolsillo de rico heredero, consiguió plantear que hasta los árboles han conseguido establecer una hermandad y que la naturaleza no es más que un continuo e imperecedero diálogo. América fue siempre una incógnita para dilucidar y es probable que lo continúe siendo, porque más allá de los quinientos o más años del maridaje entre el viejo y el nuevo continente habrá siempre preguntas que permanecen y respuestas que no han sido contestadas. Este continente indómito, maravilloso, que ofrece todavía sorpresas e inquietudes, fue domeñado, moderado y recreado por la más grande y generosa nación del continente europeo: nuestra querida y denostada España. La aventura española de las Américas ha sido, sin lugar a dudas, el más firme propósito que se tuvo de refundar Europa en estas tierras ignotas y atrevidas. Hablamos castellano, somos herederos de la tierra dura pero fructífera de Castilla y en cada uno de nosotros brilla el sello de esos capitanes valerosos que quisieron imaginar que Occidente podía adoptar una nueva forma de ser. Nosotros, hijos apóstatas de esos gonfalones del reino, nos equivocamos de medio a medio cuando con la Independencia denunciamos lo que nos precedía. Tuvimos ínfulas que seguimos pagando gracias a nuestro pecado cultural al despreciar nuestro origen. Renunciar a lo que fuimos nos tiene ceñidos a buscar con denuedo una identidad. Los años de la Corona fueron de evolución, prosperidad y paz. Éramos una envidiable unidad que ahora queremos reconstruir con arreglo a la integración subregional pero que nunca terminaremos de armar como no reconozcamos de dónde venimos.

Mapa del recorrido de Bingham por Venezuela y Colombia realizado por Bingham

El mito alumbrador de la Independencia subsiste hasta nuestros días. Bolívar condenó el pasado y nos ordenó acogernos a un futuro que jamás llegó. En esos encuentros imposibles seguimos invocando teorías nuevas para pueblos viejos porque al ser herederos de Grecia, Roma y España, inventar más allá de ello implica siempre un despropósito. Muchos vinieron a observar esa sociedad innovadora aspirando a descubrir los signos de la nueva creación. En el siglo XIX la cantidad de viajeros que llegaron se limitaron a describir nuestra pobreza y el modo cómo nos habíamos encerrado entre nosotros sin que pudiésemos ufanar algo más allá de la destrucción. La guerra de Independencia y las sucesivas guerras de caudillos hambrientos de riqueza y refundación dejaron a un país menesteroso, triste y atrapado dolorosamente en la historia. Muchos de esos viajeros arribaron a estas costas tras el relumbrón del Libertador. Se encontraron con discursos y proclamas y una sociedad que había perdido su rumbo con la promesa de empezar de nuevo. Venir a este territorio suponía una quimera. Uno de esos viajeros fue Hiram Bingham III que hoy en día pocos conocen por su nombre y que casi nadie relaciona con su alter ego cinematográfico, nada menos que Indiana Jones. Bingham vino a nuestro país tras las huellas del general Bolívar. Desde su Connecticut natal se propuso pisar el suelo de Carabobo en el que catorce mil soldados, medianamente vestidos entre húsares y harapientos, habían decidido fundar una República con verbos promisorios. Hiram Bingham fue el supuesto descubridor de Machu Pichu, de allí su fama de explorador arrojado de la que Harrison Ford se apropió. Y escribo “supuesto” porque, en rigor, ya aquello había sido avistado por un peruano local de apellido Lizárraga, pero Bingham le escamoteó los créditos y le hizo saber al mundo que sus ojos anglosajones habían mirado por vez primera los restos de la ciudad perdida de los incas. Bingham consiguió traerse para los Estados Unidos buena parte del botín de aquellos hijos del sol (para precisar, cargó con 46.332 piezas), y no fue sino hasta la primera década del siglo XXI que una querella del gobierno peruano logró recuperar las piezas del expolio. Es la historia que se repite: el turista que llega con su cámara a convencer al mundo de que sus lentes tienen el supremo derecho de apropiarse de lo ajeno.

