Si alguna palabra sirve para describir el año que está por terminar, su final; el inicio del próximo, es la incertidumbre. No sabemos dónde estamos parados como país ni hacia dónde vamos. La improductividad carcome cualquier pronóstico económico que pueda servir de algún aliento. El desánimo, la desazón, cunden. El abandono entero, notorio, de temas cruciales para el país como el trabajo, la educación, la alimentación y, muy especialmente, la salud y la vida nos dejan sumidos en una deriva difícil de soportar.

Todo ello conduce a un solo tema profundo, hasta ahora irresoluble: el político. El desbaratamiento del país, su hundimiento institucional, este desorden desestimulante nos condiciona la vida de un modo formidable. El poder se expande destructivo, causando una también curiosa destrucción humana que mata de a poco, dejándonos vivos a algunos resistentes a sus ataques, pero no exactamente inmunes. El régimen no tiene idea del lugar mental, ni práctico, hacia el que nos conduce este atolladero prolongado, de hondísimo farallón. La oposición zozobra su descompuesta forma. Un triunfo unitario, no cacareado con suficiencia, como fue la abstención, no pareció para la mayoría de la dirigencia una medición suficiente del rechazo de la ciudadanía a los tiranos. Pero las elecciones del fraude le restaron la poca credibilidad, legitimidad y fortaleza política que a los secuestradores del poder les quedaba. La consulta fue una luz artificial. Una estrellita fugaz, prácticamente imperceptible que, además, opacó la abstención. Mientras, la prolongación del mandato de la Asamblea Nacional luce cojitranca.

¿Se podrá alargar mucho tiempo más esta situación de carencias que luce explosiva pero hasta ahora no lo ha sido? Diría que sí. Porque quienes deberían tensar la cuerda no optan por reventarla. Optan, más bien, por seguirla estirando y halan (literalmente) para que continúe su estiramiento (¿conveniente?). La nueva «negociación» de la que se van filtrando centellazos deprime más. Se ven costuras de intereses económicos, de busca de cuadraturas electorales regionales, todo ello por encima de cualquier interés nacional.

No se piensan, no se dicen, los altos ideales: el reordenamiento del Estado, la libertad, la protección de los connacionales ni de la soberanía (el Esequibo casi perdido. ¿Entregado?) es muestra fehaciente de lo poco que importan esos grandes intereses republicanos hoy. De allí aterrizamos a las elementalidades: las faltas y fallas de los servicios públicos, el incomprensible movimiento de la «moneda» (un extraño asunto existencial para ella), la huida de compatriotas, el virus chino y su expansión mortífera.

El fin del año, por tradición cultural e histórica se mueve en el deseo de cambio en pro de un mayor bienestar. ¿Cómo idear bondades temporales, físicas o psicológicas marcados por la incertidumbre y el caos? Aquí se busca la resolución de este conflicto no declarado, por no quererse declarar, y se orienta de nuevo hacia allá el empeño o nos exterminará más rápido la laxitud, la abulia, que la opresión. Mientras se persista en la idea de la arrimadita compartida, ni siquiera quienes nos abstuvimos de respaldar a los criminales en las elecciones entraremos en el redil de los acomodaticios. Certidumbres o nada. Certidumbres o esta abúlica, nauseabunda, nada.


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