El especial de Navidad de Peanuts forma parte de la educación sentimental de muchas generaciones y países.

Ahí su autor concentró el amor que siente por sus personajes, narrando una historia de hermandad y reconciliación, por encima de las grietas y las razas.

Aquello le salía de una manera bastante natural y orgánica al creador de uno de los íconos del diseño, en el multiverso de los cómics, los tebeos y las tiras animadas que publicaban primero los periódicos y después los canales de televisión.

Recientemente, Peanuts inspiró un documental de la casa Apple TV, Who Are You, Charlie Brown?, encadenando una serie de testimonios y cabezas parlantes, entre retazos de footage y un relato animado como hilo conductor, para adentrarnos en el conocimiento de la obra maestra de Charles M. Schulz.

El ejercicio de revisión se antoja oportuno en el ensamble de sus modestos criterios audiovisuales, propios de la pandemia, pero admite varios cuestionamientos en su empeño exagerado por adaptarse a los códigos inclusivos del milenio, ahora impuestos en Hollywood como carta de aprobación de cualquier proyecto, pensando en el pacto temeroso de la meca que se arregló, tras bambalinas, para no ofender a la generación de cristal.

Salvando las distancias, pienso en las semejanzas con Venezuela y Argentina, si me permiten la comparación, dado que trabajé en la industria de contenidos infantiles, por cerca de una década, alrededor del continente.

Fui jurado de Com Kids Brasil, lo cubrí dos veces, le dediqué un documental, y en su seno realizamos la serie Contraseña Verde, bajo la orientación del Centro Goethe de Buenos Aires.

Lo que ocurre es lo siguiente. En Caracas la dictadura ha decretado la obligación de seguir dos reglamentos para producir proyectos infantiles con apoyo estatal: la Lopna y la Ley del Odio.

Ambos formatos bajan una línea progresista y censora, sobre los directores y cultores del género, para niños.

Si quieren recibir estímulos del fondo público, pues deben contar algo como Who Are You, Charlie Brown?, agregándole un voice over forzado de una actriz afrodescendiente como Lupita Nyong’o.

Con ella los inquisidores y moralistas aprueban el guion, para empezar, porque engloba a dos minorías “subrepresentadas”.

En Venezuela conozco a productores que hacen maromas con los libretos que escriben, solo para no morir de hambre y rodar un panfletico con “chicos que salvan al mundo” de las garras de los explotadores del capitalismo, adoctrinando a la población como en la Cuba de Vampiros en La Habana.

Tal futuro ya alcanzó a la meca y lo vemos prosperar intensivamente con la buenista e higiénica Who Are You, Charlie Brown?, que complace mi gusto nostálgico, con sus recuerdos y anécdotas, pero me deja un sabor amargo en la boca, por culpa de sus posverdades afirmadas, como dogmas, desde las voces de las eternas víctimas del lobby demócrata.

Pues ahora resulta que Charlie Brown no era una viñeta feliz de unos niños con sus problemas y conflictos, sino una editorial anticipada de los catecismos inclusivos del milenio.

El asunto roza la caricatura de Para leer al Pato Donald, pero a la inversa, como cuando los dinosaurios marxistas recomiendan a sus hijos leer Peanuts, para vacunarse de la infección pecaminosa de Superman y Capitan América, los cuales difunden una supuesta ideología individualista y consumista, que nos aliena.

Entonces Charlie Brown funciona como antídoto, según las beatas del documental.

Le quitan a uno las ganas de volver a Snoopy en el espacio.

Menos mal que hablan estrellas de la comedia como Drew Barrymore y Kevin Smith, que recalcan que Peanuts nos alegra el día con su arte misterioso y ambiguo, dedicado al absurdo de la existencia.

Cierro con una analogía porteña. Imagínense qué hubiese sido de Charlie Brown dentro del engranaje del canal oficialista de Argentina, Paka Paka.

Terminaría uniformado, no cayendo derrotado una y otra vez, sino fungiendo de minihéroe como Zamba, suerte de ídolo progre.

Siento vértigo por el devenir de la industria de contenidos para niños.


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