“Los pies del tranvía cosen y descosen la piel de asfalto en la ciudad sureña”  (Anónimo)

Ayer cogí el tranvía de regreso a casa. Un revisor estaba de pie junto a la cabina del conductor controlando el acceso de los pasajeros.

Ocupé yo un asiento de la primera fila. En la parada siguiente entró una mujer con dos niños de la mano.

El vagón del tranvía contiene 2 filas de asientos separadas por un pasillo estrecho. La distancia entre los asientos de pasillo no supera los 80 centímetros. Esto en circunstancias normales -no pandémicas- funciona bien; sin embargo, en septiembre de 2020 hay que incrementar la seguridad y una de las maneras de lograrlo es manteniendo una distancia social mínima de 1,5 metros.

Todos conocemos, gracias a las campañas informativas del Ministerio de Sanidad, las normas sanitarias seguras en la lucha contra la COVID-19. Básicamente se trata de 3 normas: guardar la distancia de metro y medio, lavarse las manos a menudo y usar mascarilla. A través de estas campañas, el ministerio citado propone una certera clave mnemotécnica consistente en recordar la regla de las 3 m (metros, manos, mascarilla).

Como decía, iba yo en el tranvía, sentado en una butaca de pasillo. A mi derecha quedaba una butaca huérfana que daba a la ventanilla marcada con una cinta blanca y roja. La cinta decía: prohibido ocupar esta plaza. A mi izquierda, en primer lugar el pasillo e inmediatamente después, dos butacas de la otra fila. La butaca de pasillo más cercana a mi asiento llevaba la señal de prohibición; la otra estaba libre. La madre -porque era su madre- le dijo a uno de sus hijos que ocupase la butaca de ventanilla, colocó al otro hijo en una fila más atrás, acomodándose ella en el asiento de pasillo justo a mi lado. Al sentarse ahí incumplía la norma de respetar la distancia social mínima.

La verdad es que yo no supe entonces si ella estaba haciendo lo correcto o no, ya que entendí que cuando se trata de personas convivientes la distancia social no suele ser estricta. No obstante, el funcionario llamó la atención a la mujer. Le pidió que ocupase otra butaca en la que no hubiese una cinta de prohibición. Ella contestó que por qué no iba a poder sentarse junto a su hijo argumentando que en otra ocasión otra supervisora le había permitido ocupar un asiento contiguo a pesar de estar marcado. El revisor insistió -educado en todo momento- en que dejase libre la butaca. Le explicó que debía guardar una distancia de seguridad con el otro pasajero que era yo.

Me di cuenta de que el hombre tenía razón. Hacía bien su trabajo. La mujer no entendió o no quiso entender. Se levantó enfadada. Inquirió que a ver quién atendía a sus hijos. El supervisor le dijo que podía sentarse cerca de sus hijos en la fila más cercana. Ella no aceptó y se obstinó en permanecer de pie junto a uno de ellos.

Reconocí en el momento la estrategia de la mujer. Ella quiso convertirse en la víctima inocente de una injusticia. Algunas personas necesitan una cura de humildad y educación. Uno tiene que saber aceptar un no cuando tiene que aceptarlo.


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