En alguna parte de sus ensayos, T.W. Adorno -quien, a diferencia de los amoríos nihilistas de W. Benjamin, no coqueteaba con les fleurs du mal– afirma que la estupidez es como una cicatriz, y que las interminables preguntas de los niños son el signo de un dolor secreto, que tiene su origen en la frustración dejada por la inadecuación de la primera pregunta, no satisfecha.

La persistencia obsesiva en las repeticiones semeja los interminables paseos del león en la jaula del zoológico. Y, al igual que el león, también el neurótico, a modo de defensa de su autoconvencimiento, repite una y otra vez lo mismo, a pesar de sus fundadas sospechas sobre los impotentes esfuerzos de su letanía. No obstante, y por encima de las inadecuaciones, el neurótico es honesto, un buen Snug, se podría decir. Pero a causa de su patología se convierte en la víctima por excelencia de los auténticos lobos que, tras bambalinas, pretenden sacar ganancias de sus inevitables y continuos slides down. Sí, ya se sabe: hay malandros detrás de cada lado, y también del “centro”.

Para resolver, por lo menos en parte -“en alguna medida”, insisten-, la crisis orgánica que vive el país, la proyección obsesiva dada por el neurótico sigue estando ubicada en el “deber ser”, o sea, en el haber apoyado en su momento la candidatura presidencial de Henri Falcón: “Si todos hubiésemos participado -repite una y otra vez-, si todos hubiésemos ido a votar, ya hubiésemos derrotado al gobierno de Maduro, y a estas alturas ya habría entrado la ayuda humanitaria, tendríamos nuestra propia caja de alimentos y, tal vez, ya se habría solucionado -“en alguna medida”, claro está- “el tema” de los servicios públicos, especialmente el de la electricidad”.

Lo único que había que hacer era “seguir la norma constitucional, ajustarse a derecho, acudir al llamado electoral y participar en él. No importaba eso de que el organismo electoral estuviese “pinchado”, parcializado con el régimen. Total, ya se habían ganado las parlamentarias. Las encuestas predecían un triunfo abrumador”. Y, en última instancia, se trataba de cohabitar con los secuestradores, de hacerlos entrar en razón. A fin de cuentas, “hablando se entiende la gente”. ¡Pero no! Los “abstencionistas”, esos “extremistas de derecha” -para más señas-, frustraron el sensato y hasta de sentido común “entendimiento” necesario con el régimen. “Los venezolanos padecen calamidades no tanto por culpa del régimen, sino por culpa de esa oposición extremista, insensata, que se negó a negociar. La misma que hizo que se perdieran gobernaciones y alcaldías que ahora están en manos oficialistas, por no querer compartir democráticamente el poder con ellos. ¿Qué le costaba a Guanipa dejar que “Betty la fea” lo juramentara? ¡Como si, a fin de cuentas, ella no fuese la vicepresidente de la República!”. Eso “fue un grave error”.

Como parte determinante y necesaria de la experiencia de la conciencia, la estupidez va dejando sus cicatrices. La superstición es la consecuencia política del miedo. El miedo es el instrumento de tortura predilecto de los tiranos, porque cumple con la función de infligir las heridas más severas, más dolorosas, más intensas: las del alma. Y sin embargo, la conciencia de la necesidad se hace concreción mediante la adaequatio intellectus et rei, toda vez que expresa la capacidad de conservar el miedo superándolo. No hay ni verdad ni libertad sin adecuación de intelecto y cosa. La actio mentis -como dice Spinoza- solo puede llegar a ser como resultado de las ideas adecuadas: “Nuestra alma obra en ciertas cosas, pero padece de ciertas otras; en cuanto que tiene ideas adecuadas, obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto que tiene ideas inadecuadas, entonces padece necesariamente ciertas otras”. Quien padece de ideas inadecuadas incurre en supersticiones por exceso de miedo a la autoridad.

Atrapados por sus prejuicios y presuposiciones, sustentados en la reflexión de un entendimiento abstracto y reflexivo, técnico y mecanicista, los Snugs ceden su soberanía ante quienes, según el catecismo populista, pueden mediar y controlar sus destinos, ofreciéndoles como retribución, la restitución de sus respectivas zonas de confort, incluyendo las cajas de alimentos, la distribución de medicinas y el restablecimiento de los servicios básicos. El miedo ha triunfado. La esperanza está en poder llevar una vida “en paz”, sustentada en el terror promovido por una banda de facinerosos. Esto es lo “racional”, lo “responsable”, lo “realista”. No importa que “ellos” se hayan adueñado del país, que hayan secuestrado las instituciones del Estado, que hayan convertido el territorio nacional en una cabeza de puente del narcoterrorismo internacional, que sigan saqueando las riquezas naturales del subsuelo o que hayan convertido a uno de los países más prósperos del mundo en un territorio de miserias. La “Venezuela potencia” es, en realidad, la sublimación de la mayor de las impotencias: la desintegración de su espíritu.

No resulta extraño el hecho de que, quienes han convertido en “principio supremo” de sus argumentaciones de “centro” fluctuante la presuposición de que la crisis orgánica que vive Venezuela se resolverá con la simple convocatoria de un proceso electoral, desestimen por completo la ruptura del tejido civil de lo que aún queda en pie. Lo que importa -en opinión de estos “especialistas”- es la forma, la condición institucional, el traje nuevo del emperador. Los contenidos, el matemáticamente incalculable dolor de las heridas causadas por el oprobio que han dejado todos estos años, no cuenta. Otra cara, un rostro más amable, quizá menos tarado o menos ladrón. Y que prosiga el festín. Con tal de morigerar las tensiones sociales y políticas será suficiente.

Ni siquiera cuenta el hecho de que la narcotiranía mantenga el control supremo, el poder real. La verdad es que la apariencia de las formas vaciadas de contenido ocultan los espectros del horror. Ninguna sociedad -a menos que sea una maqueta- funciona sin que las formas se adecúen a los contenidos y viceversa. La inadecuación genera monstruosidades. Es “el sueño de la razón”, ya denunciado por Goya.

Las cicatrices dejadas por el estupor son una advertencia. El chavismo es la objetivación del pasado corrupto, el mayor latrocinio de la historia, la consumación del crimen y el terror. Todo pasado debe desaparecer para dar paso a una nueva sociedad, culta y próspera, libre, justa y democrática. La racionalidad instrumental definitivamente no logra comprender que solo es posible reconstruir el país sobre la base de una nueva eticidad, y que esta tarea será imposible sin la acción decidida de la educación estética. Solo de los restos de las destartaladas universidades autónomas de hoy podrán surgir las primeras luces de una nueva Venezuela.

@jrherrraucv


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