El reciente y sensible tránsito a la eternidad de Román José Duque Corredor ha desdoblado sus ribetes devastadores en la Venezuela de nuestros días aciagos. A la infausta e irreparable pérdida del amigo entrañable, se añade la ausencia definitiva de quien personificó –hasta su último aliento–, la conciencia jurídica de la nación. “Llorarlo fuera poco”, como diría el eximio poeta José Martí ante el féretro de Cecilio Acosta. Recordarlo, observar e imitar sus virtudes, sería el más efusivo homenaje de quienes en todo momento admiramos su natural bonhomía, su ciencia y don de gentes.

Román José había nacido en Mérida, en el seno de la honorable familia formada por el ilustre jurista, académico y presidente de la extinta Corte Suprema de Justicia, José Román Duque Sánchez y doña Carmen Corredor Tancredi. Completó su formación primaria y secundaria en los colegios La Salle de Mérida y San Ignacio de Caracas, cursando la carrera de Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello, donde obtendrá el título de Abogado en 1965 con mención Cum Laude. En 1976, recibirá el título de doctor en Derecho de la Universidad Católica Andrés Bello. Dotado de una sólida formación ciudadana, intelectual, profesional y política, iniciará y completará una labor pedagógica de singulares contornos como profesor de Derecho Agrario –donde dejará honda huella en sus lecciones magistrales y enjundiosos estudios–, Derecho Minero, Derecho Civil y Derecho Administrativo. De igual manera, ejercerá la docencia universitaria dictando cursos de Derecho Agrario en Costa Rica, Brasil y España. Fue coordinador del curso de especialización en Derecho Agrario y Ambiental de la Universidad de los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora.

A lo largo de un dilatado y exitoso ejercicio profesional, ocupó –entre otros– los cargos de Consultor Jurídico del Instituto Agrario Nacional, Consultor Jurídico de la Presidencia de la República, Magistrado de la Corte Primera de lo Contencioso Administrativo y Magistrado de la Corte Suprema de Justicia (Sala Político-Administrativa). También fue miembro del directorio del Instituto Iberoamericano de Derecho Agrario y Reforma Agraria de la Universidad de Los Andes, miembro del Instituto de Derecho Agrario Internacional y Comparado de Florencia (Italia), miembro del Comité Científico de la Unión Mundial de Agraristas Universitarios con sede en Piza (Italia), presidente del Colegio de Abogados del Distrito Federal, presidente de la Comisión de Legislación y Jurisprudencia del Ministerio de Justicia y socio principal de la firma de abogados Hoet Peláez Castillo & Duque. Electo como individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales en sesión del 21 de mayo de 2000, ejerció con brillo la presidencia de esa prestigiosa corporación entre los años 2009 y 2011.

Pero más allá de una impecable y prolífica hoja de servicios, debemos destacar sus dotes y afanes como hombre de bien que se propuso hacer de Venezuela una República civil próspera y no endeble, dueña de su propio destino y no atada a intereses foráneos, actuantes por encargo de ideologías quiméricas que dividen las sociedades humanas en grupos antagónicos. Duque Corredor se consagró a lo útil y sobre todo a enaltecer los valores de la venezolanidad permanente, resumiendo de tal manera el significado de su vida como intelectual de fuste y ante todo como ciudadano ejemplar. Su especialización en Derecho Agrario lo proyectó como uno de los más relevantes exponentes de esa disciplina a nivel internacional –partiendo del suyo propio, sentó cátedra y marcó época en numerosos países–. Consagró su vida a una lucha incansable por el bien común, por la libertad, el Estado de Derecho y la alternabilidad democrática en el ejercicio de la función pública. En ello desdobló una inspiración esencialmente humanista y cristiana, en todo momento puesta al servicio de causas nobles que enaltecen la dignidad de la persona humana y sus afanes por la paz pública, la justicia y la libertad de elegir.

Haber conocido a Román José desde nuestros años en la universidad y aún después cuando compartimos ocasionales encuentros en la Academia, en la Fundación Alberto Adriani y en nuestras actividades productivas en el sector ganadero nacional, fue un placer y un privilegio. Siempre atento y generoso al aportar ideas, sustanciosos análisis e interpretaciones apropiadas a los temas relevantes para el sector agropecuario, nos dio su invalorable apoyo cuando ejercimos la presidencia del Consejo Venezolano de la Carne CONVECAR, en ocasión de las primeras arremetidas en contra de los productores del campo y sus legítimos derechos e intereses –una disposición que para él fue constante hasta el final de sus días–. Con igual pasión le vimos y oímos en incontables oportunidades defendiendo la verdad y legitimidad de la nación venezolana al disponerse a resguardar la plenitud de sus bienes patrimoniales en el extranjero, así como en todo lo concerniente al tema de sus derechos históricos e inalienables sobre el territorio esequibo. Su inagotable defensa de la integridad democrática y del Estado de Derecho en todas sus vertientes –el poder y actividad de un Estado soberano sometidos a la regulación y garantías de la Ley–, lo convirtieron, tal y como dijimos al inicio de estas breves anotaciones, en la conciencia jurídica de la nación venezolana. Nos lega su ejemplo de virtud y moral cristiana, su entereza profesional y el recuerdo que nos inspira y nos motiva a seguir su senda en el irrenunciable propósito de redimir los auténticos valores de nuestra nacionalidad.


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