En un país democrático nadie duda de que los partidos políticos son fundamentales para la conexión entre la población que se agrupa bajo una visión y misión compartida adecuadamente para elegir sus voceros ante los órganos públicos que hacen posible la gobernanza de un pueblo.

La condición innata se refiere a que dichos representantes deben ser la expresión genuina de su militancia e igualmente, los proponen y elijen de acuerdo con sus capacidades y competencias por períodos claramente establecidos en su reglamentación. Cuando los representantes se apartan de la misión y se involucran en acciones que los desconectan de su militancia pierden la condición de representatividad y lógicamente deberían ser removidos democráticamente ante la falta de confianza, abuso del poder o acciones contrarias a los intereses del partido, del país y obviamente de la línea política que él representa.

En el caso venezolano estas premisas dejaron de cumplirse, en efecto, la confianza depositada en sus líderes los ha abandonado como consecuencias de sus actuaciones particulares en beneficio propio, abusando de su representatividad e incluso actuando como gatopardos con organizaciones que son contrarias a la corriente que deberían representar aferrándose a su posición y no dejan bajo ninguna circunstancia ser removidos.

Estas premisas se han profundizado ante la crisis del país y se han caracterizado fundamentalmente en preservar sus propios intereses, lo cual les ha ganado la denominación de colaboracionistas y cohabitantes de un régimen dictatorial que ha destruido al país con un modelo totalmente opuesto, centrado en ideas comunistas, permitiendo la violación de la soberanía, regalando al país a los cubanos y a las potencias no democráticas dentro de un entorno de intereses económicos perversos dirigidos por los intereses del crimen organizado cuyas expresiones fundamentales se centran en el control de los poderes nacionales y la explotación de sus recursos sin misericordia y, aún más allá, estableciendo una cabeza de playa continental para ampliar sus interese geopolíticos.

Estas condiciones han permeado hacia la desconfianza popular cuando observan mediante declaraciones, negociaciones, decisiones y actuaciones que vulneran al ciudadano común por no decir favoreciendo la ruptura de la institucionalidad apoyando no solamente los intereses del régimen para defender su permanencia en el poder.

En los actuales momentos, muchos de esos representantes con diversos grados de compromiso, integrantes de la Asamblea Nacional, institución integrada por individuos que fueron electos mediante propuestas de la vieja dirigencia, están centradas en los intereses grupales actuando en correlación al régimen. Sus turbias negociaciones están priorizadas en reelegirse y favorecer el reingreso en el parlamento para continuar con sus políticas, de esta manera solo estimulan unas elecciones parlamentarias para asegurar sus cargos públicos despreciando la institucionalidad que se proyectó ignorando la usurpación presidencial y la ilegítima elección de un gobierno fallido incluyendo decisiones formales del Tribunal de Justicia Legítimo que oportunamente declararon el cese del gobierno por ilegítimo donde se ha sentenciado el fraude electoral, y así mismo, al sistema electoral, y a funcionarios electorales potencialmente sujetos de medidas penales coadyuvando de esa manera  con la preservación del poder falsamente instruido. Igualmente, comienzan las declaraciones interesadas sobre la base de la desaparición de las máquinas electorales quemadas a propósito o no, pero la toman como argumento que sin ellas no se podrán hacer elecciones electrónicas. Otra vez ignoran decisiones de la Corte donde se han prohibido y lógicamente retan a la autoridad judicial.

Ahora, montan un escenario mediante el cual van a elegir un Consejo Electoral producto de la combinación de una comisión donde la mitad de esos miembros pertenecen al denominado grupo de los cuatro, es decir, partidos que han negociado su supervivencia y cohabitación, la otra mitad integrada por diputados y representantes del régimen militantes de partido oficial que incluso son dudosamente diputados. Todos ellos negocian el nombramiento de los rectores electorales nacionales, obviando los regionales y la desaparición de una estructura electoral corrompida para disponer de una lista de candidatos a conveniencia para continuar en el control del Parlamento.

Con estas decisiones burlan a medio centenar de países que han declarado ilegal al régimen, y exigen nuevas elecciones presidenciales, burla freudiana que permea hacia el venezolano común, quien, observando la trampa, el desprecio por sus opiniones y sufrimiento ve con estupor cómo montan compromisos particulares interesados para preservar sus curules y seguir la fiesta como si nada estuviera pasando en el país.