Casa Blanquería, San Carlos

Bingham vino a Caracas en tiempos del déspota Castro, tiránico como el resto de los tiranos que se hicieron de la presidencia porque escupían e insultaban más fuerte, y cargaban balas para sembrar de cadáveres aquel suelo en que la guerra era el mecanismo de resolución del conflicto político. En Caracas comunica que quiere repetir el trote del ejército libertador y desea repetir el paso por donde el caraqueño preclaro ha pasado. De esos caminos por los que anduvo ha quedado un libro magnífico, único y extraordinario llamado The Journal of an Expedition Across Venezuela and Colombia 1906-1907. An exploration of the route of Bolivar’s celebrated march of 1819 and of the battle-fields of Boyacá and Carabobo, publicado en 1909 por Yale Publishing Association en New Haven y Londres, y que llegó jubilosa y recientemente a mis manos como un testimonio de un libro fundamental para nuestro entendimiento y comprensión como país. He buscado el libro entre las plataformas de libros raros y antiguos y parece que escasea la edición de la que me jacto. Lo que encuentra el viajero no es para festejar: da con un país pobrísimo, afligido, sin destino. La emoción mayor la constituía el campo de Carabobo, lugar de afirmación de ese destino emergente. Allí Bingham es atendido por un caballero valenciano, don Carlos Stelling, nieto de uno de los ingleses que vinieron a medir el futuro con la Legión Británica. Fuera del ilustre Stelling, Bingham se queja de la ignorancia de los locales por su desconexión con esa gesta aparentemente mayor y no puede creer que a nadie en este país de ánimo rupturista, no se le haya ocurrido dibujar el plano de lo que fue aquella batalla consolidadora. Continúa su viaje al interior con una carreta de mulas y en caballo solicitando un relato homérico. Sigue hacia San Carlos y solo encuentra ruinas, pedazos de un pasado demolido. De esta ciudad comenta que jamás había visto tanta miseria y escombros juntos. Prosigue su periplo hasta Guanare y se queja del hambre, el atraso, la flojera, el desgano y la renuncia a cualquier cometido por parte de quienes conoce. Se sorprende de que ni florezcan los árboles en las plazas mayores. En esta ciudad se encuentra a un representante de la Casa Blohm a quien distingue por su educación, pero lo sacude el hecho de que le dice que no hay provecho alguno en esa ciudad de nadie. Su paso por los llanos, camino hacia la misma ruta que emprendió Bolívar para apropiarse de los llanos de Boyacá pasando el Araure, es más feliz. Se descubre entre hacendados prósperos como el colombiano Francisco Labarca, a quien le reconoce un trabajo por hacer productivas esas tierras de pastoreo y ganado. Las aldeas que atraviesa solo le otorgan pesar y lástima viendo niños desnudos, descalzos y sin fortuna. Cuando llega a Barinas, la desilusión no puede ser peor. En aquella ciudad alguna vez ilustre y pujante del marqués de las Riberas del Boconó y el Masparro, repara en el hecho de que la antigua ciudad colonial llegó a tener diez mil habitantes, pero cuando atestigua las ruinas deplorables de la residencia del aristócrata del Pumar con los destrozos de diecisiete habitaciones, corredores a la intemperie y salones de techos derrumbados, conoce que en la ciudad apenas malviven seiscientas personas.

Ruinas del palacio del marqués de Pumar en Barinas

Lo interesante de este libro del doctor de Harvard, que luego fue senador y gobernador de su Estado, es que acompaña el texto con fotografías. En cada una de sus páginas hay una instantánea que exhibe aquel país descaminado que sólo se sostenía en la invocación de la confusa gloria de la Independencia, que tradujo el paso de la sociedad holgada de la Corona a una república hambreada y desintegrada. Estas fotografías de por sí constituyen un documento único para calibrar aquel país en abandono. Las guerras civiles del XIX fueron la continuación del deslave independentista. Bingham se va de Venezuela rumbo a Colombia, donde la situación era igual o peor, con una desilusión que continúa masticando. En su párrafo final que despide su capítulo del río Apure al Arauca, sus palabras son tan plañideras que hasta pueden tener un eco en la actualidad. Escribe con la tinta de la desdicha: “Venezuela da una impresión de dejadez, como si, cansada del pasado, estuviera «esperando a que algo apareciera». La mayoría de los hombres inteligentes me han dicho que la mayor necesidad del país es la inmigración y el capital, pero es difícil ver cómo vendrán o bien hasta que la propiedad sea más segura y los tribunales estén por encima de toda sospecha”.

Llegada de la caravana de Bingham a El Amparo, estado Apure

El derecho de propiedad y el Estado de Derecho, factores invocados con preocupación por quienes va tratando este Indiana Jones en su epopéyico recorrido bolivariano, siguen siendo hasta nuestros días las condiciones irrenunciables de toda estabilidad y progreso. Sin estos escenarios cardinales no hay capacidad ni voluntad de atesorar algún presente y menos, un porvenir. Sin el orden jurídico ni su seguridad puede existir una nación de ciudadanos libres. Desafortunadamente, en el Discurso de Angostura en 1819, el Libertador Simón Bolívar pronunció esta frase lapidaria: “Que el Congreso ordene la distribución de los bienes nacionales, conforme a la ley que a nombre de la República he decretado a beneficio de los militares venezolanos”. Lo cual implicó que la propiedad cambiaría de manos según quien ostentara el poder. Aquel momento de un viaje sin trofeos le permitió a Hiram Bingham aseverar lo que parece proyectarse hasta nuestro presente. No hemos sino reiterado la negación del derecho de la propiedad y la asombrosa y perpleja inexistencia de la ley.

@kkrispin


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!