Objetividad, sencillez e inteligencia intuitiva fueron cualidades sobresalientes en Oswaldo Cisneros Fajardo como emprendedor exitoso que fue. Si bien en la gestión corporativa –la asignación de recursos y dirección de empresas– se tomaba su tiempo en analizar los temas medulares con la debida profundidad, evaluando informes y el parecer de sus más inmediatos colaboradores y asesores especializados, tenía esa prodigiosa capacidad de identificar una oportunidad de negocios donde realmente la había; a partir de allí, su perspicacia, autoridad y habilidad para reconocer los factores críticos que verdaderamente importaban, para hilar fino antes de marcar una pauta, se convertían en enérgico impulso hacia un objetivo compartido con su gente de confianza. Los errores cometidos –humanos e inevitables– eran afrontados con serenidad a través de la marcha de los negocios; de ello se aprendía, a todo encontraba una solución. Creativo, dotado de capacidades para asumir riesgos razonablemente calculados, fue un verdadero líder empresarial, rezumante de energía y entusiasmo hasta su última hora, como demuestran los hechos.

Conocí a Oswaldo –Ozzie para la intimidad familiar y sus amigos cercanos– hace ya casi cinco décadas, cuando apenas comenzaba uno de sus primeros proyectos individuales, en este caso centrado en el mundo de las finanzas corporativas. Desde aquel nuestro primer encuentro en la bahía de El Chaure –donde mantenía su Blue Star de tanta añoranza–, se abrió entre nosotros –naturalmente guardando las diferencias de edad–, una natural empatía que siempre fue afectuosa y plena de gratos recuerdos. Años más tarde cuando ya había cerrado los capítulos de Pepsi-Cola y de Telcel, colaboramos con él en un primer intento de poner en marcha un negocio de servicios en el sector petrolero venezolano, una de sus particulares fijaciones como empresario a lo largo del tiempo. La oportunidad regresará para él años después, terminando en adquisiciones de activos petroleros importantes que hoy forman parte del grupo de empresas en marcha. Su sentido de la oportunidad le llevó a incursionar en diversas actividades tanto en el sector primario a través del Central Portuguesa –alguna vez también consideró hacerse ganadero–, como en el área de transformación industrial y de los servicios.

Oswaldo Cisneros fue figura descollante de la industria venezolana de todos los tiempos. Su exitosa gestión de la franquicia de Pepsi-Cola en el país –fundada por su padre en los años 40 del pasado siglo– fue una primera escuela, en ella aprendió de los procesos transformadores de materia prima en productos terminados con valor agregado, destinados a satisfacer los buenos gustos de la población. Solía recordarme que aquel era todo un mundo muy dinámico de proveedores, contratistas, mano de obra, tecnología, gerencia especializada, capital y financiamiento, mercadeo, distribución, responsabilidad legal y ante todo frente al consumidor final y el país. Bajo su gestión, Pepsi-Cola alcanzó dimensiones considerables, superando a sus más cercanos competidores, convirtiendo la franquicia venezolana en una de las más rentables de la reconocida multinacional. Más tarde y como fundador de Telcel, se hará pionero de la telefonía celular en el país, actividad que en su caso continuará en la empresa Digitel GSM –adquirida en 2006–, hasta el final de sus días. Fue pues un empresario de singulares contornos, creador de riqueza para los accionistas y de bienestar para sus trabajadores y empleados, siempre atento a la plena satisfacción de los compradores y usuarios de bienes de consumo y servicios.

Pero hay un lado humano que no podemos pasar por alto en estas breves anotaciones. Oswaldo trabajó sin descanso durante toda su vida. Ejemplo de tenacidad y coraje ante situaciones adversas, siempre se le veía en la línea frontal de las empresas del grupo, erigido en paradigma de buen comportamiento en cualquier circunstancia. Indagaba, estudiaba y profundizaba en el conocimiento de las más diversas materias de su interés, haciéndose apoyar por los mejores asesores del mercado. Nunca se planteó retirarse a la vida apacible de los rentistas que por razones de edad u otros merecimientos, se despiden del trabajo corporativo de todos los días. Todo lo hacía con el mayor deleite de su espíritu, como tantas veces pudimos apreciar sus colaboradores y amigos.

Oswaldo Cisneros siempre mostró genuino interés por el bienestar de sus trabajadores y empleados; solía decir que cuanto había logrado en sus variados quehaceres empresariales, fue posible gracias a sus colaboradores y a las oportunidades que le dispensó Venezuela en ese largo recorrido que venía desde los mismos albores de la democracia (1958). Fue igualmente un generoso benefactor de obras sociales de significativa importancia para el país, dirigidas a los más diversos sectores –entre ellos la salud y la educación–; en ese camino, numerosas organizaciones no gubernamentales fueron por años receptoras de su amable respaldo. También fue espléndido en su apoyo a los gremios, donde sus opiniones eran siempre recibidas con particular atención.

En Oswaldo Cisneros se conjugaban la pasión por su familia, por el trabajo sin pausa en las empresas y la predilección por el país que hizo posible la realización de sus mejores aspiraciones. Nos deja su ejemplo de consagración al esfuerzo creador, el vivo recuerdo de su afable sonrisa y el privilegio de su amistad.


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