He ahí el quid del asunto, algunos representantes del pueblo han sido invalidados, han cometido tal clase de errores que los descalifican, entre ellos permanecer en la dirigencia de sus partidos toda la vida, con la única calificación de ser oradores de postín y sin más credenciales que haber actuado en política partidista eternamente sin tener la preparación ni el interés, ocultando sus corruptelas que pueden acabar con sus carreras. Es más, muchos de ellos en su vida han trabajado a no ser en el partido, no han sido empleados públicos, no conocen los procedimientos ni han trabajado en una institución o hayan acumulado la experiencia necesaria para desempeñarse en cargos donde no tienen competencia, no han emprendido nada productivo y jamás han pasado por el riesgo de iniciativas propias, ni siguiera saben lo que cuesta pagar una nómina.

Todo este entorno nos está diciendo que el país está en un dilema organizacional donde por lo general, sus dirigentes no tienen correspondencia con los interese comunes nacionales e internacionales, que han desarrollado una actividad de relaciones públicas diciendo lo que no es y oponiéndose en el fondo a un cambio del modelo político que ha acabado de arruinar al país y ha propiciado la más gran migración ocurrida en el continente con las consecuencias para todo el mundo que ello implica.

Romper esta conducta nos lleva a no creer en elecciones parlamentarias a menos que el régimen abandone el gobierno, que se desplacen a sus responsables, que se construya un gobierno transitorio, se preparen elecciones mediante  intervención técnica y política transparente para recrear el sistema electoral y elegir democráticamente a su autoridades nacionales incluyendo a la dirigencia de los partidos que tampoco se han renovado y cuya ejemplo ha determinado que esta enfermedad se extienda a sindicatos, gremios, universidades y asambleas de todo tipo donde sus dirigentes pasan años burocratizándose velando solamente por sus intereses.

El pronóstico no es favorable, la capacidad de maniobra de esta dirigencia como opositora oficial se las ingenia para permanecer en el poder y continuar con un modelo odioso que está contaminando al continente. Frente a ellos, somos objeto de la preocupación de otros gobiernos, ya nos deprecian y miran sobre el hombro, la fama de faramalleros, prepotentes, interesados, mentirosos y faltos de palabra obscurecen la acción de hombres probos que los califican dentro de este segmento.

Actuaciones de una verdadera oposición son obstaculizadas, no se desea ni su experiencia ni sugerencias, simplemente se los aparta como consecuencia de su falta integral de organización. Hay que entender que se han refugiado en segmentos o grupos pequeños donde se cuentan sus cuitas y preservan su burbuja vivencial; son líderes de minúsculas células y no comparten con facilidad con otros para establecer una estructura competitiva a tantos partidos que perdieron el camino. Es realmente un dilema que no da la fortaleza necesaria para el cambio.

La población atrapada en una especia de  competencia a todo terreno sobrevive con los escasos dólares provenientes de la diáspora, de los enchufados que aprovechan soltarlos al mercado a cambio de propiedades y comercio de toda índole, desde la compra de inmuebles hasta de conciencias; ruedan divisas hacia quien pueda y el venezolano común recoge los mendrugos sin conocer el valor real de un dólar, fijan las tarifas de sus bienes y servicios y el ciudadano común sobrevive como en una lucha cuerpo a cuerpo donde se ha perdido la identidad y colaboración. La estructura demográfica adquiere otros perfiles, gente de edad que no pudo migrar, gente que creció con el chavismo y no tiene la menor idea de lo que pasa ni le interesa, marginales e invasores sin escrúpulos. Todo ello desvirtúa la nacionalidad. Empezamos a dudar si existe nuestra nacionalidad de venezolano, ya nos sentimos extraños seres en medio mundo, maltratados o marginalizados, luchando también para sobrevivir.

Hasta que toda esta realidad socioeconómica nos permita dejar de lado los intereses grupales, limpiar las estructuras de los partidos, organizar un movimiento de movimientos poderoso que enfrente a las mafias y a este gobierno, hasta echarlo usando todos los recursos necesarios para resolver esta indignante situación humanitaria; lo demás es adorno y frustración, o simplemente nos rendimos y pasamos a la categoría de un país democrático que existió.


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