Son las 3:00 am, estoy despierta capturando agua para llenar los pipotes y el tanque. El olor igualito a cuando tú pasas frente al Guaire”.

Carmen Mendoza, La Pastora

Yo nunca he creído en la terrible frase de Bernard Shaw que decía que “lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia”. Los venezolanos hemos sufrido tanto, que este padecimiento se ha convertido en una lección de vida que hemos asumido con coraje y valentía. No hay un venezolano que esté rendido o resignado, todos están echándole un camión a la vida, tratando de levantarse en medio de la peor tormenta que le ha podido caer a una nación.

Los herederos de la nación pionera de los más hermosos sueños de libertad hemos sido secuestrados, asaltados por un régimen primitivo y bárbaro que ha generado una crisis profunda que se llevó por delante a las instituciones republicanas. Hoy es 5 de julio y Uslar Pietri nos aconsejaba que más que desfiles o actos pomposos, deberíamos aprovechar estas fechas para reflexionar sobre el destino de nuestra nación.

Hace 209 años los venezolanos fuimos precursores de un modelo de libertades que nacía en medio de profundos cambios sociales. Un modelo liberal se implantaba en un país que solo tenía como precedente de unión un distrito militar creado apenas 34 años antes por el rey de España. Eran territorios aislados, con muy poca importancia económica. Sin embargo, el barón Humboldt llegó a decir: “En Caracas existen, como donde se prepara un gran cambio en las ideas, dos categorías de hombres, pudiéramos decir dos generaciones muy diversas”. El visitante alemán presagiaba lo que sucedería poco después.

Esa élite civil venezolana de 1811 era muy culta, muy enterada de los profundos cambios que vivía Europa, y pudo entender el pésimo manejo que Fernando VII le había dado al conflicto con Napoleón, por lo que deciden sumarse a la ruta que Washington, Hamilton, Franklin y otros atrevidos líderes habían concebido para la creación de naciones independientes y republicanas en el nuevo continente.

Ese espíritu independentista no era producto de una revancha sino de haber entendido la necesidad de guiar a una sociedad por un destino innovador, mucho más igualitario y profundamente comprometido con la libertad. Fue tal la inspiración que nuestros padres fundadores recibieron de la independencia americana, que se dice que escogieron el 5 de julio para estar muy cercanos al 4 de julio de Estados Unidos.

Ese espíritu de 1811 fue empañado por la barbarie y el caos. Un profundo descontento social, aunado con la falta de conexión de esos dirigentes con las mayorías, hizo que un pulpero iniciara la revuelta más trágica que haya conocido América en todos sus tiempos. El hermoso y puro espíritu de 1811 fue destrozado por la catastrófica rebelión popular de 1814, liderada por José Tomás Boves. La sociedad entera cayó aplastada por el odio social, la barbarie y la crueldad.

No es que me olvide de la caída de la primera república y de la acción militar de Monteverde, ni mucho menos de la retoma de Bolívar y Mariño de Caracas y Cumaná, pero mi propósito es generar una reflexión sobre un período que se inicia en 1810 con los más hermosos ideales y luego, contrariamente, hace despertar una rebelión social sangrienta que dinamitó todo intento de superación. Esta terrible etapa es la génesis de la destrucción que viviríamos los venezolanos muchos años después: la llegada de Hugo Chávez y la destrucción pavorosa de la instituciones republicanas y sociales, con su consecuente crisis humanitaria.

Venezuela hoy está muy lejos de ser independiente. Hugo Chávez y su revolución socialista del siglo XXI vendió nuestra soberanía a los grupos extremistas más peligrosos del mundo, a todos aquellos que amenazan las democracias occidentales, convirtiendo a Venezuela en el tumor original de un cáncer de desestabilización para todo el continente. Es evidente que cuando una nación se convierte en parte importante de un eje de perturbación mundial, existan respuestas contundentes de quienes se sienten atacados por su acción.

Luego de 209 años, la independencia venezolana está quebrada, secuestrada y prácticamente aniquilada. Aquellos padres fundadores soñaron con una nación democrática, libre, descentralizada, donde la soberanía popular fuera el eje de acción de todo un entramado institucional que garantizaba desarrollo y prosperidad. Hoy, todo ello está tomado, invadido, eliminado. ¿Descansa hoy la soberanía realmente en el pueblo, en los ciudadanos? La respuesta es más que evidente.

Venezuela recibe esta fecha en nefastas circunstancias. Muy similar a como pudieron recibir los padres fundadores ese 5 de Julio cuando Boves tomaba Caracas. Sin embargo, ese mismo país aniquilado pudo levantarse, crecer y generar un sistema democrático de libertades y con un progreso social sin precedentes en toda América Latina.

Ahora bien, un día como hoy es preciso preguntarnos… ¿Ese espíritu de 1811, esa independencia todavía existe? Sí, claro que sí. Lo conozco de primera mano. El 5 de Julio está presente en cada venezolano luchador, en cada hogar que resiste, en cada maestro que intenta enseñar a sus alumnos, en cada músico de nuestro sistema de orquestas, en cada emprendedor que sale a ganarse la vida limpiamente -dentro y fuera su país- para mantener a su familia, en cada empresario que resiste y avanza, en la voluntad de Carmen en La Pastora que se resiste a perder su país.

Un auténtico movimiento independentista silente, decente, cargado de profundos valores éticos y morales, de lo mejor de los venezolanos, se está iniciando y… tranquilos, no se amilanen, que el régimen no tiene cómo detectarlos ni tampoco cómo detenerlos. La Venezuela heredera de 1811 está “vivita y coleando”, para ustedes… ¡Feliz Día de la Independencia!


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