Más conmueve a la llamada opinión pública la muerte de un elefante o un atún rojo que la de un ser humano, cualquiera sea su raza. Un sashimi o tartar, o un crucifijo de marfil logran despertar más indignación que el asesinato de un niño o un anciano, cualquiera sea el color de su piel. A muestra de lo que escribo traigo dos ejemplos.

En abril de 1994 comenzaron en Ruanda tal vez los peores 100 días de la historia africana. Los pueblos Hutu y Tutsi se enfrentaron en una lucha, en su mayoría a machete, en la que se calcula murieron 800.000 personas. El año siguiente, en julio de 1995, los serbios obligaron a 25.000 mujeres y niños a huir de Srebenica, en la región oriental de Bosnia, donde se refugiaban 40.000 musulmanes bajo el supuesto amparo de los cascos azules de la ONU. Los serbobosnios asesinaron entre 7.000 y 7.500 islamistas varones, entre niños, adolescentes, hombres jóvenes y ancianos. Ambos hechos ocurrieron ante la mirada, supuestamente escandalizada, de un mundo que solo atinó a comprar más periódicos, conectarse más a las radios y televisores, y unos organismos internacionales, de reacciones paquidérmicas, que atinaron a pronunciarse cuando ya las muertes no podían evitarse. Sin embargo, todavía se oyen muchas voces defendiendo la “oportuna acción” de los entes mundiales.

La indolencia, parsimonia o indiferencia de las “democracias”, instituciones multilaterales y del mundo en general ante las desgracias de las minorías, o de naciones enteras, es una constante a lo largo de nuestra historia. ¿Acaso es necesario recordar la desgracia nazi y el desamparo de los judíos ante la barbarie que los golpeó inclemente e impunemente? Y cito apenas un ejemplo. Me pregunto ¿qué haría que el caso venezolano fuera manejado de manera diferente?

La indolencia hecha gente, manifestada en esa casta que dirige nuestros rumbos, con su habitual rumbo de ventilador, oscila de uno a otro tema con supuesta enjundia esclarecida… Sin embargo, es justicia reconocerles que en un punto han sido consecuentes a más no poder: la industria petrolera. Es lógico que sea así, después de todo ella es la gallina de los huevos de oro.

En diferentes ocasiones y escenarios hemos escuchado decir sobre la necesaria recuperación de la que fuera primera empresa nacional en Venezuela. Se oyen propuestas de todo orden y calibre, las altisonancias están a la orden del día en lo que toca al tema. Pero, ¿realmente se puede hacer algo con Pdvsa? ¿Es posible que la producción petrolera venezolana se recupere de manera medianamente eficaz? ¿La infraestructura para producir crudo puede recuperar sus antiguos niveles de rendimiento, y en cuánto tiempo puede lograrse?

No puedo sustraerme a aquello de piensa mal y acertarás. Aquellos que pregonan la inminente recuperación de la explotación de petróleo o lo hacen por crasa ignorancia, o por intereses muy particulares, es necesario dejarlo claro. Las labores de extracción de nuestro hidrocarburo son de una complejidad enorme; nuestra pereza mental, propia de súbditos petroleros, nos ha creado el espejismo de una facilidad que no existe. Nos acostumbramos a créditos condonados, a becas sin contraprestación, a salud gratuita, a combustibles regalados, en fin, a una vida muelle que todo lo merecíamos por nuestro sitio de nacimiento. Esa ignorancia y falta de compromiso con lo que significan los procesos productivos es lo que hace a muchos asegurar que dicha recuperación será rauda y veloz.

También hay quienes anuncian la resurrección de nuestro carburante jugando su propio envite. Son muchos que han estado vinculados a esa área, bien con la empresa venezolana o con compañías extranjeras que tuvieron o tienen intereses en el sector. Los contratos se avizoran jugosos, las comisiones no pueden suponerse más que sustanciosas.

En reciente artículo Eddie Ramírez, hombre de probidad incuestionable como servidor público, reveló que “exportábamos gasolina hasta que llegaron los rojos”. Igualmente, informó que en el año 2013 se importaron 6.510.000 barriles de gasolina, 6.497.000 de diésel y 4.990.000 de gas propano; lo cual “desmiente que la situación actual de escasez sea por las sanciones”. En su nota Ramírez recuerda que algunas refinerías en Estados Unidos y Europa fueron vendidas, “para dar prioridad a las de Cuba, República Dominicana y Jamaica”. El conocido hombre del mundo petrolero recomienda: “Con este dramático panorama y la gran deuda de la empresa, nuestros legisladores deben ser cuidadosos con la nueva Ley de Hidrocarburos que se discutirá. Deben considerar que la destrucción de Pdvsa fue consecuencia de su politización, que despidió a los mejores, contrató ineptos y permitió la corrupción”.

Otro querido amigo, cuyo nombre es preferible guardar en reserva por su seguridad, me hace referencia a un foro que se llevó a cabo el año pasado en el IESA para discutir sobre la industria petrolera.  “En ese momento producíamos todavía un poco más de millón y medio de barriles, y con las refinerías produciendo se dijo que 80% de la inversión necesaria para su recuperación debía venir del exterior. Imagínate cuánto sería necesario ahora que estamos en la carraplana. Es necesario decir que no tenemos los recursos financieros, ni humanos, ni la tecnología para recuperar la industria. Lamentablemente tenemos que comenzar de cero dando concesiones petroleras, cambiando esquemas impositivos y asignando refinación, petroquímica y mercado interno a terceros. Muchos dirán que el dinero se puede obtener y no tienen ni idea de cuánto cuesta reparar, por ejemplo, las refinerías. Otros dirán que el personal regresará, y yo creo que ya están viejos o simplemente se hicieron ciudadanos de otros países. Otros dirán que la tecnología la podemos comprar, pero para eso se requiere conocimiento para la selección y utilización, y los recursos humanos que tenemos no tienen ni idea. Creo que existen otras prioridades mucho más relevantes: educación, salud, alimentación, infraestructura, y no es momento de estar jugando acertijos”.

Los muertos se lloran y se entierran, no podemos permitir que sigan expuestos creando focos infecciosos que terminarán creando nuevas víctimas.

© Alfredo Cedeño

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