El pensamiento y la obra de Carlos F. Duarte están llenos de sorpresas y de notables hallazgos. Su inagotable curiosidad lo llevó a penetrar los recovecos de una historia que nadie como él había contado, luego de recopilar y verificar información relevante sobre las revelaciones más genuinas de la plástica, las artes decorativas, la arquitectura y edificios emblemáticos de la Caracas colonial –entre ellos la Quinta de Anauco, una de sus más acendradas pasiones–, las tradiciones, usos y costumbres y los sucesos históricos correspondientes al período hispánico en Venezuela. Para ello se armó de paciencia y de tolerancia –mucho de todo eso se había extraviado desde los tiempos de la Independencia y las guerras civiles decimonónicas, o había caído en manos de quienes no terminaban de darle su justo valor–, pero ante todo hizo gala de una gran honestidad intelectual –nunca se prestó para validar aquello que no era cierto, como tantas veces nos dijo–.

La obra escrita de Carlos F. Duarte reluce en su contenido y dilatados contornos. Dedicó especial atención a la ebanistería del período hispánico y en particular a la construcción de retablos para las iglesias coloniales. Para Duarte, se trata de las expresiones más significativas de aquella excepcional artesanía. Sobre ello nos dirá: “…el carácter marcadamente arquitectónico de sus diseños inspiraron, paradójicamente, no pocas fachadas de edificios religiosos…”. Más adelante añade: “…El gran tamaño obligado, relacionado a su significado religioso, exigió la competencia y capacidad de artesanos reputados que abarcaban varias técnicas como la carpintería, la ebanistería, la talla y la escultura…”. Fue aquel sobresaliente artesanado –tal y como apunta el profesor Pérez Vila–, “una clase media propiamente americana”, cuyas realizaciones tendrán lugar entre 1500 y 1800, esto es, durante los trescientos años de nuestra historia colonial. Al hablarnos de los grandes maestros carpinteros del período hispánico venezolano, concluye Duarte que “…el arte de la carpintería alcanzó un alto refinamiento. El buen gusto y la elegancia, así como la delicada técnica que, en general, caracteriza la obra de los carpinteros criollos, fueron normas que prevalecieron durante todo ese período…”. Con lujo de detalles y una prosa bien tajada, Duarte nos da cuenta de las maneras, del estilo barroco español y su influencia mudéjar –introducido en la Provincia de Venezuela a poco tiempo de la Conquista–, de los alarifes públicos, los maestros, oficiales y aprendices sometidos a las leyes y costumbres de la Península –hubieron de observar y reproducir en nuestro suelo esas mismas condiciones y circunstancias–, de los maestros de arquitectura o ensambladores, especializados en el difícil y complicado arte de construir retablos para los altares de las iglesias, también de las maderas empleadas y los instrumentos utilizados en el oficio.

Su vida y el entorno del maestro de pintor, escultor y dorador Juan Pedro López –abuelo de Andrés Bello, la figura intelectual más descollante de la cultura hispanoamericana del siglo XIX–, deviene en sentido y merecido homenaje al mensaje, significado y alcances de la obra de uno de los grandes artistas de nuestro período hispánico –Duarte abordará la trayectoria y realizaciones de López, desde los puntos de vista biográfico y también estético–. La obra en cuestión recobra del olvido en que habían caído el maestro y sus luminosas creaciones que recrearon el rococó hispanoamericano, analizándolas y catalogándolas con delicada destreza y minuciosidad. También nos hablará del mueble de los siglos XVI, XVII y XVIII, a través de un particular estudio en el que expresa su manifiesta intención de proveernos de los conocimientos y la visión acerca del moblaje doméstico venezolano, sus características y su valor histórico. Como bien nos dice, en él “…se descubrirán las costumbres y peculiaridades de los habitantes coloniales…la vida íntima de más de tres siglos; en un principio tosca, ruda y pobre; luego austera pero establecida; finalmente cómoda, rica y lujosa para caer luego en un clasicismo que culminará con el fenómeno intelectual de la Independencia…”. El trabajo en comentarios –al igual que los mencionados en líneas anteriores– forma parte de una copiosa y variada obra académica y estudios publicados por Duarte a lo largo de su fecunda vida intelencual, tan amplia que se nos hace imposible reducirla a estas breves anotaciones.

Carlos Federico Duarte Gaillard fue un historiador y conservador de arte venezolano, con énfasis añadido en el período colonial. Había estudiado restauración en la National Gallery y en el Victoria & Albert Museum de Londres, para luego iniciarse como asistente de recuperación de obras de arte en el Museo de Bellas Artes de Caracas –fue allí que nos conocimos, en 1975, cuando mi padre llevó a su atención la posible restauración de un cuadro histórico que recreaba la imagen del Palacio de Miraflores, quizás salido de la mano, o del taller, de Antonio Herrera Toro–. Más tarde, en 1979, ocupará con brillo el cargo de director del Museo de Arte Colonial, Quinta de Anauco –allí se mantuvo hasta el final de sus días–. Fue miembro de las juntas directivas de la Galería de Arte Nacional, de la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Artístico de la Nación y de la Asociación Venezolana Amigos del Arte Colonial. En 1987, se incorporó como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia, ocupando el sillón “I”, luego de leer su discurso sobre las Fiestas del Corpus Christi en la Caracas Hispánica.

El 27 de octubre de 1998, mientras nos desempeñábamos en el Servicio Exterior de la República, invitamos a Carlos F. Duarte a participar en el King Juan Carlos I Center de la Universidad de Nueva York, como conferencista de excepción en la Conmemoración de los Quinientos Años de Macuro. En dicho evento nos ilustró sobre los temas de la pintura, orfebrería y muebles del período hispánico. En esos mismos días y gracias al entusiasmo y entrega de Sagrario Pérez-Soto, se formó la nueva Junta Directiva y el Consejo de Asesores del Venezuelan American Institute, al cual se integró nuestro dilecto amigo, Carlos F. Duarte. Tiempo después y por iniciativa de Belén Rodríguez Eraso de Mendoza Goiticoa –siempre tan amable, culta y de muy grata memoria–, nos incorporamos a la Junta Directiva de la Asociación Venezolana Amigos del Arte Colonial. Allí compartimos con Carlos F. Duarte varios años de actividad protectora de la extraordinaria colección recogida en los espacios de la Quinta de Anauco.

Se nos ha ido Carlos F. Duarte en un momento crítico de nuestra vida venezolana, con el afán de siempre: difundir los valores de nuestra cultura y en ella reafirmar la significativa importancia del período hispánico –los trescientos años de historia, cuya impronta nunca podrá borrarse y menos aún ignorarse–. Nos hará mucha falta, pero su don de gentes, dilatada cultura y natural bonhomía, nos acompañarán en el recuerdo de sus admirables realizaciones en beneficio del arte colonial en Venezuela.


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